La hermana Del Servicio Social Virginia Bahena, que en la fotografía acompaña a una madre soltera de la comunidad a la que sirve en Nuevo Laredo, México, ha trabajado en la formación de mujeres vulnerables para que aprendan un oficio que les permita emplearse y mantener a sus hijos. (Foto: RSG/Luis González)
A sus 78 años, Virginia Bahena, hermana del Servicio Social, conserva la misma energía y celo pastoral incansable que cuando llegó a la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, México, hace más de dos décadas.
A pesar de su potencial para el desarrollo del comercio internacional, en los últimos años, el progreso social de esta ciudad se ha visto limitado debido a la violencia y el miedo que provocan los secuestros, tiroteos y asesinatos por parte de los cárteles de la droga. La ciudad también se enfrenta a otras graves dificultades, como la desigualdad y la pobreza en los barrios más alejados, y el fenómeno migratorio que por ella circula para poder cruzar a los EE. UU., al otro lado del río Bravo.
Es aquí donde la Hna. Bahena vive el carisma de su congregación, que la llama a buscar una sociedad más humana y más justa, basada en el cuidado de los más pobres.
Bahena, quien pronunció sus primeros votos en 1963, ha llevado a cabo esta misión a través de un proyecto de evangelización integral que busca atender las necesidades espirituales de los más pobres, a la vez que responde a sus necesidades físicas, psicológicas y sociales.
Viviendo este llamado, Bahena ha dirigido importantes proyectos eclesiales y civiles en diferentes barrios pobres y alejados para promover el desarrollo de las familias, y de los más vulnerables de la sociedad, en particular de las mujeres en situación de abandono.
Con su vasta experiencia, fue nombrada coordinadora de la Pastoral Diocesana de la Mujer, entre 2005 y 2013, y hoy es asesora del Gobierno local para la implementación de proyectos sociales para mujeres y niños, como comedores comunitarios, talleres de oficio para mujeres o centros de atención psicológica.
“Gracias a Dios y al acompañamiento de las hermanas, mi familia y yo hemos salido adelante, mis hijos pudieron estudiar y hoy son profesionistas [profesionales]”, agradeció Carmelita Lara, una de las primeras colaboradoras de las Hermanas del Servicio Social en los barrios alejados de la ciudad.
La hermana del Servicio Social Virginia Bahena llegó en 2000 a Nuevo Laredo, México, para trabajar en los barrios más pobres de la ciudad. “Allí encontramos mucha pobreza, pero también un campo fértil para la evangelización”, recordó. (Foto: RSG/Luis González)
GSR: Usted llegó hace 22 años a Nuevo Laredo, ¿qué fue lo que encontró?
Bahena: Llegamos aquí en el año 2000, invitadas por el ya fallecido obispo [Ricardo] Watty Urquidi, para trabajar en las periferias de la ciudad. Allí encontramos mucha pobreza, pero también un campo fértil para la evangelización. En otras palabras, había mucha necesidad de desarrollo social, pero también una gran necesidad de Dios. Rápidamente supimos que ese era el lugar donde debía estar nuestra misión social y evangelizadora.
¿Cómo comenzó su trabajo?
Después de seleccionar el lugar de misión, comenzamos a conocer las circunstancias locales. Para eso, con el apoyo de [Unbound], una fundación estadounidense, iniciamos un proyecto de apadrinamiento de niños, a quienes brindábamos materiales para la educación y la catequesis.
Esta iniciativa nos permitió conocer a cientos de familias pobres y, sobre todo, a muchas madres solas que, aunque eran originarias de otros lugares del país, vinieron a Nuevo Laredo para que sus maridos pudieran cruzar al otro lado del río para trabajar en EE. UU. Tristemente, muchos de ellos no regresaron, dejando a sus familias abandonadas y desprotegidas.
Evidentemente, estas situaciones eran muy graves, ya que las familias sobrevivían con dificultad y los niños pasaban hambre y sufrían desnutrición.
¿Desde entonces trabaja en favor de las mujeres?
