El viento acaricia los árboles en Portocolom en Mallorca, España. (Foto: cortesía de Carmen Notario)
El día ha comenzado con un gran viento. De hecho, ya lo he oído por la noche haciéndose presente en medio de un silencio profundo como queriendo anunciar: “Aquí estoy”. Siento su presencia sobre todo a través de los sonidos de las hojas de los arbustos y las ramas de las palmeras moviéndose a mi alrededor. Escucho ese silbido tan peculiar que me recuerda que el viento mueve la vida, transporta el polen, las semillas y fecunda la tierra. A nosotros, ese viento no nos deja indiferentes; nos mueve las conciencias entretenidas y adormiladas.
Ese viento que nos permite respirar y sentirnos vivos, está siempre ahí, pero lo reconocemos de manera especial cuando arrecia y con fuerza nos golpea la cara. En una palabra, nos despierta. Parece estar ahí fuera porque así lo habíamos percibido hasta ahora. Desde hace algún tiempo entendemos que los humanos no nos situamos desde fuera sino dentro de la evolución de la que somos conscientes.
Lo mejor que podemos hacer ante un viento fuerte, más que luchar en su contra, es dejar que su fuerza nos lleve en la dirección que quiera. Este es el espíritu de este momento. Debemos dejarnos llevar por la fuerza de la evidencia y no luchar contra él, impulsados por el miedo contra los vientos que nos hablan de la necesidad de un cambio de estilo de vida.
Este es el espíritu del momento. El espíritu no está en el más allá sino aquí; no nos envuelve sino que nos constituye y no es patrimonio de ninguna religión concreta. Esta es la base de toda espiritualidad que responde a la sed de trascendencia para que la vida sea algo más que dejar pasar el tiempo, acontecimientos, etapas, incluso proyectos, logros, éxitos y fracasos. El espíritu nos lanza más allá de nuestro individualismo absurdo y nos ayuda a darnos cuenta de que no podemos buscar solo nuestro propio bienestar.
Ese cambio es urgente; en este momento, imprescindible. Estamos muy preocupados en el hemisferio norte, donde en teoría estamos en invierno; sin embargo, muchos países estamos experimentando unas temperaturas demasiado altas para este tiempo. También estamos experimentando un viento sur que aunque en teoría tendría que ser agradable, nos provoca dolores de cabeza y cambios en nuestra tensión arterial porque esto no es lo propio del invierno y nuestro cuerpo lo detecta.
El viento hace que la sensación de frío se multiplique en lugares donde la temperatura es de muchos grados bajo cero, hasta el punto de pedir a la población que no salga de sus casas si no es estrictamente necesario. El viento hace que los incendios sean cada vez más complicados de apagar. Algunas personas dicen que la naturaleza está “enfadada” con nosotros por lo que le estamos haciendo. Otra manera de verlo sería entender que la naturaleza nos avisa que no podemos seguir usando los recursos para beneficio propio temporal, porque a la larga nos perjudica a todos.
No amamos a nuestro planeta de una manera práctica. Yo soy parte del planeta. Todas mis decisiones tienen un impacto, una huella ecológica.
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El espíritu de este momento crucial de la historia golpea nuestras conciencias. Algunos cambian por completo su estilo de vida hacia una vida más ecológica y minimalista. Otros salvan las vidas de personas atrapadas en los vientos huracanados del mar, o en los desiertos que separan países y fronteras. Incluso algunas personas se atreven a enfrentarse a las mafias de trata de seres humanos. Hay quienes creen que las personas son “redimibles” y pueden transformarse en nuevos seres con el acompañamiento debido. Otros se hacen eco del espíritu en despertar conciencias.
Este es el espíritu del momento: un espíritu fuerte, un viento y una fuerza que transforma a los cobardes en valientes, a los mudos en predicadores y a los desanimados en fieles seguidores comprometidos con la causa de Jesús.
Para este cambio de vida necesitamos saber leer los signos de los tiempos y no amedrentarnos por los vientos contrarios, la persecución y nuestro insignificante papel en la sociedad, porque no buscamos poder. La autoridad interior no viene de nuestros conocimientos sino de lo más profundo de nuestro ser, del espíritu.
Hace tiempo que ese espíritu se ha alejado de las múltiples instituciones que creamos para dar forma y estructura a algo que no podemos “atrapar”. Las instituciones creyeron que podrían “atraparlo” pero al igual que el viento entra y sale a sus anchas, el espíritu puede adentrarse en las situaciones más inverosímiles sin dar explicaciones a nadie.
Al viento le llamamos por distintos nombres de acuerdo a las diferentes formas que toma trayéndonos calor, frío, sequedad o alivio: brisa suave, cierzo, tramontana, levante.
Espíritu de vida, empuja nuestras conciencias, no nos dejes tranquilos. Que tu fuerza nos conduzca allí donde se nos necesita. Gracias por estar siempre. Que te sepamos reconocer tanto en medio del ruido como en el silencio. Sácanos del inmovilismo, de la mediocridad, impúlsanos para que demos lo mejor de nosotros mismos para poder crear un mundo más justo para todos.