Estamos en el tiempo propicio de Adviento para decir Maranatha: "Ven Señor Jesús, príncipe de la paz". (Foto: Unsplash)
La guerra se nos presenta como un monstruo gigante que destruye vidas. ¡Qué impotencia, dolor, desconcierto, tristeza y enojo ante ella! ¿Cómo es posible que nos matemos unos a otros? Esta fue la pregunta que surgió de mi corazón siendo niña, al ver las primeras imágenes de violencia por la televisión. Recuerdo que buscaba una solución mientras me surgían una serie de preguntas que parecían quedar en el aire, sin respuesta.
"¿Por qué las guerras?", me preguntaba una y otra vez, como buscando el origen y la solución. "¿Cómo detener una guerra? ¡Debe haber algo! Si yo pudiera detener una guerra lo haría”, pensaba. La certeza que venía a mi mente era reconocer que lo contrario a la guerra era la paz, pero… ¿qué es la paz y cómo generarla? Mi deseo y búsqueda del antídoto para la guerra continuaba así.
“La paz nació en Navidad: no es algo, es alguien. No se compra ni se vende; se recibe. No se consigue con violencia (…). La auténtica paz se teje en lo escondido (…), en lo profundo del corazón”: Hna. Marisol Fernández #GSRenespañol #HermanasCatólicas
Recuerdo que externaba mi deseo y mi hermano, al escucharme, me decía: "Eres una ingenua y soñadora si crees que podrías detener una guerra". Ahora lo pienso y me digo: "Tenía razón, era lógica su respuesta". Pero, sin embargo, el deseo de paz y la pregunta ¿por qué matarnos entre nosotros? seguían resonando en mi mente y en mi corazón. Aquello me parecía inhumano, inconcebible; no lo podía entender.
Ahora, releyendo mi experiencia desde el contexto de Adviento y Navidad, podría decir que aquel tiempo fue mi Adviento, mi espera, mis preguntas, mis súplicas, mis deseos de que la paz llegara e inundara toda la tierra y de que fuera más fuerte que la guerra; y que además en todos se activase el poder de detener la violencia. Ahora me doy cuenta de que ese deseo de ver la paz, tan antiguo y tan nuevo, se hizo realidad y no fue un sueño.
La paz llegó, habitó entre nosotros y se fue gestando en lo escondido. Llegó a la tierra de manera silenciosa, brillando en la oscuridad de la noche. Puso en movimiento muchos corazones, permitiendo que se manifestaran la bondad y la ternura como lazos de amor capaces de tejer nuevas relaciones entre hombres de diferentes razas. El milagro se dio aquella noche de Navidad. ¡Qué increíble!, ahí nació la esperanza cierta de que es posible la comunión en medio del conflicto, al ver personas que —guiadas por su luz interior— se abrieron paso hasta postrarse ante el príncipe de la paz.
¡Qué alegría! ¡Gran noticia el reconocer que el deseo de paz no es un sueño ingenuo! La paz nació en Navidad: no es algo, es alguien. La paz no se compra ni se vende; se recibe. La paz no se consigue con violencia ni a través de lucha de poderes. La auténtica paz se teje en lo escondido, a través de los pequeños gestos de confianza que se entienden en lo profundo del corazón, porque es ahí donde habita la paz.
“Incluso los que generan la guerra buscan y desean la paz, pero muchas veces lo intentan por caminos equivocados, (…) apartando sus oídos de los deseos más auténticos de su corazón”: Hna. Marisol Fernández #GSRenespañol #HermanasCatólicas
El deseo de paz es lo más nuestro. Incluso los que generan la guerra buscan y desean la paz, pero muchas veces lo intentan por caminos equivocados, guiados por voces externas y ruidosas, sembrando así odio y deseos de venganza, y apartando sus oídos de los deseos más auténticos de su corazón.
Allanar los caminos para que la paz nazca es nuestra tarea. Comparto una de mis experiencias misioneras que hizo mi sueño realidad al constatar que es posible detener una guerra. Mi primer destino de misión, en el año 2000, fue en un país de Centroamérica. Ahí ofrecimos un retiro para jóvenes en el que uno de ellos tuvo un encuentro con Jesús, el príncipe de la paz, que cambió su vida. Él decía: "Yo vi cómo y quién mató a mi primo; era de mi edad,14 años, y desde ese momento mi corazón se llenó de odio y deseos de venganza, hasta decir: 'Cuando crezca, lo voy a matar; yo quiero ser un asesino'".
Ante estas realidades cotidianas no hay palabras suficientes con las que responder; solo queda esperar que el poder del amor pueda vencer y transformar el odio en amor y la guerra en paz, hasta poder escuchar al mismo joven decir: "Antes quería ser un asesino, ahora quiero ser un dador de vida y generar paz".
Al ser testigo de esto, vino a mi mente una experiencia de cuando era niña. Ahí mismo le escribí a mi hermano diciéndole: "Mi sueño de detener una guerra se ha hecho realidad". Descubrí que los antídotos para la violencia son el amor y el perdón, porque las guerras no surgen de manera espontánea, sino que se gestan en el corazón herido; sin embargo, cuando este es curado, se gana dentro y se vence fuera: el odio se desactiva y se transforma a través del amor que genera paz y pacificadores.
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Adviento, tiempo de gracia para hacer silencio y escuchar la voz de la paz que quiere gestarse, dar a luz y nacer en esta Navidad. ¡Qué gran regalo contar con María y José, modelos de personas constructoras de paz al permitir que la paz se gestara, que tuviera un rostro y que se hiciera visible!
¡Qué cosas!: la paz se genera en pequeñas fidelidades. José puso lo que estaba de su parte y pensó en abandonar en secreto a María para evitar que fuera apedreada. Sin embargo, la voz de la paz habló a su corazón en un sueño invitándole a no tener miedo al conflicto —al ¡qué dirán!— y yendo más allá de sus sentimientos obedeció a esa voz, contribuyendo de esta manera a que la paz irrumpiera en nuestra tierra. ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por Él!
Si vemos el ambiente violento es porque en el corazón del hombre hay violencia. Todos estos signos de guerra nos hablan de una gran necesidad de amor, perdón y presencia del Señor. Estamos en el tiempo propicio de Adviento para decir Maranatha: "Ven Señor Jesús, príncipe de la paz". Solo desde la experiencia de darle posada en nuestros corazones se desactivará el odio y se generará la paz que nos permitirá decir: ¡Feliz Navidad! ¡Ha nacido la paz!