Las hermanas y sus ayudantes posan en el patio de La Palmita para una foto después de un reciente abordaje o sesión de acercamiento en las calles de La Merced. De izquierda a derecha: la Hna. novicia Isaura, Hnas. Manuela Rodríguez, Mariana Gutiérrez, Cecilia Martínez; Hna. María Rosas, Hna. Carmen Paz y la periodista Tracy Barnett. (Foto: cortesía de Tracy Barnett)
El 18 de octubre me desplacé a la Ciudad de México para ver el lado sombrío de esta megametrópolis. Pero toda sombra tiene su luz, y para eso estaba yo allí. Había aceptado un encargo de Global Sisters Report y, gracias a mi colaboración con esta revista a lo largo de los años, he tenido el privilegio de pasar tiempo con algunos de los líderes más progresistas, valientes y eficaces que he conocido. Esta vez no fue una excepción.
El lugar: La Merced, la mayor zona de prostitución de la Ciudad de México y una de las más grandes del mundo. El tema: un grupo de hermanas que acompaña a 'mujeres en condiciones de prostitución'.
La Casa Madre Antonia, un proyecto de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, es el foco de luz en el corazón de la zona de prostitución. Esta institución se encuentra en medio de una doble celebración: el 200 cumpleaños de su madre fundadora, Antonia María de Oviedo y Schönthal, y su 150 aniversario en México.
Llegué el martes por la tarde a tiempo para conversar con las hermanas de la Casa, en un barrio tranquilo a unos 20 minutos del caos de La Merced. Me hablaron de su trabajo para atender las necesidades de las mujeres a todos los niveles: espiritual, educativo, emocional y profesional.
Pero el primer paso se da en la calle, donde las hermanas se relacionan con las mujeres cara a cara. Me intrigaba saber cómo funcionaría este proceso y cómo estas mujeres de voz suave podrían interactuar en un entorno tan duro. Pronto lo comprobaría por mí misma.
“Por encima de todo, vemos en ellas a seres humanos, hijas de Dios, con todos sus derechos, capacidades y potencial”, afirmó la Hna. Manuela Rodríguez Piñeres, una colombiana alta, de ingenio rápido y apasionada por la justicia y los derechos de la mujer. “Nacemos así, con esa espiritualidad de gran respeto por la persona, al estilo de Jesús. Lo importante no eran las doctrinas, sino la persona que estaba delante”, apuntó.
La herencia guatemalteca de la Hna. Carmen Paz, directora de la Casa Madre Antonia, se hizo patente al relatar la forma en que las hermanas tejen una historia con cada una de las mujeres. “Hablan de sus realidades, de su historia, sobre todo de sus ancestros (...), una riqueza que se ha venido transmitiendo de generación en generación”, explicó y añadió: “Pero también está la otra parte: que la prostitución también se ha dado en esos niveles, que se empezó desde la abuela a la hija, a las nietas... y con el riesgo de que hasta las bisnietas”.
Por eso, parte de su trabajo es ayudar a las mujeres a romper esa cadena, a visualizar que “la prostitución no tiene la última palabra y que ellas pueden buscar otras alternativas”, afirmó Paz.
La Merced, sede del mayor distrito comercial tradicional de la Ciudad de México y también de su mayor zona de prostitución, es un epicentro de actividad comercial. (Foto: GSR/Tracy Barnett).
Paz se siente especialmente orgullosa de su proyecto de medicinas naturales, que ha creado una fuente de ingresos y orgullo para varias mujeres. Escucha cómo trabajan juntas y se animan mutuamente. “Hoy platicaba con una de las chicas y me dice: 'Me siento tan bien que ya quisiera estar acá con ustedes trabajando, hablándole a las compañeras de que se puede salir adelante'”, expresó.
Cuando la gente le pregunta a las hermanas por el número de mujeres que han conseguido sacar de la prostitución, Paz comentó que ellas responden: “No las vamos a sacar. Van a hacer ellas sus vidas, y con los ejemplos [de las mujeres que las precedieron], son ellas las que van a trascender”.
En una clase sobre “autopercepción”
La Casa Madre Antonia es acogedora, con habitaciones luminosas y ventiladas pintadas con colores vivos; la entrada recibe a los visitantes con un colorido mural de temática africana. Un Cristo negro cuelga crucificado del 'árbol de la vida' [simbolismo relacionado con la interconexión entre todas las formas de la creación], rodeado de imágenes de su obra de liberación del espíritu humano. Hay espacios tranquilos para la reflexión, como el adoratorio, una sala convertida en capilla adornada con flores frescas, velas encendidas y un retrato de la madre Antonia cuando era joven.
El miércoles por la mañana nos reunimos en la biblioteca para mi primer encuentro con las mujeres. Nunca había conocido a una trabajadora sexual y no sabía muy bien qué esperar. Lo que no esperaba era lo cotidiano del encuentro.
