Uno de tantos hermanos que duermen cotidianamente en la calle en Montevideo, Uruguay. (Foto: cortesía Carla Lima)
En Montevideo, Uruguay, como en toda América Latina, el número de hermanas y hermanos que habitan en la calle involuntariamente ha ido en aumento año tras año. Este escenario no es una novedad y tampoco es exclusivo de América Latina; ni solo una consecuencia de la pandemia; lo evidencian así los censos efectuados en algunos países en los últimos años y también estudios realizados en torno al tema.
Muchos de estos hermanos tienen hambre de pan y también hambre de la Palabra (Sal 119, 131); tienen sed de agua y además sed del “manantial que brotará hasta la Vida Eterna” (Jn 4, 14). Ante esta situación podemos pasar de largo o preguntarnos “¿dónde está tu hermano?” (Gen 4, 9 y ¿de qué tienen hambre y sed? (Mt 25, 35) para darles, dentro de nuestras posibilidades, lo que necesitan "para remediar su indigencia” (Dt 15, 8).
Haciendo memoria del rostro de algunos de ellos con quienes he tenido el regalo de compartir y recordando algunas de las 'hambres' que han podido expresar, creo poder decir que es posible caminar juntos (Instrumentum Laboris, 28) “hacia una plena presencia”; es posible “no dejar a nadie atrás”; es posible también dar pasos para construir relaciones en reciprocidad, “cara a cara”, para el mayor bien de todos.
"¿Por qué no pensar que puedan surgir 'comunidades influencers' para compartir con las personas de la calle? Podríamos hablarles con sencillez, desde su realidad, poniéndonos en sus zapatos": Hna. Susana Noemí Vanni #GSRenespañol #HermanasCatólicas
“¿Dónde está tu hermano?” (Gen 4, 9)
Conocido por todos es el compromiso personal de Francisco con los hermanos que habitan en la calle, promoviendo “una Iglesia pobre para los pobres”. Ejemplos de ello incluyen la apertura de duchas, servicios de peluquería, columnatas que se convierten cada noche en dormitorio, regalos de billetes de metro y tarjetas telefónicas para llamar a sus familiares en Navidad, festejo de cumpleaños en Santa Marta teniéndolos como invitados, así como las bolsas de dormir y paraguas, entre tantos otros gestos a los que Francisco ya nos tiene acostumbrados.
Me pregunto, ¿cómo interpretamos estas experiencias? ¿Nos interpelan? ¿Llaman a nuestro corazón aquellos hermanos que encontramos al borde del camino en nuestras ciudades? ¿Los reconocemos?
Los Estados nacionales ofrecen algunas respuestas, siempre muy pocas para tal contexto: hogares de día, refugios nocturnos, comedores escolares, etc. Además, comunidades parroquiales y de otras confesiones religiosas, así como organismos no gubernamentales, se comprometen comunitariamente con ellos. Muestra de ello son los espacios de día, las ollas comunitarias de las parroquias y de otras instituciones, la preparación de comida para llevarles allí donde ellos se encuentran y otras propuestas que, lamentablemente, seguirán siendo pocas.
“Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer” (Mt 25, 35)
Jorge, un joven de poco más de treinta años, vivió durante mucho tiempo en la calle. Tuvo que robar para poder comer y sufrió la experiencia de la cárcel. Hoy en día, ha podido rehacer su vida y se encuentra estudiando enfermería porque quiere ayudar a otros a tener mejor calidad de vida. Además, pudo encontrar trabajo, tiene pareja y un hijo, y descubrió su don para la música a través del rap. Todo esto fue posible gracias a que alguien se animó a mirarlo, y en ese encuentro cara a cara pudo expresar de qué tenía hambre y cuál era su sed. En el caso de Jorge, la ayuda fue posible gracias a que se encontró con una comunidad religiosa que lo acogió y acompañó y lo sigue acompañando.
Matías, María, Lucas, Belén, Carlos, Nicolás, Alexander, Miriam, Carlos, Juan, Richard, Lucas, Elvis, Luis, y otros muchos hermanos y hermanas también anhelan abrazos, necesitan ser escuchados y buscan cercanía fraterna,
Ellos tienen hambre y sed de palabras amables, de ser mirados a los ojos, de saberse dignos de la confianza de otros, de pasar tiempo de calidad, de un grupo de amigos con quienes compartir, y de comunidad. Por supuesto, también tienen hambre y sed de comida y bebida, de ropa, de trabajo y de un techo que los cobije.
En el compartir con ellas/os percibí que muchos hacen uso del celular y tienen Redes Sociales, pero aún así se sienten solos. Descubrí aquí otra “hambre”.
Quizás podríamos preguntarnos, ¿un celular con tantas necesidades? Sí, el celular se convierte para ellos en un medio para estar conectado con otros, ya sea cercanos o lejanos, tantas veces con la poca familia que les queda. Además, hoy en día el wifi es gratuito, en general, en los espacios públicos de las grandes ciudades, por lo que no es una dificultad.
Fue ante esta realidad y las expresiones de algunos de ellos que me encontré reflexionando sobre el episodio con Felipe de Hch 8, 31: "¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?". Entonces, ¿cómo puedo compartir con otros? ¿Cómo puedo conocer, en la web, comunidades de vida que me nutran? ¿Cómo lo puedo entender si nadie me lo explica?
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Hacia una plena presencia, sin dejar a nadie atrás
En la reflexión pastoral Hacia una plena presencia, en el numeral 72, se señala que “las personas buscan alguien que pueda orientarlas y darles esperanza; están hambrientas de guía moral y espiritual, pero a menudo no la encuentran en los lugares tradicionales (...)". Esto refleja la realidad de que, en estos tiempos, hay quienes buscan esa ayuda en los influencers.
¿Por qué no pensar que puedan surgir 'comunidades influencers' para compartir con las personas de la calle? Podríamos hablarles con sencillez y simplicidad, desde su realidad, poniéndonos en sus zapatos. ¿Por qué no pensar en la creación de una red social donde se pueda acceder a un espacio comunitario para compartir vida, experiencias, necesidades, ofertas de trabajo, propuestas, espiritualidad, en reciprocidad con otros? La comunicación comenzará entonces, en algunos casos, con la relación personal y desde allí se desarrollará hacia la conexión y la comunidad.
Entonces, el desafío que enfrentamos es ser creativos para descubrir los modos de ser presencia de caridad en el encuentro personal con los hermanos que habitan en la calle involuntariamente y construir con ellos comunidad, incluyendo la comunidad virtual.
Sería de mucho beneficio pensar y discernir, tanto a nivel personal como comunitario, cómo estamos llamados a hacernos cercanos a estos hermanos para no dejarlos atrás. No debemos excluirlos de la realidad 'en línea' que, como para todos, puede ser un apoyo para una experiencia de comunidad virtual, y también puede servir de ayuda para el crecimiento espiritual. ¡Imagino cuánto bien podrían experimentar estas personas que habitan la calle al tener la oportunidad de participar en comunidades en línea y tener con quienes poder compartir la vida!