"En este siglo, no, la risa no es un signo universal de lujuria o de pérdida de racionalidad. Y, sin embargo, la forma en que la risa se utiliza ahora como arma puede ser mucho peor que eso": Hna. Joan Chittister. (Foto: Pxhere)
Pregunten a mis amigos, ellos lo saben: cuento historias todo el tiempo. Me encanta un buen chiste. Y me río mucho. Todo lo cual me proporciona algunos problemas serios al tratar de lidiar con el décimo grado de humildad sobre la risa y el humor. Ni les cuento al intentar explicárselo a otra persona.
Peor aún, en este momento de la historia de Estados Unidos, intentar distinguir entre lo que es gracioso y lo que no lo es no es tarea fácil.
El décimo grado de humildad es que "no somos dados a la risa fácil, pues está escrito: 'Solo los necios alzan la voz riendo' (Eclesiástico 21, 23)".
Solo los necios.
Esto me detuvo.
De todos los pasos de humildad a los que me enfrenté en los primeros días de mi vida religiosa, ninguno me afectó tanto como este. Simplemente no podía aceptarlo. Todo en mí se rebelaba ante la idea de estar a merced de una existencia sin sangre ni humor todo el resto de mi vida, y eso en nombre de la santidad.
"Humor y risa no son lo mismo. [San] Benito no prohíbe el humor; prohíbe lo chabacano y lo brutal. Hace de la calidad de nuestra risa una medida de nuestra madurez espiritual·: Hna. Joan Chittister
Así pues, dos preguntas piden atención:
En primer lugar, ¿por qué existiría una declaración sobre la risa en un documento de esta profundidad, esta calidad espiritual, esta reputación centenaria? Por no hablar de uno escrito por Benito de Nursia, siempre llamado "santo", a menudo calificado de gran psicólogo espiritual.
En segundo lugar, ¿qué hacemos con él ahora, en una época de sátira, farsa, insulto y rutinas de 'comedia' que no tienen gracia?
Curiosamente, descubrí que la historia de la risa en las sociedades y en la religión es muy rica, y en absoluto de poca monta.
De hecho, la risa tuvo mucho que ver con las primeras disquisiciones sobre la humildad. Pero, al mismo tiempo, a lo largo de los siglos, los significados atribuidos en un principio a la risa empezaron a entenderse de forma diferente.
Clemente de Alejandría (alrededor del 150-215 d. C.), el primer teólogo cristiano que trató el tema de la risa, no pretendía tanto eliminar la risa —que durante mucho tiempo había sido la base de la sátira y la burla religiosa en Roma— como limitarla. Estaba comprometido con la noción de que la razón debía dominar las emociones, pero que la risa perturbaba la razón. La risa, argumentaba, es un arrebato que viola la racionalidad. Incluso la sonrisa, enseñaba, debía ser controlada.
Desde entonces, durante siglos se ha enseñado que la risa excesiva es señal de un carácter débil e indisciplinado. Socavaba la dignidad humana.
Los primeros líderes de la Iglesia arremetieron contra ella. Ambrosio, Jerónimo, Basilio y Juan Crisóstomo —que afirmaron que Jesús nunca se rio—, todos ellos consideraban la risa como la antesala de la lujuria. La risa, decían, se centraba en el cuerpo, contaminaba el alma y, por tanto, desplazaba la palabra de Dios.
La tradición había hablado claro: la risa era un primer paso en el camino a la perdición eterna. Y la principal de todas las conclusiones era la noción de que los monjes y ermitaños, por encima de todo, debían llorar las miserias del mundo y concentrarse en el sufrimiento y la muerte de Jesús. Una regla religiosa tras otra advertía contra el papel de la risa: el de distraer a los religiosos de las cosas importantes de la vida.
La enseñanza estaba bien asentada. El cristianismo había conquistado la filosofía del "come, bebe y sé feliz" del Imperio romano. Ahora la vida giraba en torno a la salvación, no a la sensualidad, no al 'pan y circo'. Siglos antes de la Regla de Benito, la racionalidad rigurosa ya había echado raíces profundas.
