Tiendas de campaña improvisadas en el campamento de migrantes Senda de Vida 2 en Reynosa, México, donde permanecen cientos de migrantes a la espera de obtener sus citas para ser entrevistados en el paso fronterizo, lo que puede llevar hasta 6 meses. (Foto: Nancy Sylvester)
Nota de la editora: Global Sisters Report lanza Acogiendo al Extranjero, una nueva serie que examina más de cerca a las religiosas que trabajan con inmigrantes o migrantes. Las entregas presentarán a hermanas y organizaciones que colaboran en red para servir mejor a quienes cruzan las fronteras, explorarán las tendencias migratorias mundiales y abordarán el tema de la inmigración en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Al inicio de la Cuaresma, las Escrituras nos cuentan acerca del tiempo de Jesús en el desierto, cuando se apartó de su rutina habitual para entregarse a la oración con su Abba Dios. Entonces luchó contra el demonio y resistió las promesas de riquezas, gloria y poder. Después de cuarenta días emergió transformado y listo para comenzar su ministerio público, dedicándose a la predicación, enseñanza y sanación de maneras que desconcertaban a los líderes judíos y los oficiales romanos de su época.
Hoy podríamos decir que fue su noche oscura del alma. Durante este tiempo Jesús despertó a su verdadera identidad y adquirió una nueva perspectiva sobre las personas a su alrededor y la época en que vivía. Creo que la Cuaresma nos invita a tomarnos el 'tiempo' necesario para ser más conscientes de quiénes somos y aprender a ver a los demás de una manera nueva, para así poder responder desde el amor.
Tuve el privilegio de comenzar esta Cuaresma con este tipo de 'tiempo'. Durante dos semanas colaboré como voluntaria con las hermanas de las tres congregaciones del Inmaculado Corazón de María en los Estados Unidos: las IHM de Monroe, Michigan; de Scranton, Pennsylvania, y de Filadelfia, Pennsylvania. Las congregaciones IHM y las Hermanas Oblatas de la Providencia de Baltimore, Maryland, han formado una casa OSP-IHM en la frontera en McAllen, Texas (EE. UU.), junto a Reynosa, México. Aunque el problema de la inmigración no me era desconocido, mi experiencia de pasar 'tiempo' aquí me abrió a una forma más profunda de comprenderlo.
El cruce fronterizo entre Reynosa, México, y McAllen, Texas, Estados Unidos. (Foto: Nancy Sylvester)
Me involucré profundamente en el trabajo de estas hermanas, tanto en el Centro de Respiro en McAllen —donde las personas, principalmente familias, se quedan mientras esperan para dirigirse a su destino final en los Estados Unidos— como en dos de las áreas de retención en Reynosa: Casa del Migrante y Senda 2. Estos últimos son espacios donde cientos de migrantes esperan de 2 a 6 meses para obtener una cita en la frontera. Vine con el deseo de estar presente para las personas y para contribuir con el trabajo.
El ritmo era muy distinto a lo que estoy acostumbrada. A pesar de que puede haber actividades planificadas, estas siempre se consideran secundarias en comparación con las necesidades inmediatas del momento. La verdadera labor implica estar presente para las personas de cualquier manera posible, incluso si se reduce a una simple sonrisa y un abrazo. Gran parte del tiempo se destina a permanecer de pie y esperar.
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Fue precisamente durante este período de espera que se generó un espacio interno que propició el despertar a una nueva manera de ver las cosas.
La experiencia de cruzar la frontera implica esperar día tras día, durante semanas, con la expectativa de que tu nombre aparezca en la aplicación oficial, indicando que has obtenido una entrevista; significa también esperar la entrega de alimentos, esperar un momento disponible para lavar la ropa, esperar obtener una carpa o un espacio en el campamento para reclamarlo como propio, y esperar las prendas adecuadas para el viaje hacia tu nuevo hogar y la comunicación con tu patrocinador, quien te proporcionará el boleto para llegar a los Estados Unidos. Esperar, esperar. ¡Esperar!
