Una migrante venezolana y su hijo, al igual que otras madres con los suyos, comienzan la caminata por el Tapón del Darién atravesando un río el domingo 30 de abril de 2022. El viaje por la selva virgen dura de dos a tres días. (Foto: GSR /Manuel Rueda)
Jairo Hurtado se adentró en la selva del Darién con todas sus cosas metidas en una mochila. Iba calzado con botas de goma para mantener los pies secos en los senderos embarrados y llevaba un machete para cortar la densa vegetación y “protegerse” de los delincuentes que a veces asaltan a los emigrantes que caminan por los apartados senderos que conectan Colombia con Panamá.
Al iniciar la primera etapa de la larga caminata de tres días, Hurtado, un joven de 28 años, reflexionó sobre lo que le había impulsado a tomar esta ruta.
“Simplemente quiero tener una vida más digna", afirmó Hurtado, que procedía de Venezuela y esperaba llegar hasta Estados Unidos. “La inflación es demasiado alta en Venezuela y apenas podemos permitirnos comer”, explicó.
Cada día, unas 1000 personas se adentran en el Tapón del Darién, una franja de selva densa y sin carreteras que divide Sudamérica de Centroamérica. Pagan cientos de dólares a guías locales para que les lleven a través de la selva y les conduzcan hasta un campamento gestionado por el Gobierno en Panamá.
Adentrarse en el #TapónDelDarién, selva densa sin carreteras entre Sudamérica y Centroamérica, es un peligroso viaje que realizan diaramente cerca de mil personas, quienes reciben el apoyo de las #HermanasCatólicas en su travesía. #GSRenespañol
El embarque de Necoclí
Pero los que no pueden pagar se quedan atrapados durante días y semanas en Necocli, una ciudad costera en el extremo sur del Tapón del Darién, donde reciben ayuda de un grupo de hermanas que han creado una despensa de alimentos para migrantes en el centro comunitario local.
“Estos migrantes están viviendo todos los desafíos y obstáculos por los que pasó el pueblo de Israel”, aseveró la Hna. Juliana Plata, de la Congregación de San Juan Evangelista, mientras ayudaba a mantener el orden entre la multitud. “Por eso, con estas comidas les alimentamos, y también les ayudamos a ahorrar algo de dinero para que puedan continuar su viaje”, añadió.
En el centro comunitario de Necocli, 300 personas hacían cola estos días para recibir un plato gratuito de atún, arroz y lentejas.
La mayoría eran migrantes venezolanos que esperaban cruzar el Tapón del Darién y llegar a Estados Unidos pero se quedaron sin dinero. Aunque las comidas son sencillas, muchos migrantes dicen que el gesto les da esperanza.
“Dios nunca abandona a los pobres y a los humildes”, afirmó Ananías Mendoza, costurera venezolana que llegó a la pequeña ciudad la noche anterior. Llevaba una botella de agua de plástico que había cortado por la mitad para usarla como recipiente de comida. “Estas comidas nos ayudarán a salir adelante mientras conseguimos que nuestros amigos o familiares nos envíen algo de dinero”, explicó.
Al amparo de las hermanas
Tres congregaciones de Necocli colaboran actualmente con la diócesis y grupos humanitarios para ayudar a los migrantes desamparados que se han quedado sin fondos. En el centro comunitario del pueblo, además de proporcionar comidas diarias, también ofrecen ayuda a quienes tienen problemas de salud o necesitan orientación sobre cómo continuar su viaje.
La Hna. Margaret Pericles, de San Juan Evangelista, sirve comidas para migrantes en el centro comunitario de Necoclí, Colombia, el 27 de abril. (Foto: GSR/Manuel Rueda)
“Hay familias que no conocen realmente este lugar ni saben qué hacer. No saben a dónde dirigirse a partir de aquí ni dónde pueden obtener ayuda”, explicó Plata y agregó: “Así que intentamos hacer de puente entre ellos y otras personas que puedan proporcionarles ayuda”.
Este plan de ayuda se lleva a cabo mientras el corredor que conecta Sudamérica con Centroamérica experimenta un aumento histórico en el número de migrantes y refugiados que intentan llegar a Estados Unidos: según datos de la autoridad migratoria de Panamá, 166 000 migrantes cruzaron el Tapón del Darién en los primeros cinco meses de este año frente a los 109 000 cruces totales entre 2010 y 2019.
Muchas de las personas que cruzan actualmente el Tapón del Darién son venezolanos que huyen de la crisis económica de su país o emigran por segunda vez tras haber renunciado a encontrar trabajo en países como Colombia, Perú o Chile debido a los bajos salarios o a unas políticas de inmigración cada vez más rígidas. Pero también hay miles de ecuatorianos que huyen de la violencia del narcotráfico e incluso personas de Afganistán que escapan de los talibanes y no han podido conseguir visados para volar a Estados Unidos (la mayoría de los afganos que cruzan el Tapón del Darién inician su viaje en Brasil, a donde llegan con visados humanitarios).
#HermanasCatólicas de San Juan Evangelista, Franciscanas de María Inmaculada y de la Presentación de María ayudan en Necloclí a migrantes que se han quedado sin fondos con comida y orientación sobre el viaje a través del #TapónDelDarién.
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Los peligros de la selva
Durante la travesía por la selva, los migrantes corren el riesgo de ser asaltados por bandas que los persiguen mientras caminan por senderos apartados. También deben atravesar impredecibles ríos turbulentos en los que algunos se han ahogado.
