¿Hasta qué punto evaluamos y nos autoevaluamos desde una mirada constructiva buscando una real mejora de nosotros mismos, en lo que hacemos y en nuestra contribución a nuestro mundo? (Foto: Pixabay)
Últimamente he estado reflexionando en la necesidad de la evaluación. Parece algo obvio y sencillo, pero cuando nos enfrentamos al discernimiento de procesos, el cierre de etapas, la conclusión de proyectos o la búsqueda de horizontes, nos damos cuenta de que es más esencial de lo que pensamos.
Evaluar implica recolectar lo aprendido después de recorrer una etapa. El camino puede ser personal, comunitario o apostólico, pero regalarnos ese tiempo de relectura es esencial.
En primer lugar, nos da la oportunidad de percatarnos de todos los regalos, milagros y eventos maravillosos que ocurrieron a lo largo del sendero. Además, nos ayuda a enmendar nuestro camino: reconocer los aciertos y desaciertos en el tramo recorrido y reorientar el curso de nuestros pasos.
El problema es que vivimos en un ritmo tan ajetreado que no nos damos tiempo de parar en sentido profundo. Estamos acostumbramos a calificar y ser calificados, a criticar y ser criticados. Sin embargo, ¿hasta qué punto evaluamos y nos autoevaluamos desde una mirada constructiva buscando una real mejora de nosotros mismos, en lo que hacemos y en nuestra contribución a nuestro mundo?
Si parafraseamos un poco del espíritu de san Ignacio, hemos de recordar que es tan importante orar como discernir lo orado. Es tan importante vivir como evaluar lo vivido. Y es igual de importante hacer la voluntad de Dios como evaluar y discernir hasta qué punto eso que percibimos es realmente voluntad de Dios.
A veces me encuentro tratando de discernir situaciones que llevan años estancadas, sin que nadie se haya tomado el tiempo para percatarse de esa falta de evolución ¿Es posible que esto ocurra? ¡Pues sí! ¡Ocurre con más frecuencia de lo que solemos darnos cuenta! Sencillamente porque a menudo pasamos por alto la evaluación; nos conformamos con pensar que estamos haciendo todo bien y por esa actitud tan ingenua terminamos condenando proyectos al anquilosamiento. Con el paso del tiempo, estos proyectos se deterioran y finalmente se aniquilan.
Por esto, evaluar es una manifestación de amor hacia uno mismo, Dios y los demás.
¿Cómo puedo mejorar la calidad de mi proceder si no me doy el tiempo para reconocer lo que ha sido inspirado por Dios, lo que ha sido acertado y lo que ha sido influenciado por mi ego o por falsas motivaciones?
¿Cómo puedo manifestar en mi vida el amor de Dios que recibo a diario, si no me doy tiempo para percibir los lugares en los que Él me salió al paso en mi jornada? ¿Cómo manifestar su amor si ni siquiera me detengo a ver si mi manera de amarlo y servirlo ha sido adecuada?
Un camino para asumir esta práctica sería incorporar lo que san Ignacio recomendaba con insistencia: examinar el día de manera consciente; esto es, conceder tiempo para discernir el origen de mis afectos y mis decisiones. ¡Permite que esta práctica forme parte de tus hábitos!
Al final de la jornada, dedica un momento para agradecer al Señor por su intervención en tu historia a través de hechos maravillosos, la rutina diaria, personas sencillas o acontecimientos importantes. A la vez, permite que Jesús te señale tus defectos, tus intenciones no tan rectas e incluso tus falsedades.
Sin esta autoevaluación, es difícil recibir con agrado la evaluación que otros hermanos en la fe pueden darnos a través de la corrección fraterna. Y es mucho más difícil que propicies espacios para evaluar con otros la marcha de los proyectos que se llevan entre manos.
Pero, ¿cómo podría crecer un artista si no evalúa su rendimiento? ¿Cómo mejoraría un deportista si no permite que le ayuden a mejorar su técnica? ¿Cómo podemos crecer nosotros si no permitimos que otros nos ayuden a reconocer las áreas que podemos corregir para evolucionar y mejorar?
¡El proceso que llevamos es importante porque es nuestro camino de crecimiento e identificación con Jesús! No podemos pasar por alto la evaluación ni el autoexamen.
Si retomamos ese hábito, seguramente nos sentiremos menos desorientados, más plenos en nuestra existencia, más seguros de las decisiones que tomamos, y tendremos más oportunidades de autocorregirnos. Eliminaremos esa sensación de andar en piloto automático esperando a que otros decidan por nosotros, o que las circunstancias nos pongan un alto en el camino. Evaluar es el camino para vivir de manera consciente, para asumir nuestras decisiones sin escudarnos en los demás.
¡Empieza de una vez! ¡Detente hoy a percibir el paso de Dios por tu vida a lo largo de esta jornada! ¡Identifica su llamada detrás de la infinidad de detalles que tiene hacia ti! Reconoce en qué áreas puedes crecer para lograr una mejor versión de ti mismo.