"Mirar a alguien a los ojos puede ser incómodo porque, a veces, la mirada parece penetrar el alma. En mi experiencia, sentir esa mirada penetrante me hace sentir vulnerable e incómoda. Sin embargo, cuando esa mirada es transparente, amorosa y sincera, tiene el poder de transformar lo más profundo de mi ser": Hna. María Elena Méndez Ochoa. (Foto: Pexels)
Al ver el debate presidencial entre la vicepresidenta de Estados Unidos Kamala Harris y el expresidente Donald Trump, el 10 de septiembre de 2024, dos actitudes llamaron mi atención: el saludo y la mirada. Antes de iniciar el debate, Harris tomó la iniciativa de saludar con la mano a su oponente y mirarle mientras le hablaba, al igual que a los moderadores y al público que miraba el debate a través de los medios de comunicación. En su mirada, Harris mostraba seguridad, respeto y presencia.
Sostener la mirada de alguien no es fácil para todos. En algunas culturas, como la mía, no aprendimos a mirar directamente a los ojos durante una conversación. Esta acción podía interpretarse como una confrontación, algo que se debía evitar, especialmente cuando existía una diferencia de 'autoridad' o 'estatus', como entre niños y adultos. Sin embargo, en otras culturas, como la estadounidense, mirar a los ojos es algo común desde la infancia, visto como un signo de respeto y atención. Creo que el respeto es el elemento común en ambas culturas, entendido de distintas formas.
"Muchas veces evadimos la mirada para no enfrentarnos a nuestros miedos e inseguridades. Pero, ¿qué pasaría si en lugar de evadir la mirada, la sostenemos, la encontramos, la empoderamos, la valoramos y agradecemos?": Hna. María Méndez
Mirar a alguien a los ojos puede ser incómodo porque, a veces, la mirada parece penetrar el alma. En mi experiencia, sentir esa mirada penetrante me hace sentir vulnerable e incómoda. Sin embargo, cuando esa mirada es transparente, amorosa y sincera, tiene el poder de transformar lo más profundo de mi ser. Creo que eso fue lo que le pasó a Pedro al ser mirado por Jesús después de haberlo negado tres veces: "El Señor se volvió y fijó la mirada en Pedro" (Lc 22, 61-62). Esa mirada penetrante no fue una mirada de condena sino de amor y cambió a Pedro para siempre. Tan profunda fue su transformación que Jesús lo eligió para liderar su Iglesia al decirle: "Tú eres Pedro (o sea piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mateo 18).
Muchas veces evadimos la mirada para no enfrentarnos a nuestros miedos, propias carencias e inseguridades. En general, no nos gusta verlas ni admitirlas; pero, ¿qué pasaría si en lugar de evadir la mirada, la sostenemos, la encontramos, la empoderamos, la valoramos y agradecemos?
Este es un momento para orar, discernir y elegir a quién nos guiará como presidente durante los próximos cuatro años. Incluso, cabe la posibilidad de que Estados Unidos, en sus casi 250 años de historia, esté a punto de elegir a una mujer como presidenta, rompiendo barreras históricas. La decisión está en nuestras manos, pero conlleva responsabilidad y compromiso. Votar es un llamado a usar nuestra libertad para elegir a quien creemos que mejor responderá a las crisis globales de nuestro tiempo y velará por el bien común. Ningún partido, candidato o candidata cumple con todos los requisitos deseados, pero sí podemos elegir a quien creemos que mejorará el mundo, más allá de nuestros intereses personales.
Como Jesús, seamos personas con una mirada amorosa, profunda y transformadora; una mirada que impulsa, motiva y ama.