En el Hogar de Ancianas Siervas de San José, en La Habana, Cuba, las Hermanas Siervas de San José gestionan un espacio que dignifica a las adultas mayores, a quienes cuidan con amor y de manera integral. (Foto: cortesía de: Hogar de Ancianas Siervas de San José)
Como Siervas de San José, uno de los elementos carismáticos que anima nuestra vida y misión es el trabajo en favor de la mujer. Promovemos, potenciamos y creamos espacios donde compartir la vida, favorecer la formación y el empoderamiento de las mujeres, comunicar saberes y enriquecernos mutuamente.
Uno de los proyectos congregacionales que tienen como centro a la mujer es el Hogar de Ancianas Siervas de San José, que se encuentra en La Habana, Cuba, y que sirve como un espacio para la dignificación de las adultas mayores; una apuesta por mejorar su calidad de vida desde el cuidado integral y el trabajo hecho con amor.
La atención a las abuelas, por parte de las hermanas y los trabajadores nos une en una misión compartida. Es esta misión común la que abre espacios para el diálogo y la formación, y posibilita compartir el carisma con las personas que trabajan junto a nosotras.
Si bien nuestra misión en la Iglesia no es precisamente la de acompañar a personas mayores, este proyecto nos permite trabajar en favor de la dignificación de ellas para ofrecerles un espacio de acogida, cariño y respeto. A la vez, sensibilizamos tanto a los que trabajan con nosotras como a los que nos visitan y abrimos espacio para la esperanza en un momento en el que el adulto mayor es muchas veces olvidado.
"Como una persona joven que apenas inicio en la vida religiosa, aprendo de todos estos ejemplos, en el hogar de ancianos, a ver la vida como un don precioso que se nos ha dado y que en las abuelas aprecio con más intensidad": Hna. Daylenis Lara Rodríguez
Hna. Lara, de blusa blanca, conduce una actividad manual con las abuelas durante su visita al Hogar de Ancianas Siervas San José, en la Habana, Cuba. (Foto: cortesía de Hogar de Ancianas Siervas de San José)
La Hna. María Francisca Pedrido (Paquita), española, lleva alrededor de 37 años entregada a la misión en Cuba. Para ella, el trabajo en el hogar es significativo porque implica entrar en un terreno sagrado, escuchar, acompañar y ayudar desde y con las demás, favoreciendo la formación de una gran familia que tiene como modelo y ejemplo a la Sagrada Familia de Nazaret.
Las labores en este hogar significan, además, conocer, aceptar y contar con cada persona, con sus dones y fragilidades, y disfrutar del cariño, la ternura y la sabiduría que nos regalan los años y la vida. También supone asumir dolores y separaciones, y ofrecer sus vidas al Señor, lo cual es una experiencia rica que enseña el verdadero valor y sentido de la existencia. Orar y trabajar, convivir y recrear el hogar deseado por todas es una parte esencial de su experiencia.
Paquita considera que en la sociedad cubana, una de las grandes necesidades hoy es la atención y cuidado a personas mayores que por diversas razones van quedando solas y muy necesitadas en todos los aspectos de la vida: familiar, social, religioso y económico.
En el hogar de ancianas, las hermanas ofrecen una atención personalizada a las más delicadas de salud y un plan de grupo para responder a necesidades urgentes como medicinas, atención médica, ejercicios físicos, y una alimentación rica y variada. Además, incluyen formación psicopedagógica, actividades culturales y recreativas, oración diaria, misa dominical y encuentros periódicos con otros hogares y residencias en tiempos fuertes como Navidad y Pascua. También colaboran con grupos de voluntarios y permiten la participación en tareas de la casa según las posibilidades de cada una, fomentando autoestima, dignidad, convivencia, valoración de la diversidad y comunión.
