Foto: cortesía Religión Digital, tomada de https://www.redentoristasdecolombia.com/24-de-enero-quienes-son-mi-madre-y-mis-hermanos/
Nota de la editora: Global Sisters Report presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.
«Jesús llegó a una casa, y la multitud se juntó de nuevo, a tal punto que ellos ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes oyeron esto, fueron para hacerse cargo de Él, porque decían: “Está fuera de sí”. Y los escribas que habían descendido de Jerusalén decían: “Tiene a Belcebú; y expulsa los demonios por el príncipe de los demonios”. Y llamándolos junto a sí, les hablaba en parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Y si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede perdurar. Y si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá permanecer. Y si Satanás se ha levantado contra sí mismo y está dividido, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si primero no lo ata; entonces podrá saquear su casa. En verdad les digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres y las blasfemias con que blasfemen, pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón, sino que es culpable de pecado eterno”. Porque decían: “Tiene un espíritu inmundo”. Entonces llegaron su madre y sus hermanos, y quedándose afuera, le mandaron llamar. Y había una multitud sentada alrededor de Él, y le dijeron: “He aquí, tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan”. Respondiéndoles Él, dijo: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”. Y mirando en torno a los que estaban sentados en círculo, a su alrededor, dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”». (Marcos 3, 20-35).
Después de tantas festividades que hemos venido celebrando —Ascensión, Pentecostés, Trinidad, Corpus—, volvemos a retomar los domingos del Tiempo Ordinario y continuamos leyendo el Evangelio de Marcos, que es el que corresponde a este año del Ciclo B.
Marcos ha venido presentando el ministerio de Jesús en Galilea, enseñando, curando y llamando a sus discípulos. En el Evangelio de hoy se nos presenta a un Jesús que llega a una casa y está rodeado, de nuevo, de una multitud. A partir de aquí, el texto va a tener tres partes: en la primera, los parientes van a buscarlo porque han oído decir que “está fuera de sí”; en la segunda, la discusión con los escribas que afirman que tiene a Belcebú o príncipe de los demonios y en su nombre expulsa los demonios; y la tercera, cuando Jesús aprovecha la presencia de sus familiares para declarar quién es la verdadera familia del reino.
“La familia del Reino son los que entran a la casa, los que escuchan la palabra, los que reconocen el obrar del Espíritu de Jesús. Es decir, (…) no es la familia biológica sino la de los discípulos”: Consuelo Vélez, teóloga laica
Expliquemos brevemente cada parte. El hecho que los familiares vayan a buscarlo se entiende mejor hoy, a partir de los aportes de las ciencias sociales a la hermenéutica bíblica, que nos ayuda a comprender la importancia del “honor” para la familia judía. El que critiquen a Jesús no lo mancha solo a él, sino a toda la familia. De ahí, que sea tan importante que ellos vayan a ocuparse de Jesús.
De la segunda parte, conviene decir una palabra sobre el diablo o príncipe de los demonios, los demonios y los exorcismos. Del diablo siempre se habla en singular y de los demonios en plural. Estos últimos son los que poseen a las personas, no lo hace el diablo. Y Jesús los expulsa, por la autoridad de su palabra y no por un exorcismo —lo cual implicaría seguir un ritual—.
Con esto ya vemos que toda la cinematografía que se ha construido en torno a los exorcistas está muy lejos de corresponder a los datos bíblicos. Ahora bien, lo que representa el diablo y los demonios son las fuerzas del antirreino, contra las que Jesús lucha. Pero no imaginemos fuerzas sobrenaturales sino toda la realidad de opresión y exclusión que viven los contemporáneos de Jesús y a quienes él les anuncia la Buena Noticia del Reino.
Es buena noticia porque supone la transformación de la realidad que viven. Pero precisamente los escribas lo acusan por su denuncia profética de actuar en nombre del diablo. Jesús les invita a entender que ni un reino ni una casa ni satanás, divididos contra sí mismos, pueden subsistir. En realidad, los escribas están atacando al Espíritu Santo, quien obra en Jesús y ellos se niegan a reconocerlo.
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“A partir de los aportes de las ciencias sociales a la hermenéutica bíblica [comprendemos] la importancia del “honor” para la familia judía. El que critiquen a Jesús no lo mancha solo a él”: Consuelo Vélez, teóloga laica
En la tercera parte, vuelven a aparecer los familiares de Jesús, encabezados por su madre, y la respuesta de Jesús parece desconcertante. Pregunta quiénes son su madre y sus hermanos, y mirando a los que están en la casa dice que ellos son su madre y sus hermanos. Hay que entender que no es un desprecio hacia su familia sino una aclaración de la familia que se está formando en torno suyo. La familia del Reino son los que entran a la casa, los que escuchan la palabra, los que reconocen el obrar del Espíritu de Jesús. Es decir, la familia que se forma en torno a Jesús no es la familia biológica sino la de los discípulos.
Con todo lo anterior podríamos concluir que el mensaje de hoy para nosotros puede centrarse en algunas preguntas: ¿estamos formando parte de la familia de Jesús, es decir de los discípulos en torno suyo?; ¿entramos a la casa, es decir, le escuchamos verdaderamente y nos dejamos conducir por su espíritu?; ¿anunciamos la Buena Noticia del Reino capaz de transformar las situaciones que esclavizan y excluyen a las personas?
Son tiempos de comprometernos con la misión encomendada por Jesús a los suyos y no de alimentar historias de diablos, demonios y exorcismos que trasladan a fuerzas exteriores lo que no existe más que en el corazón humano y que con la fuerza del Espíritu estamos llamado a transformar.