"La eucaristía como misterio central de nuestra fe ha de vivirse en la dinámica de esa mutua pertenencia: la eucaristía nos lanza a la vida y la vida es la que se celebra en la eucaristía": teóloga laica Consuelo Vélez. (Foto: cortesía Religión Digital)
Nota de la editora: Global Sisters Report presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.
"Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo". Discutían entre sí los judíos y decían: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?". Jesús les dijo: "En verdad, en verdad les digo, si no comen la carne del hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre". Esto lo dijo enseñando en la sinagoga en Cafarnaúm. (Jn 6, 51-59)
Habíamos anunciado el domingo pasado que al utilizar la expresión “es mi carne para la vida del mundo”, Jesús estaba introduciendo el signo eucarístico. Esta realidad será la que se desarrollará este domingo. Algunos especialistas sostienen que esta unidad es un texto litúrgico que fue introducido posteriormente para que el Evangelio fuera mejor recibido.
En efecto, en este breve texto se concentra el misterio eucarístico: comer la carne y beber la sangre de Jesús. El texto nos presenta lo que discuten los judíos entre ellos: ¿cómo puede ese hombre darles a comer su carne? Y más complejo aún “beber su sangre”, que según las prescripciones judías estaba prohibido, y quién lo hiciera sería condenado a muerte. Por esto es comprensible que este diálogo que, según el mismo texto acontece en la sinagoga de Cafarnaúm, no es fácil y se agudizan los dos niveles de los que hablamos el domingo anterior.
Los judíos se toman ‘al pie de la letra’ —diríamos con nuestros términos— lo que Jesús está diciendo y, por su parte, Jesús está hablando del significado del signo de su cuerpo y de su sangre, que supone un salto de fe, un nuevo horizonte, un situarse en la lógica del reino.
"Antes que una devoción individual, [la eucarístía] es una experiencia comunitaria. Antes que un rito litúrgico, es signo de la mesa compartida. Antes que una obligación es un compromiso de justicia por vivir": teóloga Consuelo Vélez
El evangelista Juan pone en boca de Jesús la expresión “en verdad, en verdad les digo” para mostrar el énfasis que Jesús está dando a su revelación: los que comen y beben su sangre tendrán vida eterna, mientras quienes no lo hagan no tendrán esa vida. Además, el comer su carne y beber su sangre engendra esa inhabitación mutua entre Jesús y los que lo reciben, ese permanecer en Él, término tan característico del Evangelio de Juan.
Es el Padre quien envía a Jesús y Jesús comunica lo que su Padre le ha confiado. Una vez más recuerda a los judíos que sus padres murieron porque comieron un pan que no es su carne y su sangre, y que no era el pan que daba la vida eterna.
No podemos señalar más aspectos de este breve texto; pero, por la referencia eucarística, podríamos decir una palabra sobre nuestra vivencia actual de la eucaristía. Los cristianos respetan la eucaristía, la valoran, defienden la presencia real de Jesús en el pan y el vino eucarístico y acuden a recibirla con devoción y respeto.
Pero no sobra recordar que podemos, muchas veces, enfrascarnos en discusiones similares a la de los judíos que hoy nos presenta el texto, referidas a todo lo anterior, sin centrarnos en lo fundamental y definitivo del misterio eucarístico. Antes que una devoción individual, es una experiencia comunitaria. Antes que un rito litúrgico, es signo de la mesa compartida en la que han de sentarse todos y todas, hijos e hijas del mismo Dios padre/Madre. Antes que una obligación por cumplir es un compromiso de justicia por vivir.
En verdad, la eucaristía como misterio central de nuestra fe ha de vivirse en la dinámica de esa mutua pertenencia: la eucaristía nos lanza a la vida y la vida es la que se celebra en la eucaristía. Conviene revisar nuestras eucaristías para que ellas revelen a Jesús y nos comuniquen la fuerza para hacer lo que Él hizo, liberándola de un rito intimista y vacío que Dios mismo rechaza y no dice nada a nuestros contemporáneos.