La hermana Julia Hurtado atiende a un beduino anciano en el campamento beduino de El Montar, en el desierto de Judea. Dos veces a la semana, viaja unos 45 minutos en autobús para reunirse con dos hermanas Combonianas, y luego recorren juntas largas distancias por caminos de tierra llenos de baches para llegar a los campamentos del desierto. (Foto: cortesía de Julia Hurtado)
Las Hermanas de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María llevan 10 años en Tierra Santa. Dos de la India y una de Zimbabue fueron las primeras en llegar. Yo soy mexicoamericana, de Los Ángeles, California, en Estados Unidos, y por fin me concedieron el visado en febrero de 2022, después de que el país abriera sus fronteras tras la pandemia del COVID-19.
Desde mi llegada, he estado aprendiendo árabe, un idioma difícil y hermoso que incluye muchas oraciones que invocan a Dios —Alá en árabe— para que proteja, conceda la paz y dé salud. La gente se bendice a diario en cada reunión, lo que hace que Dios y la fe estén muy vivos entre cristianos (católicos, griegos ortodoxos y protestantes) y musulmanes, lo que se hace evidente en los sonidos de las campanas de las iglesias o la llamada musulmana a la oración emitida por altavoces cinco veces al día. Sirven como recordatorios constantes de que, incluso en sus luchas, la gente sigue confiando en Dios. Muchos versículos de las Escrituras cobran vida para mí cuando los oigo, y me siento muy bendecida por poder ejercer mi ministerio en esta tierra tan especial.
"Me encanta de este ministerio conocer el estilo de vida de las mujeres beduinas": Hna. Julia Hurtado en #TierraSanta. #GSRenespañol #HermanasCatólicas
No sabía por qué Dios me llamaba aquí, pero sabía que me proporcionaría un ministerio en el que utilizar mis conocimientos y habilidades como enfermera diplomada, junto con otros dones que Dios me ha dado. Uno de mis favoritos ha sido trabajar con las comunidades beduinas. Fueron desalojados de sus tierras originales y ahora han establecido campamentos semipermanentes en el desierto de Judea de Cisjordania, donde pueden mantener su estilo de vida tradicional.
La mayoría de estas comunidades están ahora asentadas, aunque algunas siguen siendo seminómadas y se dedican principalmente al pastoreo de ovejas y cabras. Sus viviendas semipermanentes están construidas con aluminio ondulado o grandes trozos de madera contrachapada, y en algunas zonas, unos pocos han empezado a construir casas de hormigón. Se han construido asentamientos israelíes cerca de algunos de los campos, lo que a veces les ha resultado difícil.
Desde octubre de 2022 colaboro con dos hermanas Combonianas en estos campamentos beduinos. Ellas dominan el árabe, que hablan desde hace muchos años. Su ministerio consiste principalmente en supervisar varias guarderías beduinas y un programa de atención extraescolar. También se acercan a las familias de otros campamentos, estableciendo contactos y haciendo saber a la gente que estamos ahí para apoyarles.
Dos veces por semana, viajo unos 45 minutos en autobús para reunirme con ellas, y juntas recorremos largas distancias por caminos de tierra llenos de baches para llegar a los campamentos del desierto. Llevo mi maletín de enfermería, equipado con las herramientas necesarias para controlar la presión arterial y el azúcar en sangre y realizar otras tareas de enfermería.
La Hna. Julia Hurtado se reúne con familias que viven en campamentos beduinos en casas sencillas de una habitación, a menudo hechas de aluminio ondulado o grandes trozos de madera contrachapada. Además de su ministerio como enfermera y de enseñar inglés, las mujeres beduinas le enseñan a ordeñar cabras, hacer queso y recoger plantas silvestres para usarlas como alimento. (Foto: cortesía Julia Hurtado)
Además de sus funciones de supervisión, las hermanas enseñan inglés a las mujeres y a las niñas beduinas de los campamentos. El año pasado me invitaron a empezar clases de inglés con las mujeres. Una tarde di clases a un pequeño grupo en una casa de una sola habitación y otra tarde a otro grupo en otro campamento. A pesar de mi limitado dominio del árabe hablado, puedo comunicarme y enseñar bastante bien.
Ha sido increíble que, aunque no domine su lengua, nos podamos entender. Por supuesto, las señas con las manos ayudan mucho. Creo firmemente que el lenguaje del corazón trasciende las palabras, ya que nos comunicamos a través de nuestra atención mutua, sonrisas y risas.
La atención médica en los campos es una gran necesidad, pero a menudo la gente se ve privada de ella. Los médicos y enfermeras pueden visitarlos cada varios meses para realizar controles de salud. El tratamiento de enfermedades infantiles que podrían tratarse en fases tempranas en otros lugares no está disponible, lo que provoca un sufrimiento prolongado. He podido enseñar a las madres terapias físicas y ocupacionales para que las utilicen con sus hijos discapacitados.
