Los residentes del Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas de San Pedro (Laguna, Filipinas) se reúnen en la cabaña exterior del recinto para rezar la coronilla de la Divina Misericordia y el rosario; allí también ven la televisión. (Foto: Oliver Samson)
Cuatro hermanas de San Francisco Javier atienden a 18 ancianas en una residencia ubicada en San Pedro, una ciudad al sur de Manila. Desde 2002, el Hogar para Ancianas y Desamparadas María Madre de la Misericordia ofrece cobijo a mujeres de entre 60 y 90 años, independientemente de su afiliación religiosa. En la actualidad, la congregación cuenta únicamente con dos hermanas filipinas que trabajan allí junto a dos de Birmania.
En Birmania o Myanmar, donde se fundó la congregación de las Hermanas de San Francisco Javier en 1897, hay 400 religiosas y 114 comunidades, explicó la Hna. Venus Marie S. Pegar, filipina y directora vocacional de su pequeña comunidad en Filipinas.
Cuando en 2002 las hermanas de San Francisco Javier se hicieron cargo del Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas —perteneciente a los Servitas (Orden de los Siervos de María), quienes habían estado atendiendo allí a hombres mayores—, contaban con una sola miembra filipina, por eso tres hermanas acudieron en su ayuda desde Birmania. Cuando otra filipina se unió a la congregación, la tercera hermana regresó a ese país.
Eulalia Ocon, residente del Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas, con la Hna. Venus Marie S. Pegar, directora de vocaciones de la comunidad de las Hermanas de San Francisco Javier de Filipinas, en el museo del hogar. Ocon tiene una discapacidad que le afecta al habla; sin embargo, ayuda a las religiosas a visitar el museo construido por la filántropa Mercedes Oliver. (Foto: Oliver Samson)
Las hermanas de Birmania hablan solamente un poco de inglés y filipino, explicó Pegar, y ambas se comunican mejor en inglés; pero la barrera del idioma no obstaculiza su capacidad para llevar a cabo eficazmente su apostolado.
"Nuestra superiora ya había estado destinada aquí", comentó la Hna. Jay Ann dela Cruz, otra filipina y la más joven de las cuatro. "Así que ya sabe filipino a nivel básico", apuntó.
La Hna. Rose Susie, natural de Birmania, es la superiora de la comunidad de la congregación en Filipinas. La otra nativa de Birmania es la Hna. Roselyn.
Cuando la situación requiere algo más que filipino básico, las hermanas filipinas acuden para encargarse de ello, comentó Dela Cruz, quien actualmente estudia Psicología.
La Hna. Rose Susie, superiora de la comunidad de las Hermanas de San Francisco Javier, sirve un aperitivo a los residentes del Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas en la cabaña de la residencia, después de la coronilla de la Divina Misericordia y el rosario. Las residentes ven la televisión antes y después de las oraciones de las 3 p. m. (Foto: Oliver Samson)
Las hermanas de Birmania preparan su comida nativa para las residentes filipinas, como pasteles de arroz meloso con plátano maduro. Los pasteles de arroz meloso filipinos no llevan plátano.
"Para las lolas, los pasteles de arroz son más sabrosos porque llevan plátano", explicó Dela Cruz.
'Lola' significa abuela en filipino y las hermanas utilizan el término con cariño para referirse a las mujeres a su cargo.
Las religiosas sirven a las residentes el desayuno, normalmente pan y café, a las 6.30 a. m. Después, hacen algunos estiramientos en una cabaña abierta. A veces, las hermanas ponen música para animarlas a bailar.
"Las animamos a dar un breve paseo al aire libre", aseguró la Hna. Pegar. "Pero algunas lolas se quejan rápidamente de que ya están cansadas, incluso después de dar unos pocos pasos. Las otras se niegan en rotundo a moverse", añadió.
Dos residentes del Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas pasan la tarde recibiendo el aire libre desde la segunda planta de su residencia. (Foto: Oliver Samson)
Antes las hermanas animaban a las mujeres a realizar algunas actividades sencillas para mantenerse activas, como confeccionar alfombras; pero empezaron a quejarse de dolor en las manos y mala vista. En su lugar, las religiosas instalaron un televisor en la cabaña para entretenerlas.
A las tres de la tarde, las residentes rezan la coronilla de la Divina Misericordia y el rosario. Después de las oraciones, toman la merienda. Las hermanas dan de comer con cuchara a dos residentes.
Las religiosas se turnan semanalmente para cocinar y sustituyen a Dela Cruz cuando tiene clase.