Para reducir estos riesgos, los migrantes pagan unos 180 dólares a guías para que los lleven a través de la selva hasta un campamento gestionado por el Gobierno en el lado panameño, donde comienza la carretera que conduce a Centroamérica.
“El Gobierno no está ayudando a esta gente y para nosotros es un problema tener a tantos de ellos aquí”, señaló Darwin García, líder de la comunidad de Capurganá, quien explicó que cientos de aldeanos trabajan ahora como guías llevando a los migrantes a la cima de una montaña que marca la frontera con Panamá. Desde allí, los migrantes a menudo deben encontrar el camino hasta una pequeña aldea donde las embarcaciones los llevan hasta el campamento en el que hay autobuses disponibles.
Un grupo de migrantes procedentes de Venezuela, Haití y Burkina Fasso salió el domingo 30 de abril del pueblo colombiano de Capurgana e inició la travesía por el Tapón del Darién. Según la Organización Internacional de las Migraciones, 36 personas murieron en este lugar en 2022. (Foto: GSR/Manuel Rueda)
“No queremos que secuestren a la gente ni que les roben; ni que se pierdan en la selva”, afirmó García. “Así que lo que hemos hecho aquí es establecer un servicio para que puedan cruzar la selva de la forma más segura posible”, añadió.
El Gobierno estadounidense ha respondido a esta situación intentando disuadir a los migrantes de realizar el viaje por tierra.
En una rueda de prensa celebrada el 28 de abril de 2023, el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Majorkas, dio a entender que el número de expulsiones aumentará. “Los que llegan a nuestra frontera y no tienen una base legal para quedarse habrán hecho el viaje a menudo habiendo sufrido traumas horribles y habiendo pagado los ahorros de su vida a los contrabandistas para luego ser rápidamente expulsados”, manifestó.
El Ministerio de Seguridad Nacional también publicó el 11 de abril un comunicado en el que informaba de que pondría en marcha una campaña de 60 días con los Gobiernos de Colombia y Panamá para reducir el “tránsito ilegal de personas y mercancías” a través del Tapón del Darién. Todavía no se ha revelado la fecha exacta de inicio de esta campaña.
Pero Katie Tobin, asesora del Consejo de Seguridad Nacional, aseguró en una convocatoria de prensa en abril que el Gobierno estadounidense proporcionaría a Colombia y Panamá los datos necesarios para facilitar la detención y el procesamiento de los “contrabandistas” que llevan a las personas a través de la selva.
En Necoclí, Plata se mostró escéptica sobre si este tipo de esfuerzos podrían tener éxito. “Se puede intentar cerrar las rutas existentes”, comentó y añadió: “Pero eso solo obligará a la gente a tomar caminos aún más clandestinos”, cuando el verdadero problema que hay que abordar es la dura situación política y económica de la que huyen en primer lugar.
El Gobierno estadounidense también anunció que abrirá centros de tramitación en Colombia, donde los migrantes podrán intentar obtener visados que les permitan volar a Estados Unidos en lugar de tener que hacer el viaje por tierra. Pero aún no está claro cuándo se abrirán estos centros ni qué tipo de migrantes podrán optar a los visados.
En Capurgana, Asdrúbal Chirinos, un migrante venezolano, aseguró que no podía permitirse esperar más. “Tengo una familia que alimentar”, explicó este hombre de 27 años, padre de un bebé de seis meses. Chirinos comentó que trabajó en Colombia en una pizzería después de salir de Venezuela ganando solo 9 dólares al día. “Las cosas se están poniendo feas en Colombia y no es viable”, dijo y agregó: “Apenas ganaba lo suficiente para comer y pagar el alquiler”.
“El pueblo de Dios siempre ha migrado. Espero que lo que estamos haciendo pueda inspirar a quienes están en condiciones de ayudar”: Hna. Juliana Plata sobre la atención a migrantes que cruzan el #TapónDelDarién. #GSRenespañol #HermanasCatólicas
Al embarcar y zarpar desde Necoclí, Colombia, los migrantes comienzan un difícil y peligroso viaje que cambiará sus vidas. (Foto: GSR/Manuel Rueda)
Como los migrantes siguen viajando en grandes cantidades por esta zona de Colombia, Plata dijo que su congregación busca constantemente donantes que ayuden a mantener la despensa de alimentos en Necoclí.
La comida la paga actualmente la Diócesis de Apartadó, y tres congregaciones se turnan para ocuparse de ella a lo largo de la semana, entre ellas las Hermanas de San Juan Evangelista, las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada y las Hermanas de la Presentación de María.
Por las mañanas, Plata y la Hna. Margaret Pericles, también perteneciente a la congregación de San Juan Evangelista, recorren la playa de Necoclí hablando con los migrantes desamparados y repartiendo tiquetes para la comida diaria que se sirve a mediodía.
Plata explicó que las monjas intentan hacer de puente entre los migrantes y otras organizaciones que trabajan en la ciudad para ayudar a las personas vulnerables, como la Cruz Roja o el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
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“Los escuchamos y tratamos de orientarlos”, afirmó Plata y agregó: “Muchos no saben dónde ir si tienen un problema de salud, por ejemplo, o cómo pueden conseguir un billete para continuar su viaje”.
Reconoció que la despensa de alimentos solo suponía un alivio temporal, pero esperaba que sirviera de ejemplo para otros en la región.
“El pueblo de Dios siempre ha migrado”, indicó. “Espero que lo que estamos haciendo pueda inspirar a quienes están en condiciones de ayudar, y que el amor de Dios crezca también en ellos”, añadió.