No podíamos quedarnos inmóviles ante tanta necesidad. Decidimos comenzar de inmediato un proyecto de una cocina comunitaria que llamamos Mujeres Solidarias.
En esta cocina, además de capacitar a las mujeres del barrio para cocinar y para administrarla, preparábamos alimentos completos con arroz, frijoles y carne a un bajísimo costo. Así logramos dos cosas: que las mujeres se desarrollaran dignamente y que los niños ya no pasaran desnutrición.
El proyecto fue un éxito y logramos construir nuestra propia cocina. Al mismo tiempo, ya que conocíamos a las mujeres del barrio, decidimos seguir adelante con otros cursos y talleres de repostería, corte de cabello, bisutería y manualidades, entre otras cosas.
Trabajamos para que las mujeres vulnerables del barrio aprendieran un oficio y así pudieran trabajar honradamente para sacar adelante a sus hijos.
(Gráfico: GSR/Luis González)
¿Cómo han evolucionado sus proyectos en favor de la mujer con el paso de los años?
Aunque las circunstancias y las necesidades han ido cambiando, nosotras no hemos dejado de trabajar. Por ejemplo, en los primeros años multiplicamos las cocinas comunitarias y los talleres para mujeres.
Estos proyectos comunitarios despertaron tanto interés dentro y fuera de la Iglesia que en el 2005 el obispo Watty me pidió que dirigiera la Pastoral Diocesana de la Mujer. A partir de ahí, comenzamos diálogos entre la Iglesia y la sociedad civil para visibilizar a las mujeres dentro de la comunidad. Por ejemplo, invitamos a muchos grupos parroquiales y sociales a celebrar el Día Internacional de la Mujer [8 de marzo] y el Día internacional contra la Violencia de Género [25 de noviembre].
Más adelante fundamos el Grupo Pro-Dignidad de la Mujer [2008] como asociación civil. Hoy en día seguimos trabajando con este grupo, y esto nos ha ayudado a brindar espacios seguros de apoyo para el desarrollo personal y psicológico a cientos de mujeres víctimas de abuso y abandono.
Con nuestro trabajo seguimos anunciando a la ciudad que todos los hombres y mujeres somos hijos e hijas de Dios, con la misma dignidad y derechos.
¿Qué ha sido lo más complejo en su labor en esta ciudad?
Alrededor del 2005, comenzó un ambiente muy peligroso en esta frontera a causa de los cárteles de la droga. Esto ha sido muy difícil para toda la ciudad. Nosotras, durante todos estos años, también hemos trabajado por acompañar el dolor de las familias víctimas de la violencia y la inseguridad. Hemos sido testigos de las balaceras, los secuestros y la incertidumbre.
Más de una vez hemos tenido que tirarnos al suelo para protegernos en medio de los enfrentamientos. Es terrible estar expuestas a las balas, más aún en las reuniones en los barrios o capillas con madres de familia y sus pequeños. Esa es la realidad que viven las familias todos los días.
También nosotras hemos consolado a mucha gente, sobre todo a madres que pierden a sus hijos. Ha sido durísimo hacer presente a Dios y consolar ese dolor.
Advertisement
¿Cómo encuentra la presencia de Dios en su ministerio?
Dios nunca nos ha dejado solas. Yo lo encuentro en los jugosos frutos que tenemos. Por ejemplo, veo a Dios en una reconciliación familiar o también en los jóvenes a quienes apoyamos desde niños y que hoy han logrado terminar la universidad. Para mí es imposible no encontrar a Dios en una familia feliz.
Veo la mano de Dios cuando realizamos proyectos que no se derrumban, aun en medio de la dificultad. Sé que el Espíritu está ahí, ayudándonos a enfrentar y a solucionar los problemas. Está ahí sosteniéndonos e impulsándonos.
Yo soy testigo de un Dios que no deja solos a sus hijos más pobres. Es un Dios que, como en el Evangelio, nos envía a dar de comer y a hacer florecer a los más necesitados.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 20 de diciembre de 2022.