"Como vida religiosa que camina junto a estos hermanos en esta realidad sufriente en América Latina y el Caribe, no podemos desatender a Jesús que se identifica con el rostro de cada hermano": Hna. Susana Vanni. (Foto: cortesía Hna. Ester Pattarini)
Al contemplar en oración y con el corazón a la humanidad herida, se me presentan profundos 'desiertos' de hermanas y hermanos en una geografía inmensa habitada con tan diversos rostros.
Rostros cansados por la guerra y rostros sufrientes por la crisis social de tantos pueblos. El escandaloso rostro del hambre. Rostros vulnerados de las víctimas de trata y rostros angustiados de familias que no tienen casa y trabajo. Rostros jóvenes en la droga. Pequeños rostros de niños abandonados. Y así, los misterios de dolor podrían continuar en una lista interminable.
Del mismo modo, en la vida religiosa las experiencias de 'desierto' personal, comunitaria o congregacional, tienen distintas tonalidades. Podemos pasar por la memoria y el corazón tantas historias, y ciertamente descubriremos en ellas tantos desiertos como cantidad de historias de vida se nos presenten.
"Jesús me invita a un proceso de discernimiento personal y comunitario para descubrir qué debo derribar y qué construir desde la fuerza creadora que nace desde mi propio carisma congregacional": Hna. Susana Vanni
"En la vida religiosa las experiencias de 'desierto' personal, comunitaria o congregacional, tienen distintas tonalidades": Hna. Susana Vanni. (Foto: Unsplash)
Al hacer memoria del tiempo cuaresmal, veo cómo Jesús vino a mi encuentro para iluminar, acompañar y esperanzar esta experiencia del desierto con la propuesta litúrgica que nos regaló cada domingo.
En el primer domingo de Cuaresma, el Evangelio de Mc 1, 12–15, invitaba al pueblo de Dios a ir al desierto. En su mensaje anual para la Cuaresma 2024, titulado A través del desierto Dios nos guía a la libertad, el papa Francisco nos invitó a profundizar en esta dimensión y nos planteó un mensaje con un profundo desafío: "En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza".
¿En dónde debe producirse ese "destello de una nueva esperanza"?: en este desierto. Aquí el Señor nos seduce, nos habla al corazón, nos desposa en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; nos desposa en la fidelidad y allí lo conocemos (Cfr Os 2,16–25). Conocerlo implica una relación esponsal, existencial, que conlleva un compromiso con profundas consecuencias.
El segundo domingo de Cuaresma se nos invitó a la conversión. En Marcos 9, 2–10 se nos presentó una regla de oro: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".
Me pregunto, ¿te escuchamos Jesús?, ¿te escuchamos en los rostros de esta humanidad herida que viene a nuestro encuentro, que pasa a nuestro lado, que está al borde del camino? Concretamente, ¿te escuchamos Jesús? Porque en cada uno de ellos te quisiste identificar, diciéndonos: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 25, 40). También nos dijo: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt 25, 45).
Como vida religiosa que camina junto a estos hermanos en esta realidad sufriente en América Latina y el Caribe, no podemos desatender a Jesús que se identifica con el rostro de cada hermano. El Evangelio del tercer domingo de Cuaresma, Jn 2, 13–24, nos hace un fuerte llamado de atención sobre esto.
Cuando Jesús expulsa a los vendedores del templo, percibo su invitación a cuidarme y cuidar el cuerpo de mis hermanas y hermanos como templos vivos en los que Él habita. Jesús me invita a un proceso de discernimiento personal y comunitario para descubrir qué debo derribar y qué construir desde la fuerza creadora que nace desde mi propio carisma congregacional, tal como nos invita el horizonte inspirador 2022–2025 de la CLAR, titulado Las Mujeres del Alba, en sus recursos orantes del tercer y séptimo movimiento. ¡Así podremos celebrar la fuerza de la vida, la fuerza de la Resurrección!
"¿He buscado la ocasión para decirle con gestos y palabras a mi hermana, a mi hermano, cuánto los ama Dios? En mi comunidad, ¿qué experiencias del amor de Dios hemos anunciado con nuestra vida en común?": Hna. Susana Vanni
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Por otro lado, el cuarto domingo de Cuaresma nos regala la certeza de fe en Jn 3, 14–21 y nos fortalece en este caminar en esperanza: "Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Dios me ama y me salva. Dios te ama y te salva. Dios nos ama y nos salva. Pueden parecer frases muy usadas.
Me pregunto, ¿es experiencial mi relación de amor con Dios? ¿He buscado la ocasión para decirle con gestos y palabras a mi hermana, a mi hermano, cuánto los ama Dios? En mi comunidad, ¿qué experiencias del amor de Dios hemos anunciado con nuestra vida en común?
¿Cómo evidenciamos, comunitariamente, la alegría de este 'Dios amor' que se nos entrega, este don de su amor que se nos entrega para que tengamos vida verdadera?
Al acercarnos al final de este período cuaresmal, nos encontramos con la poderosa invocación: "Señor, queremos ver a Jesús" (Jn 12, 20–33). En el Evangelio del quinto domingo de Cuaresma, nos llama nuevamente a la conversión. ¡Es momento de buscar a Jesús! Lo hallaremos en los destellos de "una nueva esperanza" que nace en los desiertos de lo cotidiano.
Podemos preguntarnos, ¿en qué personas, gestos concretos hemos hecho experiencia de ver a Jesús?
Así, en el día a día, como el discípulo amado de Jesús, proclamaremos con nuestra vida: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7); seguiremos el ejemplo de María Magdalena al anunciar que hemos visto al Señor (Jn 20, 18); y como lo hicieron los discípulos, compartiremos el testimonio comunitario de su presencia resucitada entre nosotras, y diremos juntas: "¡Hemos visto al Señor!". ¡Gozosa Pascua de Resurrección!