“En cierta ocasión, mientras me encontraba meditando en el claustro del monasterio, escuché el timbre de la puerta. (…). Me levanté a disgusto y fui a abrir la puerta (…). Para mi sorpresa, me encontré con un anciano que con su amable sonrisa me entregó una bolsa de material escolar para la campaña que estábamos realizando. (…) En ese momento comprendí que Dios me sorprendía (…). El que tocaba la puerta no era un obstáculo en mi camino hacia la paz interior, sino el lugar de encuentro con Dios”: Hna. Marlene Quispe Tenorio. (Foto: cortesía Marlene Quispe Tenorio)
Nuestra comunidad comenzó la Cuaresma con un retiro titulado 'De la esclavitud a la libertad', donde nos sugirieron utilizar los materiales del mensaje cuaresmal del papa Francisco del 2024 y las confesiones de san Agustín como guía para profundizar en el tema. Estos textos me inspiraron a adentrarme en la Cuaresma como una peregrinación interior hacia el Dios que nos habita.
En este viaje interior, experimenté el kairós, el tiempo de Dios, en lo concreto y ordinario de mi vida. Descubrí su presencia y escuché su voz que me decía: "Tú eres mi hija muy querida" (Mc 1, 11). Así, pude dejar atrás el krónos, tiempo cruel y paranoico sobre el cual no tengo control alguno, que me somete en un caos continuo y me devora sin darme cuenta.
"Esta es la experiencia más conmovedora de este tiempo cuaresmal para mí: sentirme verdaderamente hija de Dios y libre. Creo que he empezado uno de los viajes más desafiantes de mi vida al ahondar en esta verdad (…)": Hna. Marlene Quispe Tenorio
Sin la urgencia del tiempo, esa voz me dio la posibilidad de volver la mirada hacia él y descubrirlo como Dios Padre que me ama sin límites, sin condiciones, y que me espera siempre. Volver a escuchar: "Hija, vuelve a casa, por ti 'mis entrañas se conmueven'" (Jr. 31, 20), me recordó que mi vida es un continuo éxodo, en el cual Él mismo me acompaña a pasar por el desierto de mi temporalidad y pecado, a través de los desafíos de la vida, alentándome y sosteniéndome en mi peregrinación en el camino hacia la eternidad y el perdón. Esta es la experiencia pascual, la libertad de los hijos de Dios.
Y también esta es la experiencia más conmovedora de este tiempo cuaresmal para mí: sentirme verdaderamente hija de Dios y libre. Creo que he empezado uno de los viajes más desafiantes de mi vida al ahondar en esta verdad de fe de Dios Padre. Es más, esta experiencia de filiación me adentra a descubrir dentro de mí misma lo que tantas veces he buscado fuera. Descubrir al que me habita, al que es más íntimo que mi propia intimidad y que continuamente me impulsa a salir de mí misma. No sé explicarlo muy bien, pero, ahora comprendo las palabras de san Agustín: “Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro, y yo afuera, y por fuera te buscaba".
"Una de las causas que entorpecen mi peregrinación es buscarme solo a mí misma, y no a Dios ni a los hermanos cuando retorno al corazón. Cuando eso ocurre, me desoriento y no sé de dónde vengo ni a donde voy. Salgo vacía y la incoherencia me acompaña": Hna. Marlene Quispe Tenorio. (Foto: cortesía Hna. Marlene Quispe Tenorio)
Dios me regaló la experiencia de retornar al corazón, al amor. Fue el don de volver a casa, al hogar, donde me esperaban con los brazos abiertos y donde encontré la alegría, la paz, la confianza, la libertad y un nuevo horizonte. Fue el lugar donde redescubrí que mi relación filial me abría a la responsabilidad en la relación fraterna, que me invita a reconocer a cada ser humano como un hermano, y donde se me enseña a custodiar la casa común para hacer posible la vida para todos.
Aunque no siempre es así, no me resulta fácil mantenerme en este dinamismo que transforma la vida. Una de las causas que entorpecen mi peregrinación es buscarme solo a mí misma, y no a Dios ni a los hermanos cuando retorno al corazón. Cuando eso ocurre, me desoriento y no sé de dónde vengo ni a donde voy. Salgo vacía y la incoherencia me acompaña. Mi rostro se vuelve amargo como un limón, y mis relaciones fraternas reflejan lo peor de mí misma. Si alguien toca la puerta del monasterio, lo considero un obstáculo que me quita la paz y la casa común se convierte en una propiedad que tengo que defender de los extraños, de los extranjeros.
En cierta ocasión, mientras me encontraba meditando en el claustro del monasterio, escuché el timbre de la puerta. En lugar de acoger ese momento como una oportunidad de encuentro, lo percibí como una interrupción molesta que perturbaba mi concentración. El timbre no dejaba de sonar y la hermana encargada no aparecía. Me levanté a disgusto y fui a abrir la puerta, esperando poder deshacerme rápidamente de quienquiera que estuviera al otro lado, indicando que estábamos en tiempo de oración.
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Para mi sorpresa, me encontré frente a frente con un anciano que con su amable sonrisa me entregó una bolsa de material escolar para la campaña que estábamos realizando. Su gesto sencillo y lleno de amor me conmovió profundamente, y en ese momento comprendí que Dios me sorprendía y me regalaba la paz en el rostro amable del anciano. El que tocaba la puerta no era un obstáculo en mi camino hacia la paz interior, sino el lugar de encuentro con Dios.
Este encuentro sencillo me llevó de vuelta a Dios, a recordar su abrazo paterno, a descubrir que es él quien sale a mi encuentro y me pregunta: ¿qué deseas? Y me dice: “Toma tu camilla y camina” (Jn 5, 1-3. 5-18). Este encuentro me invita a acoger el manantial de misericordia que pronuncia mi nombre, me mira, me besa, me lava, me cura y dice: Hagamos fiesta, “porque esta hija mía estaba muerta y ha vuelto a la vida; estaba perdida y la he encontrado” (Lc 15, 24).
Ingresamos a los pórticos de la memoria pascual y solo puedo expresar que soy una mujer pecadora en camino. Al revisar mi historia personal, marcada por encuentros y desencuentros, solo puedo clamar: “¡Oh Dios!, ¡ten compasión de mí, que soy pecadora!” (Lc 18, 13). Sin embargo, pido a Dios, rico en misericordia y compasión, que me permita vivir este triduo pascual con la certeza de su presencia en mi día a día. Deseo seguir descubriendo su presencia en mi interior, para reconocerme como alguien buscada, encontrada y habitada. Lo mismo anhelo para cada uno de mis hermanos, para que juntos podamos comunicar a todas las personas que podemos peregrinar con alegría hacia la Pascua que Dios quiere celebrar con cada una de nosotras.