"El Jesús que calma las aguas nos recuerda que la posibilidad de llegar a la otra orilla está en nuestra fe. Pero esa fe comunitaria, de quien sabe que va con otros y que la tarea es llegar a la otra orilla, como comunidad, como discípulos del reino, como esa nueva familia que engendra el seguimiento, que se sostiene por la fe": teóloga Consuelo Vélez. (Foto: Pexels)
«Ese día, caída ya la tarde, les dijo: "Pasemos al otro lado". Despidiendo a la multitud, le llevaron con ellos en la barca, como estaba; y había otras barcas con Él. Pero se levantó una violenta tempestad, y las olas se lanzaban sobre la barca de tal manera que ya se anegaba la barca. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; entonces le despertaron y le dijeron: "Maestro, ¿no te importa que perezcamos?". Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: "¡Cálmate, sosiégate!". Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo: "¿Por qué están amedrentados? ¿Cómo no tienen fe?". Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: "¿Quién, pues, es este que aun el viento y el mar le obedecen?"». (Marcos 4, 35-41)
El Evangelio del domingo pasado nos presentó a Jesús predicando y enseñando sobre el reinado de Dios comparándolo con las parábolas del grano que crece por sí solo y el de mostaza. Fueron parábolas que llamaron a la confianza en Dios, a poner las fuerzas en Él y no en nosotros mismos. Esto contrasta con lo que nos trae el Evangelio de hoy. Jesús deja de predicar y quiere ir a la otra orilla. Y, tal vez, es cuando se pone a prueba lo predicado anteriormente. Se desata una tormenta y Jesús duerme. Él tiene la confianza absoluta. Pero no así sus discípulos, quienes están muertos de miedo y creen que van a perecer. Reclaman, por tanto, al maestro porque los está dejando abandonados a su suerte.
Jesús atiende su reclamo y calma las aguas, pero les hace la pregunta sobre la fe que habría de caracterizar a los discípulos que están acogiendo el reino. No parece que los discípulos tengan fe. Y es que no hay otra manera de emprender el seguimiento y de mantenerlo que la fe. Esta es la respuesta del discípulo y, continuamente, ha de ponerse en acto. Aquí podríamos recordar el texto de la Carta a los Hebreos, capítulo 11, en el que el escritor sagrado hace una lista de los personajes de la historia de salvación, mostrando cómo fue que por la fe que se pusieron en camino, atravesaron el desierto y alcanzaron la tierra prometida. Eso mismo es lo que los discípulos han de vivir en su experiencia de seguimiento. La fe sostiene el seguimiento y fortalece el discipulado.
"Estamos invitados a seguir el camino de la fe, superando las tormentas, manteniendo la paz ante las aguas agitadas, reconociendo en Jesús la autoridad suficiente para pasar cualquier tempestad": Consuelo Vélez, teóloga laica Institución Teresiana
Además, de esta llamada a la fe, el texto nos muestra la autoridad de Jesús para remediar las situaciones. Es su palabra la que produce la calma de las aguas. Una palabra que emerge de la autoridad de su propia coherencia de vida. Pero es, justamente, esa autoridad la que da miedo a los discípulos. Tal vez la llamada es demasiado exigente y, aunque la vean realizada en Jesús, dudan de su propia capacidad de mantenerse fiel en el camino. El texto termina ahí, con la pregunta hecha por los mismos discípulos sobre la identidad de Jesús: "¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?". Solo ellos pueden contestarla apuntándose al seguimiento o renunciando a él. Sabemos que ellos mantienen la fe, no sin dificultad. El mismo Pedro que vio a Jesús calmando las aguas, será quien luego lo niegue en el momento de la pasión. Es decir, la fe se pone en acto cada día y en cada situación. Y llegará la pasión donde esta fe se pondrá, efectivamente, a prueba. El camino seguido por los discípulos ya lo recorrieron ellos. Ahora somos nosotros quienes estamos invitados a seguir el camino de la fe, superando las tormentas, manteniendo la paz ante las aguas agitadas, reconociendo en Jesús la autoridad suficiente para pasar cualquier tempestad..
Finalmente, este texto de la tempestad calmada nos recuerda la experiencia de pandemia que vivimos hace poco. Justamente este Evangelio fue el que el papa Francisco propuso cuando se declaró mundialmente la pandemia. Pero su reflexión fue muy diciente: todos estamos en la misma barca y, ante las dificultades, si unimos fuerzas, todos nos salvamos. Ese es el gran desafío.
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Seguimos pasando por diferentes tormentas, pero el Jesús que calma las aguas nos recuerda que la posibilidad de llegar a la otra orilla está en nuestra fe. Pero en esa fe comunitaria, de quien sabe que va con otros y que la tarea es llegar a la otra orilla, como comunidad, como discípulos del reino, como esa nueva familia que engendra el seguimiento que se sostiene por la fe. No sobra recordar lo que Jesús contestó al padre de un joven endemoniado, cuando este, al presentarle a su hijo, le dijo: "Si algo puedes, ayúdanos". Jesús le respondió: "¿Qué es eso de si puedes? Todo es posible para el que cree". (Mc 9, 22-23).