Empezar un nuevo año supone cerrar el anterior, volver la vista atrás, mirar hacia adelante y proyectar un futuro que, aunque cierto, puede estar marcado por incertidumbres.
Sin embargo, es necesario hacer memoria de lo que ha acontecido y cuánto nos ha dañado como mundo: las guerras y sus víctimas, los migrantes, las víctimas de la violencia, los que se sienten abandonados por su familia, los niños en situaciones de explotación, países que aún viven bajo dictaduras. Hay tantas realidades dolorosas que siguen lacerando la dignidad del ser humano y afligiendo el corazón de Dios.
Celebramos un año más la Navidad, el regalo de Dios entre nosotros. Jesús nace como Príncipe de la Paz, Rey Eterno, y se convierte en camino para aquel que quiere dar sentido a su existencia. Estoy convencida de que con su nacimiento, Jesús hoy nos hace una nueva invitación a reconocer nuestras pequeñas incidencias en la realidad o contexto personal.
“Atrevámonos a estrenar un año con tesón y coraje apostólico, con la fuerza proveniente del Espíritu, con la alegría serena que permanece en medio de las contrariedades”: Hna. Nadieska Almeida
Aunque es imposible evitar o terminar con las guerras y no está en nuestras manos suprimir la pobreza extrema, sí tenemos oportunidades a nuestro alcance para incidir, regalar gestos de paz, palabras de esperanza, potenciar lo mejor de nosotros y motivar a otros a dar lo mejor de ellos. Sigamos comprometiéndonos desde lo pequeño, desde lo muchas veces anónimo y, a la vez, tan grande para quienes se sienten tenidos en cuenta, mirados y amados sin rechazo.
Jesús nos invita a seguir siendo gestores de sueños y esperanzas, a contagiar y animar a otros a vivir desde ese humilde modo de dar la vida en la sonrisa y en la ternura; a ofrecer nuestro hombro como descanso y alivio; a no cansarnos de optar y hacer el bien.
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También estamos invitados a reconocer las novedades que trae este año, a identificar y agradecer los pequeños gestos que la misma vida cotidiana nos regala: acontecimientos, encuentros o búsquedas presentes en tantas personas, creyentes o no, que siguen haciendo de su vida un don para otros.
Detenernos agradecidos pudiera ser un buen comienzo, una manera de entrenar la mirada y el corazón hacia lo bueno, y un atrevernos a soñar con un año fecundo de bondad para ser protagonistas de esa fecundidad que va generando vida y rostro de Dios a nuestro alrededor. Atrevámonos a estrenar un año con tesón y coraje apostólico, con la fuerza proveniente del Espíritu, con la alegría serena que permanece en medio de las contrariedades. Permanezcamos confiadas en que el Emmanuel sigue habitando con y entre nosotros.
Una mirada a María: la liturgia de la Iglesia nos propone para el primer día del año la celebración de Santa María, Madre de Dios, Nuestra Señora de la Paz. A ella podemos volver nuestra mirada suplicante por todos los que ahora mismo siguen viviendo en conflictos o en zonas donde la paz está lejos. A ella le confiamos este nuevo año. A ella que sabe conservar todo en su corazón, le pedimos que cuide este mundo nuestro, que nos coloque junto a su hijo y que nos ayude en todos los intentos de seguir siendo para la humanidad rostro visible de la misericordia de Dios.