El campamento de migrantes Senda de Vida 2 en Reynosa, México. (Foto: Nancy Sylvester)
Mientras estaba allí, esperando, haciéndome presente para estas personas que esperaban, sentí un espacio abriéndose dentro de mí. ¿Sería yo capaz de hacerlo? ¿Podría ser paciente y esperar en espacios reducidos con cientos de personas, junto con mi familia durante días? ¿Podría dormir en áreas tipo dormitorio o en carpas noche tras noche? ¿Sería capaz de enfrentar los extremos del clima de Texas/México con la escasa ropa que habría llevado? ¿Podría mantener a mis hijos felices y esperanzados mientras pasan cada día jugando en un espacio reducido, con acceso limitado a juguetes y actividades? ¿Podría lidiar con los recuerdos de lo que dejé atrás: un trabajo, una casa, familiares, amigos? ¿Sería capaz de confiar nuevamente después de ser traicionada por 'coyotes' u otras personas que tomaron lo poco que me quedaba para comenzar una nueva vida?
Si soy honesta conmigo misma, no creo que lo haría muy bien.
Observar y conectarme con los migrantes desde la compasión de mi corazón hizo que resultara imposible juzgar y generó una perspectiva menos propensa a soluciones simplistas. Estas personas no merecen ser etiquetadas con retórica vil ni convertirse en víctimas de un estancamiento político.
Aunque el problema de la inmigración es, sin duda, un tema complejo en términos de política pública, las personas que lo atraviesan no lo son. Son nuestros hermanos y hermanas. Son aquellos con quienes compartiremos nuestro futuro al vivir juntos en el mismo país. Ellos albergan la misma esperanza que antes han traído otros muchos a los Estados Unidos: liberarse de la necesidad, de la tiranía, de la persecución y la violencia. Anhelan condiciones de vida dignas, nuevas oportunidades y una vida mejor tanto para sí mismos como para sus hijos.
"[Los inmigrantes] albergan la misma esperanza que antes han traído otros muchos a los Estados Unidos: liberarse de la necesidad, de la tiranía, de la persecución y la violencia": Hna. Nancy Sylvester
Jesús dedicó cuarenta días al tiempo de espera y reflexión. Esa pausa generó una apertura en su ser, permitiéndole ver a las personas de su época desde perspectivas renovadas. En este período, se encontró con el Amor Divino y esta experiencia transformadora lo condujo hacia su ministerio público, que finalmente culminó en su crucifixión.
Parece que nosotros, como cristianos y ciudadanos, podríamos beneficiarnos de una conversión o transformación similar. Parece que también necesitamos ser atraídos hacia un ministerio público que nos impulse a enseñar y predicar un mensaje de maneras nuevas y desconcertantes, desafiando las perspectivas convencionales, especialmente aquellas arraigadas en el poder.
La búsqueda de una comprensión más profunda y la disposición a adoptar enfoques frescos son esenciales para enfrentar los desafíos contemporáneos y ejercer una influencia positiva en la sociedad.
La práctica de la contemplación nos insta a vaciarnos, creando así una amplitud interna donde podemos encontrar el Amor Divino. En ese espacio expandido, somos capaces de despertar y ver a las personas en nuestras vidas y en nuestro mundo de maneras renovadas, permitiéndonos responder de manera más compasiva y reflexiva.
Es posible que no tengamos cuarenta días o dos semanas esta Cuaresma, pero podemos aprovechar los momentos que sí tenemos para sumergirnos en el espacio contemplativo de nuestro corazón. Al dedicar ese 'tiempo suficiente', podemos lanzar una mirada prolongada y amorosa a la realidad que nos rodea, para luego salir y compartir la buena nueva a través de nuestras acciones y palabras.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 29 de febrero de 2024.