En el siglo XIII, sin embargo, Tomás de Aquino empezó a interpretar los juegos y la alegría, e incluso a Juan Crisóstomo, de forma diferente. En el siglo XV, el filósofo-sacerdote Marsilio Ficino declaró que la risa era "graciosa". Con ese nuevo enfoque de la naturaleza y el lugar de la risa en la vida, comenzó la relación entre risa y plenitud de vida. Finalmente, con el posterior reconocimiento del valor positivo del cuerpo humano, se inició una nueva conversación sobre el papel de la risa, el decoro, la belleza y la Divina Alegría. Fue una intuición médica y psicológica que continúa hasta nuestros días.
De hecho, en nuestra época, la risa se ha convertido en un gran negocio. En los más altos niveles de la neurología, la medicina y la investigación científica se le atribuyen propiedades saludables. Los estudios destacan el papel de la risa en las relaciones, los vínculos sociales, la salud emocional, la reducción del estrés y la salud física. Las fotos adustas de nuestros abuelos, él sentado, ella de pie detrás de él, ambos de rostro severo y sin sonrisa, han dado paso ahora a mujeres risueñas y hombres alegres cuya risa sale en oleadas de las páginas de nuestros álbumes de fotos.
Luego, ¿qué lugar ocupa la risa en la escala de la moralidad? ¿Qué nos depara ahora a nosotros y a nuestra generación, y especialmente a nuestra espiritualidad?
La respuesta es sencilla: todo depende de qué tipo de risa estemos hablando. ¿La risa considerada irracional que centró los primeros 15 siglos de esta espiritualidad? ¿O el tipo de risa que tiene que ver con el desprecio y la burla, con el desdén y el menosprecio, y de lo que tanto vemos a nuestro alrededor?
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En este siglo, no, la risa no es un signo universal de lujuria o de pérdida de racionalidad. Y, sin embargo, la forma en que la risa se utiliza ahora como arma puede ser mucho peor que eso. En nuestra época, los altos cargos públicos pueden ser elegidos lanzando insultos verbales a sus competidores con la esperanza de recoger una cosecha de risas maliciosas. Adiós al civismo, a la caridad, a la humanidad decente.
En la política de la ruina, la reputación o el buen nombre de otros candidatos se reduce a una burla. El deporte de interior favorito del clamoroso público de hoy es incitar a los leones políticos en la arena a quebrar y gruñir y ensangrentarse unos a otros.
No cabe duda: la racionalidad es desde hace tiempo cosa del pasado político. Y también de nuestra madurez política, de nuestra participación pública, de la profundidad espiritual de la sociedad cívica.
Si algo nos enseña este grado de humildad, es sin duda que humor y risa no son lo mismo. Benito no prohíbe el humor; prohíbe lo chabacano y lo brutal. Hace de la calidad de nuestra risa una medida de nuestra madurez espiritual.
"Los necios", dice citando la Escritura, "levantan la voz riendo". Necios: los lerdos y los insensatos, los imprudentes y los tontos, los denigrantes y los sarcásticos. La verdad es que solo cuando nos enfrentamos a nuestros propios defectos y limitaciones personales dejamos de reírnos, mofarnos o burlarnos de nadie nunca más.
Desde mi punto de vista, la humildad nos libera de la carga de un orgullo insufrible y libera al mundo para reflexionar juntos. Ahora sabemos que la vida hay que tomársela en serio. Estamos hablando de cosas importantes. Ya no hay lugar para la risa tonta. No hay lugar para el tipo de risa que es mezquina y desagradable, cruda y lasciva.
De hecho, la risa como arma de despecho y destrucción personal no solo está perturbando ahora la vida social, sino que está amenazando nuestro Gobierno, el carácter de nuestra civilización, la indivisibilidad de nuestra unión y, al final, que Dios nos ayude, "la libertad y la justicia para todos".
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 5 de julio de 2019.