"Animamos a las hermanas que están estudiando a que den prioridad a sus clases", señaló Pegar.
Las hermanas también lavan a diario la ropa de las residentes, añadió.
Las residentes a su vez ponen de su parte. Lavan los platos después de las comidas y algunas lavan su propia ropa.
"A algunas de las lolas les encanta hacer algo", aseguró.
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Virginia David, una mujer de 67 años que se trasladó al Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas hace tres años, lava los platos y se encarga ella misma de la colada.
"Las hermanas son muy amables con nosotras", comentó David, que utiliza un andador, y agregó:. "Les estoy muy agradecido por darnos cobijo, comida y cuidados".
Cuando una de las mujeres está enferma, las hermanas la cuidan con esmero, sobre todo por la noche, explicó Dela Cruz. Un médico también comprueba el estado de las residentes, añadió. Y si una de las mujeres muere, indicó Pegar, es enterrada tras una bendición fúnebre.
Las mujeres de una comunidad económicamente pobre cercana al Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas que reciben alimentos de las religiosas las ayudan a bañar a los residentes.
Todo empezó cuando una mujer se acercó a pedir un poco de arroz, contó Pegar. Agradecida y feliz de devolver el favor, la mujer se ofreció voluntaria para ayudar a las hermanas a bañar a las residentes. Otras mujeres de la comunidad siguieron su ejemplo. En la actualidad, cuatro mujeres de la comunidad ayudan a las monjas a bañar a las residentes, incluidas las que están encamadas o van en silla de ruedas.
La Hna. Venus Marie S. Pegar, directora de vocaciones de la comunidad de las Hermanas de San Francisco Javier en Filipinas, revisa a una residente encamada del Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas. (Foto: Oliver Samson)
"Mientras rezamos por la mañana, bañan a las lolas", explicó Pegar. "Incluso cuando les decimos que nos esperen empiezan a bañarlas. Así que cuando terminamos de rezar, suelen haber terminado", indicó.
Las residentes del Hogar María Madre de la Misericordia para Ancianas y Desamparadas no se han quedado sin comida en los últimos 20 años. Pero en 2020, durante el punto álgido de la pandemia de COVID-19, cuando el Gobierno cerró las comunidades e impuso estrictos controles sobre los desplazamientos de las personas, las residentes estuvieron a punto de pasar hambre por primera vez.
"Nos quedamos sin arroz, pañales [para adultos], café y otras provisiones básicas", explicó Pegar. "Nuestros generosos benefactores no podían visitarnos personalmente debido a las restricciones del Gobierno. Y todos tenían miedo. No tenían ni idea de nuestra situación aquí. Así que nos pusimos en contacto con ellos y les contamos lo que estaba pasando", explicó.
Todo el mundo estaba también acumulando bienes en sus casas en previsión de posibles meses de encierro.
Las provisiones llegaron poco después de que las hermanas establecieran contacto con el mundo exterior, salvando así a los residentes.
Cuando el control gubernamental sobre el desplazamiento de la gente empezó a disminuir, la caridad en favor de las mujeres comenzó a fluir de nuevo, hasta que llegó un punto en que amenazaba con desbordarse.
La Hna. Venus Marie S. Pegar, directora de vocaciones de la comunidad de las Hermanas de San Francisco Javier en Filipinas, se reúne con Ramón Torres, piloto jubilado, para hablar de la iniciativa de su nieta y sus compañeras de instituto de recaudar fondos para las mujeres desamparadas. (Foto: Oliver Samson)
Cargadas con suministros que podrían mantener la residencia durante varios meses, las hermanas aconsejaron a sus benefactores que enviaran o trajeran mercancías meses después, una vez agotadas las provisiones que tenían.
Ramón Torres, piloto jubilado, contó que visitó la residencia por primera vez el día de su cumpleaños en 2015. Llevó comida, ropa de cama, toallas, pañales para adultos y agua.
Visitó a las residentes por segunda vez en 2018 con su nieta Mika, que estaba en la escuela primaria en ese momento. Torres pasó recientemente por San Pedro para informar a las hermanas de que Mika, que ahora está en la escuela secundaria, y sus compañeras de clase estaban recaudando algo de dinero para las mujeres abandonadas.
Torres vio la necesidad de las mujeres de conocer gente del exterior ya que, de otro modo, están confinadas en su residencia.
"Cuando ven gente, interactúan", señaló. "Cuando ven a gente que se preocupa por ellas, puedes ver sus sonrisas", añadió.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 20 de marzo de 2023.