Con la ayuda de un traductor electrónico de japonés, la hermana Sandra Margarita Sierra Flores, de las Hermanas de Notre Dame, se mezcla con la multitud mientras explora una concurrida calle en Shibuya, Japón. (Foto:cortesía de Sandra M. Sierra F.)
Desde que llegué al aeropuerto en Narita, después de dos días de viaje y con una maleta perdida en el camino, me asombró la tecnología; una de las primeras cosas que noté es que aquí, ella forma parte de todo lo cotidiano. Al llegar al baño me dí cuenta que estaba en un mundo muy diferente. Vi ese montón de botones escritos en kanjis y como no puedo leer japonés no sabía cuál era su función. A lo largo del mes esto me pasó también con la lavadora, la ducha, y una infinidad de artefactos demasiado sofisticados para que yo pudiera entender sus funciones sin las instrucciones.
Me sentí un poco decepcionada porque yo pensaba que había aprendido a leer hiragana y katakana, y no me iría tan mal. También estuve tomando clases en Duolingo de inglés/japonés, pero al llegar aquí caí en la realidad de que no entendía nada, salvo algunas cosas muy básicas como saludar y otras frases cortas pero que no bastaban para una buena conversación. Cabe decir que aun con eso, las hermanas fueron muy comprensivas y amables y me tuvieron infinita paciencia, sobre todo con mi pobre inglés, que no es para nada bueno.
Pasando el susto del uso de los artículos cotidianos y el idioma, quiero decir que también, en cuanto a mi misión, me encontré con una experiencia totalmente nueva y diferente, porque aquí su principal campo es en la escuela y el colegio, y yo no tengo allí mucha experiencia en un nivel tan formal. Una primera impresión que tuve al visitar la escuela es que todo está muy bien ordenado y organizado. Los niños y niñas son muy gentiles y amables y por supuesto muy listos, disciplinados e inteligentes. De hecho, creo que aquí los niños y niñas aprenden en la escuela cosas que yo no he aprendido en toda la vida.
Hna. Sandra Sierra con los niños y niñas de quinto grado en la Escuela Sakura No Seibo, colegio de la Congregación de Notre-Dame en Japón. (Foto: cortesía Sandra M. Sierra F.)
Las hermanas me dieron la oportunidad de asistir a la escuela y participar en algunas clases, sobre todo en la escuela Sakura No Seibo, en Fukushima, donde pude compartir con los pequeños. Los niños, en su inocencia y sencillez, me acogieron con alegría y eso fue una experiencia muy enriquecedora para mí. Conocí también, a grandes rasgos, la escuela Meiji Gakuen, en Tobata, y el Jardín de niños Santa Margarita, en Chofu. En esta experiencia con los niños comprendí realmente lo que dice el Evangelio sobre ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Estos pequeños me ayudaron, incluso, a aprender algunas frases en japonés, desde su contexto.
Cuando llegué a Japón, una de las hermanas me prestó un aparato muy sofisticado que traduce las conversaciones en tiempo real, y que me fue muy útil, especialmente con los niños, porque para ellos era un juego hablarme con este aparatito y escuchar la traducción de mis respuestas. Con las personas adultas me comunicaba en inglés, porque no me animé a hablarles a través del traductor electrónico, pero sí lo utilicé para compartir algo de mi experiencia vocacional con una familia en cuyo hogar, en Tokio, me quedé un par de días. No sabía japonés y hablo poco inglés, pero Dios me ayudó a comunicarme.
Una buena parte de mi experiencia en Japón fue viajar a lo largo del país para conocer las comunidades de mi Congregación de Notre-Dame, pero también tuve algunos choques con la realidad, sobre todo al visitar Hiroshima y Nagasaki. Allí pude ver las consecuencias de la bomba atómica, y también la historia de los primeros cristianos en Japón. Pude tener una experiencia de Dios en un país donde el cristianismo es una minoría y aún así existen fuertes testimonios de fe y esperanza, como lo experimenté en una visita a la comunidad de Tsukuba, que es la más pequeña de las comunidades aquí, en donde descubrí la realidad de muchos migrantes con un cierto nivel de pobreza, lo que hasta entonces no había visto aquí en Japón.
