"El centro significa la fuente de donde emerge la vida. Este lugar está dentro, en mi hogar interior. Es el elemento unificador de la comunidad": Hna. Magda Bennásar. (Foto: Pixabay)
"Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ‘¡La paz esté con ustedes!’": Juan 20, 19
Estamos en pleno tiempo de Resurrección y las lecturas nos ofrecen auténticas catequesis de realismo para el día a día en nuestras Galileas, donde somos enviadas. Galilea en la Biblia es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas de diferente raza, cultura y religión. Por todo ello se convierte en el lugar simbólico para comunicar el Evangelio a todos.
¿Acaso no es así, en general, en los lugares donde vivimos la mayoría de nosotras? Es a esa complejidad humana donde somos enviadas, también hoy; y a donde acudimos con la frescura de la experiencia pascual más potente que el peso de las dificultades.
Juan 20, 19 nos dice que después de la resurrección "Jesús se hace presente en el centro". El texto empieza con palabras que nos indican que la situación es absolutamente difícil para la primera comunidad de discípulos y discípulas: “anochecido, puertas atrancadas, miedo”. A la vez, en el mismo texto encontramos las palabras "aquel día primero de la semana", que hacen alusión al comienzo de una nueva creación, en paralelo con el relato de la creación en Génesis, capítulo 1.
"¿Podrían nuestras vidas [como religiosas] ser y ofrecer espacios donde cualquier persona en búsqueda [de espiritualidad y de ser escuchada] pueda acudir?": Hna. Magda Bennásar
La resurrección marca un nuevo modo de vivir y nos ofrece la oportunidad de 're-crear' y de 're-pensar' nuestra vida y la vida de nuestras comunidades. "Los discípulos" son identificados con un nombre genérico, sin concretar sus nombres, para que podamos identificarnos con ellos a lo largo de la historia. Discípulos somos todas y todos los que damos nuestra adhesión a Jesús.
"Puertas atrancadas, miedo": palabras que sugieren inseguridad y desamparo, porque aún no tienen experiencia de que Jesús está vivo. [aún no han experimentado la presencia viva de Jesús]
"…llegó Jesús, haciéndose presente en el centro…". El centro significa la fuente de donde emerge la vida. Este lugar está dentro, en mi hogar interior. Es el elemento unificador de la comunidad.
No puedo evitar hacer paralelos con la situación de la vida consagrada y su proceso evolutivo hacia el nuevo paradigma que emerge hoy.
Desde una lectura orante del texto propuesto, puedo identificar el momento como un regalo de luz para nuestro hoy.
Las discípulas somos cada una de nosotras, enfrentado tiempos de noche y de miedo y a la vez abrigando la esperanza en un nuevo día. Adoptamos un nuevo modo de vivir nuestra consagración en un mundo secularizado, sin escondernos por miedo a los abismos generados por el duelo de dejar ir formas obsoletas que nos daban seguridad y rango.
También se nos invita a confrontar el miedo a acoger la vida nueva, que como a bebé recién nacido tal vez no sabemos muy bien cómo cuidar o nutrir.
¿Cuáles son nuestras puertas atrancadas? Sabemos que el miedo puede paralizarnos, bloqueando así sugerencias de la Ruah para dar los primeros pasos. Tal vez a algunas de nosotras nos sugiere un modo de orar más profundo, que surge desde nuestro centro donde habita el 'amor' con quien hemos hecho alianza.
Respecto a esta dimensión de la oración personal en nuestras vidas, voy viendo cómo las personas buscadoras de espiritualidad buscan lugares y personas a donde acudir. Estas personas buscan no solo acompañamiento espiritual agendado, sino un refugio cotidiano, una especie de monasterio encarnado en personas cuyas vidas y espacios ofrecen oasis de silencio y presencia en medio de las ciudades. Estos lugares proporcionan espacios de escucha atenta y gratuita, así como palabras que acompañan.
Hace unos años fui con dos personas de mi comunidad y una amiga laica a la Grace Cathedral, la catedral Episcopaliana de San Francisco en California. Era mediodía, un momento que me recordó el texto de la samaritana en Juan 4, donde la mujer, al mediodía, se acercaba al pozo a buscar agua. Estábamos visitando lugares en California que algunas ya conocíamos y deseábamos compartir con nuestras compañeras.
"Tal vez a algunas de nosotras [las religiosas]nos sugiere un modo de orar más profundo, que surge desde nuestro centro donde habita el 'amor' con quien hemos hecho alianza": Hna. Magda Bennásar. (Foto: Grace Cathedral/Diócesis de California)
Al entrar en Grace Cathedral, nos impactó el silencio acompañado de una música sacra suave que inducía a 'entrar' en aquel espacio de oración. Como Moisés ante la zarza ardiente, nos descalzamos y sin decir nada, cada una guiada por el ambiente, entramos a caminar el laberinto.
A esta hora del almuerzo, la catedral era visitada por ejecutivos y ejecutivas que trabajaban en el barrio financiero donde está ubicada. Este grupo de personas tan diversas dedicaba parte de su tiempo de almuerzo a orar. Su silencio, su caminar lento y la energía que emanaba el lugar aún siguen en mí, tanto que desde entonces ofrecemos un taller que titulamos Caminar el Laberinto.
¿Podrían nuestras vidas ser y ofrecer espacios donde cualquier persona en búsqueda pueda acudir? Sé que para eso están los monasterios y lo agradezco infinitamente. Sin embargo, en la ciudad, en los pueblos, en el día a día, ¿a dónde acude la gente para encontrar una persona orante que les acompaña en tiempos de duelo, separación, sequedad, decepción con la institución, soledad, o discernimiento?
En el mundo católico, hay iglesias que abren sus puertas a la hora de la Eucaristía diaria. Sin embargo, se abren y cierran casi enseguida porque tienen que irse debido a las prisas y también por seguridad: al haber robos, todo permanece cerrado.
Necesitamos espacios de silencio acompañado que sean diferentes a las celebraciones comunitarias.
Cuando Jesús se hace presente en en el centro de mi ser, supera mis puertas trancadas por miedo. Él llega donde yo estoy sin más y entablamos una conversación, casi siempre en silencio, mientras acojo su presencia cargada de suave fuerza. Esta presencia me saca del anonimato, de la niebla densa, del ego que tantas veces demanda más luz y más seguridad.
Y hoy, aquí y ahora, voy a hacer una confesión personal: hasta que me encontré frente a la necesidad de compartir mi oración con otras chicas que, como yo buscaban sentido y hasta que no me hablaron de que mi vocación era enseñar a orar, no me había tomado la oración personal como algo serio ni había asumido la responsabilidad de saber y experimentar que al compartir la oración, comparto la vida de Dios que se me regala.
Eso ocurrió cuando tenía 16 años, y desde entonces no he dejado pasar ninguna madrugada sin estar ahí un par de horas, con la Palabra y el Silencio, en silencio con la Palabra. Después, como panadera que ha horneado el pan de la Palabra, siempre he buscado la forma de compartirlo, aunque me lo rechacen a menudo. Sin embargo, cuando lo aceptan y lo prueban, experimento un gozo inmenso. Posiblemente esta experiencia sea un pellizco de resurrección.
Al final la Vida Nueva del Resucitado se contagia en la Galilea de nuestras vidas, en nuestros lugares de frontera geográfica, donde llegan los más pobres buscando acogida y tantas veces son rechazados o mueren en su travesía, y también en nuestras fronteras mentales, morales… cuando levantamos muros por miedo y el Resucitado nos habla al corazón.
¡Feliz tiempo pascual!