"Dios ama a los pobres y, por consiguiente, ama a quienes aman a los pobres": San Vicente de Paúl. (Foto: Unsplash)
"San Vicente de Paúl… ¡Él solo casi ha cambiado el rostro de la Iglesia!": Henri de Maupas de Tour, sermón en el funeral de san Vicente de Paúl.
Estas palabras, dichas en el funeral de san Vicente, nos permiten asomarnos a una vida fecunda. No siempre sabremos todo el bien que puede hacer una persona; sin embargo, hay quienes dejan huellas en la historia y nos ayudan en el aprendizaje por nuestro paso en la vida.
No es posible, a mi modo de ver, agotar ninguna realidad viéndola en un instante dado o mirándola desde un solo punto de vista. No es nada fácil definir la riqueza de la personalidad de alguien a través de unas palabras.
Hablar de Vicente de Paúl es un reto y un regalo. Es fascinante expresar la excepcionalidad de un hombre que dejó que Dios guiara su vida, cuando él pretendía tener el timón de su futuro.
Sabemos por él mismo que su camino hacia el sacerdocio fue en busca de un retiro honesto para mantener a su familia. Le pesaba en el corazón la pobreza en la que vivían y, apoyado en su inteligencia, se aventuró en un camino en el que Dios ya tenía otros planes. El encuentro con el Jesús de los más desfavorecidos, al que él llamaba "el evangelizador de los pobres", le concedió la gracia de hacer girar su vida y buscar los intereses de Dios por encima de los que él aspiraba en su juventud.
"Es evidente que el Cristo a quien san Vicente sigue se encuentra en el enfermo, en el preso, en el niño abandonado y en toda clase de miseria que pueda vivir una persona": Hna. Nadieska Almeida
Representación pictórica de san Vicente de Paúl. Autor: Anónimo /Año publicación original: 1963/ Fuente: Anales españoles. (Foto: cortesía vincentians.com/es)
Este hombre de Dios se dejó tocar hasta la médula por un Maestro que pide asumir la cruz, levantarla y hacer suya la de otros. No es tan sencillo, y lo sabemos bien los cristianos que, entre luces y sombras, hacemos opción por seguir también las huellas del Resucitado con sus marcas de crucificado para que, sin masoquismo y con entereza, no se nos olvide que la vida en esperanza va tocada por el dolor propio y el ajeno.
Los que queremos vivir la espiritualidad vicenciana somos llamados a entrar en el camino de seguimiento de Cristo con los mismos términos con que Jesús inaugura su ministerio público, según nos cuenta san Lucas en su Evangelio: "El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido. Me ha enviado a traer la buena noticia a los pobres, a anunciar la liberación de los oprimidos, la vista a los ciegos y la libertad a los presos, a anunciar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18 ss).
Y es que para san Vicente de Paúl, su modo de contemplación es el de este Cristo servidor, sanador, liberador, que va pasando del amor afectivo al efectivo. Los que bebemos de la espiritualidad vicenciana intentamos contemplar a este Cristo una y otra vez. Aún más, la dinámica debería ser no apartar la mirada contemplativa y activa para que no nos perdamos en el camino de la entrega generosa y, por ende, fecunda.
La identificación que tenía Vicente con Jesús, y con este en los pobres como sus amos y señores, es lo que le lleva a buscar personas que quieran también hacer de su vida una donación entre las criaturas más abandonadas de la humanidad de su tiempo.
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Llega Vicente a decir: "Yo he visto a estas pobres gentes ser tratadas como bestias…". Un corazón como el de este hombre, inflamado por el amor, no podía dar paso a la quietud y a la comodidad. Se lamentaba cada noche de no haber dado más de sí, sufría por la miseria en que vivían los pobres y no quiso que ninguna de las congregaciones que fundó se acomodaran, sino que nos exhortaba a contentarnos con lo necesario, ya que lo demás, decía, pertenece a los pobres.
No se cansará Vicente de decir: "Vayamos, pues, y trabajemos con un amor renovado en el servicio a los pobres, y aun busquemos a los más pobres y más abandonados, reconociendo delante de Dios que ellos son nuestros amos y señores, y que somos indignos de prestarles nuestros humildes servicios" (XI, 273). Es evidente que el Cristo a quien san Vicente sigue se encuentra en el enfermo, en el preso, en el niño abandonado y en toda clase de miseria que pueda vivir una persona.
Aproximarnos a san Vicente, celebrar su fiesta el día 27, es también una invitación profunda a cuestionarnos sobre nuestro modo de vivir. Es dejarnos tocar por los sentimientos de Jesús y hacer realidad lo que también nos dijo el santo padre al inicio de su pontificado: "Quien toca a un enfermo, toca la carne de Cristo" (papa Francisco).
Ojalá que esta experiencia fundante en la vida de tantos santos, y en especial en la de san Vicente, siga haciéndose realidad en la nuestra y que seamos de verdad portadores de vida, ternura, respeto y esperanza para aquellos que nada tienen… porque ya será de ellos y nuestro el reino de los cielos. Así lo expresaba también san Vicente: "Dios ama a los pobres y, por consiguiente, ama a quienes aman a los pobres". Sigamos lanzándonos a la aventura del amor hacia ellos, allí seremos evangelizados y liberados de tantas cargas que no nos dejan avanzar con libertad por el camino de la vida. Así lo pido por intercesión del gran santo de la caridad.