A Dios también lo experimenté en la vida comunitaria en la tierra del sol naciente. Las hermanas en todas las comunidades han sido muy corteses y atentas, con un sentido de amabilidad y acogida muy natural. A mí me trataron como una más de la comunidad, a pesar de no poder comunicarme bien del todo. Una de las experiencias que me impresionó aquí fue ver a las hermanas hacer reverencia y dar las gracias muy seguido.
Hermanas de la Congregación de Notre-Dame en la comunidad de Tobata, Kokura, Japón. (Foto: cortesía Sandra M. Sierra F.)
Yo creo que es porque en cuanto a la vida comunitaria, el sentido de la armonía es importante y aquí eso se siente muy claramente. Aun cuando las hermanas puedan tener diferencias entre ellas, parte normal de los desafíos de vivir y convivir en la comunidad, tienen un sentido admirable de acogida, de respeto por la persona, y de atención a las necesidades de todas en la comunidad.
Después de haberme inmerso en la realidad del cristianismo en Japón y de hacer una pequeña relectura también de la historia de la Congregación de Notre-Dame en este país, me doy cuenta de que el hecho de tener hermanas japonesas en nuestra comunidad religiosa es ya una gracia. Al ingresar en la vida consagrada, a todas nos ha costado dejar todo atrás, pero los obstáculos aquí se definen, prácticamente, como un ir contra corriente, no solo de la familia o amistades, sino de la cultura misma.
No es fácil ser cristiano en un país donde esta confesión de fe no es tan común, como sí lo es en nuestros países. Aun con todos los problemas que pueden enfrentar, y saben que son muchos, ellos y ellas no pierden la fe, el sentido de la solidaridad, su gratitud y respeto hacia los demás.
Las hermanas en Japón no celebran su cumpleaños sino su bautismo, porque esa fecha es para ellas como un nuevo nacimiento en la vida cristiana y de fe. Yo no sé si alcanzo a comprender la profundidad de esta experiencia de fe, testimonio y entrega sencilla de las hermanas japonesas. Es posible que sea porque no he tenido que ir contra corriente a causa de mi fe. Aun así, la experiencia de fe del pueblo japonés me ha marcado.
Conocer la misión de nuestra congregación en esta cultura, que siempre me ha fascinado, se ha convertido en un desafío para mí. Puedo compartir que estas experiencias han sido de visitaciones, de apertura a otras cosmovisiones y culturas y, sobre todo, una experiencia de unidad en la diversidad.
La sabiduría que he recogido de esta experiencia es como el misterio de Pentecostés: recibir la Gracia de Dios, lo que me permitió comprender a mis hermanas más allá de las palabras, de mis esquemas y de mi modo de pensar.
Hna. Sandra Sierra, a la derecha, con la Hna. Shitsuko Endo, superiora de la Congregación de Notre-Dame en Japon. (Foto cortesía de Sandra M. Sierra F.)
Con este encuentro he ido creciendo en apertura a lo diferente, he tenido menos miedo de lanzarme, de equivocarme y preguntar, y al mismo tiempo dejarme interpelar por la realidad de otras hermanas en otras partes del mundo, quienes también han sido llamadas por Dios en el mismo espíritu y carisma.
"Después de haberme inmerso en la realidad del cristianismo en Japón (...) me doy cuenta de que el hecho de tener hermanas japonesas en nuestra comunidad religiosa es ya una gracia": Hna. Sandra Sierra, Congregación de Notre-Dame. #GSRenespañol
Esta experiencia intercultural también me ha dado una nueva perspectiva sobre la historia, en sus inicios, de la congregación y Sta. Margarita Bourgeoys en esta parte del mundo. Ahora reconozco la importancia de los nombres y los lugares por donde anduvo, en Canadá, Francia y otros países.
Finalmente, el estar aquí en Japón me ha hecho tomar conciencia de que la fe que no arriesga no es una fe verdadera. La fe exige ir más allá de nuestro propio esquema mental —incluso ir contra corriente— cuando no comprendemos la situación o el idioma. Dios siempre nos ayudará si estamos dispuestos a abrazar la experiencia que nos quiere regalar.
El monumento a los mártires cristianos en el monte Nishizaka (Nagasaki), construido en 1962, conmemora el centenario de la canonización de las 26 ersonas que perdieron la vida en Japón en 1597, quienes fueron ejecutadas por profesar y difundir el cristianismo durante una época en la que Toyotomi Hideyoshi, líder de ese momento, buscaba promover el budismo como religión predominante. (Foto: cortesía Sandra M. Sierra F.)