Una adolescente con la que trabajé padecía una debilidad muscular espástica progresiva. Como no tenía cura, lo único que podía hacer era enseñarle ejercicios para mantener su fuerza. Con la ayuda de donantes, conseguí una silla de ruedas y un andador para que pudiera ser más independiente.
En otro campamento, una niña de apenas año y medio también luchaba contra unos músculos débiles que le impedían gatear o ponerse de pie. Enseñé a su madre algunos ejercicios que podía hacer con la niña. La niña también sufría un retraso en su desarrollo; no se sabe si algún día caminará. Una vez más, con la ayuda de donantes, adquirí un cochecito para ella.
Las comunidades beduinas fueron desalojadas de sus tierras originales y han establecido campamentos semipermanentes en el desierto de Judea, en Cisjordania, donde pueden mantener su estilo de vida tradicional. (Foto: cortesía Julia Hurtado)
Hace poco visitamos a una familia con un bebé gravemente deformado, y se me partió el corazón porque no podía hacer nada por él. La madre me miraba, como suplicando ayuda. A pesar de mis muchos años en enfermería, es la primera vez que no hay acceso a recursos. No estoy acostumbrada a este sentimiento de impotencia, de no poder proporcionar cuidados o hacer algo para ayudar. Es una sensación que he tenido muchas veces aquí. Estoy aprendiendo a no "arreglar" sus problemas, sino a acompañarles y estar presente en su dolor y sus luchas.
Otra cosa que me encanta de este ministerio es la oportunidad de conocer el estilo de vida de las mujeres beduinas y sus tareas y actividades diarias. Ellas me han enseñado amablemente técnicas utilizadas en sus tareas cotidianas, como ordeñar una cabra, hacer queso y recoger plantas silvestres para utilizarlas como alimento.
En algunos campamentos, las cabras y las ovejas son la principal fuente de ingresos, mientras que en otros, muchos hombres trabajan fuera de ellos. Algunas mujeres obtienen ingresos de la venta de sus hermosos trabajos de punto de cruz y de los chales, mantas y alfombras que confeccionan con lana de oveja. En los últimos meses, las hermanas empezaron a enseñar otras manualidades que sirvieran de fuente de ingresos a las mujeres, para así empoderarlas.
La hermana Julia Hurtado, con un camello en el desierto de Judea. Desde octubre de 2022 atiende a la población de los campamentos beduinos (Foto: cortesía Julia Hurtado)
Estas mujeres también han compartido conmigo su talento para la cocina y la hospitalidad. Aunque tienen muy poco, son extraordinariamente generosas y ofrecen un plato tras otro de comida que hace la boca agua. Todos los días preparan pan hubas-shrak fresco y, en ocasiones especiales, cocinan makluba, un plato de arroz cubierto de verduras asadas y pollo, servido con yogur y una ensalada de pepino y tomate finamente picados. En cada comida y cuando vamos de visita, siempre nos sirven café negro árabe en tazas pequeñas y/o un té negro dulce mezclado con menta o salvia, que es sorprendentemente delicioso.
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Los niños también se benefician del trabajo de las hermanas durante el verano, cuando pueden disfrutar de los campamentos. Este año hemos organizado ocho de ellos en distintos lugares. Tres de las hermanas y yo estuvimos presentes en cuatro lugares durante dos semanas, seguidas de otros cuatro campamentos en las dos últimas semanas de julio. En la mayoría había dos profesores y un par de ayudantes, y cada uno acogía de 20 a 60 niños, que iban de los 3 a los 13 años.
Fue una experiencia absolutamente maravillosa, aunque jugar al aire libre con temperaturas superiores a los 40 grados resultaba caluroso y agotador. Sin embargo, a los niños no pareció importarles, ya que están acostumbrados al calor extremo.
Por las mañanas hacíamos muchos juegos y bailes, y a medida que iba haciendo más calor, realizábamos actividades manuales con los niños. Cuando hacía mucho calor, jugábamos con globos de agua para refrescarnos. Creo que hemos contribuido a aumentar la confianza de los niños, que han descubierto su propia creatividad para hacer manualidades y trabajar en equipo. Para muchos era su primera experiencia, y les gustó tanto que no querían que acabara.
Siento un profundo amor por este ministerio tan especial, y soy consciente de que recibo tanta alegría y felicidad como la gente con los servicios que prestamos. Nuestra esperanza es que nuestra presencia construya comunidad y confianza, y que irradiemos el amor y la esperanza de Cristo hacia ellos en sus luchas e incertidumbres cotidianas, para que sepan el regalo que son para nosotras y nosotras para ellos.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 17 de octubre de 2023.