Estaban asistiendo a una clase sobre 'autopercepción' con el psicólogo Raúl Galindo Cadena. Las mujeres charlaban amistosamente, cada una cogiendo su cuaderno de un montón. El grupo era diverso en edad, etnia, estilo y nivel educativo, y el ambiente era alegre cuando tomaron asiento. Parecían felices de estar juntas, en el espacio seguro que es la Casa Madre Antonia.
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Muchas asintieron con la cabeza cuando Galindo describió las señales de una relación tóxica y dio consejos sobre cómo poner límites. “Si no respetan tus límites, no es amor”, insistió.
“Una relación tóxica es una que te hace sentir despreciado”, explicó y agregó: “La persona tiene ganas de tener control completo y todo el poder en la relación. Hay una creencia de que la mujer tiene que dedicarse a la casa, y el hombre tiene que mandar; cuando él llega a casa, la mujer debe traer sus pantuflas, el periódico y el [control] remoto [de la televisión]”.
Las mujeres se miraban con complicidad. Cuando hablaban, compartían historias de parejas exigentes, hijos manipuladores, pesadas cargas de trabajo. Podría haber sido cualquier grupo de mujeres, en cualquier lugar.
Al principio de la charla, Rosas me presentó a las mujeres, así que sabían que estaba allí para escribir una historia. Un par de ellas me miraron a los ojos durante la charla y sus sonrisas eran cálidas, por lo que me acerqué al terminar la sesión.
Maitena, a la izquierda, y Lorena, dos participantes habituales en los programas de la Casa Madre Antonia, delante del mural de la entrada de la Casa. “Las hermanas me inyectan valor”, dice Lorena. (Foto: GSR/Tracy Barnett).
Maitena y Lorena, así se hacían llamar (cambiaron sus nombres para proteger su identidad), aunque se mostraban discretas sobre los detalles de su trabajo, estaban deseosas de hablar de las hermanas y del impacto que habían tenido en sus vidas.
Lorena sigue contando el trabajo sexual entre sus diversas ocupaciones (limpieza de casas, lavandería, cocina), pero gracias al apoyo de las hermanas, eso está cambiando. Lorena empezó a acudir a la Casa Madre Antonia cuando la pandemia vació las calles y encontró una comunidad de 'mujeres de lucha' en busca de una vida mejor que la apoyaba.
“Las hermanas me inyectan valor”, afirma.
Alrededor del pozo de los deseos
En mi última mañana me uní a las mujeres alrededor del 'pozo de los deseos' en el jardín de la Casa Madre Antonia mientras Rodríguez contaba la antigua historia de Hagar, pero situándola en un contexto moderno. La esposa de Abraham, Sara, que era estéril, le dio a su esclava Hagar para que la familia tuviera un heredero. Pero cuando Dios dotó milagrosamente a Sara de la capacidad de tener un hijo, Abraham despidió a Hagar y le dijo a su mujer: “Haz con ella lo mejor que te parezca”.
“Y él se lavó las manos, como hacen los varones”, continuó Rodríguez y al respecto comentó: “Muchas veces, los hombres dejan embarazadas a las mujeres y se van. ¿No conocen alguna situación de esas?”.
—¡Muchos!— gritaron varias.
La Hna. Manuela Rodríguez reúne a las mujeres alrededor del 'pozo de los deseos' en el jardín y comparte formación espiritual todos los jueves. Esa mañana de octubre le dio un enfoque moderno a la historia de Hagar, la esclava de Sara, la esposa de Abraham (Foto: GSR /Tracy Barnett).
Hagar fue solo una más en la larga lista de mujeres bíblicas que fueron desechadas, maltratadas o invisibilizadas por los hombres de sus vidas, afirmó Rodríguez, quien aconsejó leer la Biblia con escepticismo, ya que fue escrita por hombres en una época en la que reinaba el machismo; no muy diferente de la actual en ese sentido.
“A veces aceptamos que [los hombres] nos controlen con el celular, con sus preguntas. [...] Pero las costumbres machistas de ayer y de hoy siguen perpetuando una desigualdad”, aseveró Rodríguez.
A esto añadió también que somos seres humanos, hechos a imagen de Dios, y por lo tanto no podemos continuar bajando la cabeza.
Después de acompañar a Paz en su trabajo de divulgación en las calles, en mi última tarde me reuní con las hermanas y sus ayudantes en el patio de La Palmita (su espacio en el corazón de La Merced) para una última foto de grupo. El día anterior, Cecilia Juárez Martínez se había negado a que le hicieran una foto, después de compartir conmigo con dolorosos detalles su historia como trabajadora sexual.
Hoy, mientras se acercaba sin vacilar a la sesión de fotos, he visto a una Martínez diferente: segura de sí misma, feliz. He hablado con ella para ver si le parecía bien que publicáramos su foto aquí.
Hizo una breve pausa y sonrió. “Sí, me parece bien”, dijo. Se colocó en el centro, con la cabeza alta y una sonrisa orgullosa.
Nota del editor: Esta entrevista, realizada en español, fue publicada originalmente en inglés el 24 de noviembre de 2022, después de haber sido traducida por Helga Leija, hermana benedictina con experiencia y formación académica en traducción.