"En el Hogar de Ancianas Siervas de San José, las hermanas ofrecen una atención personalizada a las mujeres más delicadas de salud, y un plan para medicinas, ejercicios físicos, y una alimentación rica": Hna. Daylenis Lara Rodríguez
Un grupo de abuelas internas del Hogar de Ancianas Siervas San José, en la Habana, Cuba. (Foto: cortesía de: Hogar de Ancianas Siervas de San José)
Nerio Rodríguez Rodríguez ha trabajado con las hermanas alrededor de trece años. Al preguntarle cómo ha transformado su vida y su perspectiva sobre la mujer adulta el trabajo en el hogar, respondió que trabajar con las hermanas ha sido una experiencia interesante. Venía de otro mundo y al encontrar este, sintió como si se 'resetease', descubriendo una nueva forma de trabajar y de entender el propósito y el objetivo de su labor. Antes era otra persona y esta experiencia lo ha transformado para bien, proporcionándole un sentido de pertenencia.
Ahora Rodríguez existe para tratar bien a otros, hacer su trabajo pensando en las personas que necesitan de él, y está consciente de que cualquier error repercute en el hoy, el mañana y el próximo año. Siente que se encuentra en un hogar y a las hermanas como hermanas de sangre. Aunque trabajar allí es exigente, le da la tranquilidad de saber que está mejorando la convivencia de las ancianas que han dedicado su vida a sus familias y a la sociedad, aunque a veces no han sido correspondidas. Al final de sus vidas, con su trabajo, les hace la vida un poco mejor desde su pequeño aporte. Describe esta experiencia como caminar junto a ellas y junto a las hermanas, conviviendo en esta casa que es casa de Dios.
Míriam Martínez, una abuela beneficiaria del proyecto, me contó que para ella, vivir en el hogar significó, desde que ingresó hace casi dos años, un acercamiento renovado a la Iglesia. Aunque nunca dejó de rezar, por diversas razones no era una católica practicante, aunque sí de fe y de corazón. En el hogar ha vuelto a aprender lo que se vive en una comunidad católica, acercándose a Dios y reforzando su fe, lo cual sigue siendo fundamental para ella.
A pesar de casi no tener familia, Martínez siente que ha comenzado una nueva vida con personas desconocidas, muchas diferentes a ella en costumbres y maneras de apreciar la vida, pero esto palidece ante lo esencial. Vivir en el hogar le ha traído paz en todos los sentidos, tanto material como espiritual, ya que antes vivía sola. También ha aprendido a conocer de cerca a las monjas, admirándose desde el primer día al verlas limpiar, servir mesas y lavar platos, lo cual nunca había considerado antes. "Yo me siento (bien) aquí, no siento que me falta la familia, eso es lo que puedo decir, me siento muy contenta", expresó.
Para mí, los espacios de trabajo en el hogar, aunque no han sido tan largos, han sido muy significativos. Me han ayudado a irme abriendo cada vez más a la vida, a la alegría y a la esperanza. Como una persona joven que apenas inicio en la vida religiosa, aprendo de todos estos ejemplos a ver la vida como un don precioso que se nos ha dado y que en las abuelas aprecio con más intensidad. Es un regalo escuchar sus historias, intuir todo el bien que han hecho y la huella que han dejado en tantas personas. La alegría, que nace de lo profundo, y no puede ser arrebatada por lo externo, se manifiesta en ellas como una sonrisa inocente y sincera.
Me llena de esperanza imaginar una sociedad y una humanidad diferente, donde vivamos todos como una gran familia, donde las personas mayores tienen un lugar importante. Imagino una sociedad donde se respete la dignidad de todos, donde cada cuidado y tarea se realiza con amor, y el trabajo bien hecho sea espacio de crecimiento para todos.
Hoy, en el día de San Joaquín y Santa Ana, la invitación es a trabajar por la dignidad de los adultos mayores: abrir las puertas de nuestro corazón para acoger, respetar y cuidar y dejarnos interpelar por las abuelas y abuelos con quienes compartimos el camino.