La hermana de la Misericordia Kathleen Erickson en el muro de la frontera sur de EE. UU. en 2022. (Foto: cortesía Hermanas de la Misericordia)
Nota de la editora: Global Sisters Report, la dinámica comunidad online que informa y da voz a las religiosas católicas de todo el mundo, celebra este año su 10.º aniversario. Acompáñenos mientras echamos otro vistazo a las historias y columnas publicadas en 2014 con nuevas actualizaciones y reportajes.
En 2014, las cosas en la frontera sur de Estados Unidos (EE. UU.) parecían ir tan mal como podían ir.
La patrulla fronteriza de EE. UU. realizó 486 651 detenciones ese año casi todas ellas en la frontera sur. Más de 68 000 de los detenidos eran menores no acompañados.
Y el 31 de julio de 2014, Global Sisters Report, que acababa de comenzar tres meses antes, publicó una entrevista con la hermana de la Misericordia Kathleen Erickson, quien llevaba más de dos décadas trabajando en temas de inmigración y justicia social. Gran parte de su atención en la entrevista se centró en las causas profundas de la crisis de la inmigración y en cómo la mayoría de los estadounidenses disfrutan de comodidades como bienes de consumo baratos a expensas de las personas que son explotadas en otros lugares.
Diez años después, todo es diferente, pero nada ha cambiado realmente.
La inmigración en la frontera sur sigue siendo una crisis, pero aún peor. La avalancha de menores no acompañados continúa, pero está recibiendo mucha menos atención a pesar de que el número de ellos detenidos por la patrulla fronteriza casi se ha duplicado hasta alcanzar los 126 655 en 2022 —porque el número total de detenciones casi se ha cuadruplicado hasta alcanzar los 1,6 millones, según el Transactional Records Access Clearinghouse, también llamado TRAC sobre inmigración de la Universidad de Siracusa—.
La gran mayoría de las personas que solicitan asilo en la frontera siguen procediendo de América Latina, pero las naciones de las que proceden la mayoría han cambiado. Los detenidos que tienen nacionalidad de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Colombia representan el 32 % del total, mientras que en 2014 esos ciudadanos representaban menos del 1 % de los detenidos, según el TRAC.
Y Erickson sigue en Omaha, Nebraska, trabajando en temas de justicia social y sigue viajando a la frontera siempre que puede. Pero ahora gran parte de su atención se centra en la paradoja de una nación que necesita 3 millones más de trabajadores para cubrir puestos vacantes, pero no permite que los 3 millones de personas que esperan una audiencia trabajen. El tiempo de espera medio para una audiencia es actualmente de más de dos años.
Global Sisters Report: Si echamos la vista atrás hasta 2014, ¿qué ha cambiado desde entonces y qué no?
Erickson: Creo que ahora la gente se da cuenta de la gravedad de la situación. Y de que, mientras seguimos con nuestras vidas, hay sufrimiento extremo en otros lugares, justo en nuestro propio país.
Si recordamos lo que dije hace diez años, en aquel momento la gente empezaba a darse cuenta, y yo diría que ahora se ha multiplicado por diez. La gente encuentra en la calle a personas que no saben adónde ir, que no tienen dinero, que no tienen nada, y la respuesta es la generosidad. Eso es un cambio.
También es un reto para nosotros. Tienes que decidir cómo te sitúas y si puedes ignorarlo o si tienes que hacer algo al respecto. Especialmente las comunidades religiosas.
Incluso en tiempos difíciles, seguimos llevando una vida muy cómoda, desde luego si la comparamos con la suya.
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Su enfoque en 2014 parecía centrarse en las causas subyacentes de esta oleada migratoria. ¿Han cambiado esas causas subyacentes? ¿Hemos empezado por fin a abordarlas?
Creo que han empeorado. Y se han extendido a distintos países, lo que dificulta las cosas aquí. Hace diez años, era la gente la que se veía afectada por las políticas estadounidenses en Centroamérica: había guerras, muchos conflictos.
Pero la gente llevaba años huyendo, así que los que llegaban aquí tenían familia. Tenían contactos aquí, gente que podía ayudarles.
Ahora nos llega gente de Venezuela, Colombia, Haití, y no necesariamente tienen contactos en este país. Así que necesitan ayuda, necesitan alojamiento, necesitan de todo.
Y ahora hay cosas como sanciones, porque [como] no nos gusta lo que está pasando en Venezuela por ejemplo, prohibimos el comercio con ellos, y eso se convierte en una bola de nieve de desigualdad y pobreza que obliga a la gente a marcharse.
¿Han cambiado las percepciones erróneas y la desinformación sobre la inmigración?
No. La gente dice que los inmigrantes vienen a quitarnos el trabajo, pero aquí nos faltan trabajadores. El mayor problema es que no se les conceden permisos de trabajo. He asistido a foros en los que personas de diversos sectores admiten que nos faltan miles de trabajadores en esta zona, miles de trabajadores en aquella zona. Tanto es así que algunos dicen tímidamente que la gente los contratará incluso sin permiso de trabajo, lo que, por supuesto, puede dar lugar a abusos.
Intento cambiar el discurso sobre quiénes son esas personas que vienen. Hago una presentación y la gente se queda estupefacta de que necesitemos trabajadores y tengamos inmigrantes que no pueden trabajar. No es que nos quiten el trabajo, es que los necesitamos para cubrir esos puestos.
Una de las cosas que estamos descubriendo al tratar de ayudar a los inmigrantes que llegan a esta zona es que necesitan asesoramiento para la depresión. Quieren trabajar, pueden trabajar, están dispuestos y son capaces, pero no pueden ser contratados porque no consiguen un permiso de trabajo. Están deprimidos, necesitan trabajar. Quieren alimentar a sus familias, quieren cuidar de sí mismos, y no se les permite.
Diez años después, ¿sigue teniendo esperanzas?
¡Ah, sí! La gente sale de la nada para ayudar. Mucha gente está haciendo donativos, están viniendo a ayudarles a encontrar lugares donde vivir, a escolarizar a sus hijos. Es la bondad de la gente lo que me da esperanza.