La Hna. Maria Louise Edwards, feliciana, trabaja como voluntaria en el ministerio de la recogida de agua en el desierto de Sonora, cerca de Ajo, Arizona. (Foto: Peter Tran)
La Hna. feliciana María Luisa Edwards es vicepresidenta de las Águilas del Desierto, una organización sin ánimo de lucro que rescata y ayuda a hombres, mujeres y niños que se pierden en el desierto o en las montañas de California o de Arizona, mientras intentan cruzar la frontera con Estados Unidos. En 2021, los voluntarios de la organización rescataron a más de 183 personas; también iniciaron una campaña anual de prevención para animar a los migrantes a no cruzar la frontera.
Afincada en California, Edwards estuvo en Arizona durante un mes, de octubre a noviembre, para establecer contactos con grupos eclesiásticos y civiles que trabajan en el ministerio de la frontera. Ella se unió por primera vez a los Ajo Samaritans para llevar agua, alimentos y mantas a lugares remotos a lo largo de las rutas de los migrantes en el desierto de Sonora. Esta organización, fundada en 2012, ofrece ayuda humanitaria para que quienes cruzan la frontera estadounidense puedan sobrevivir a las amenazas del entorno desértico exterior.
Edwards, que profesó sus primeros votos como hermana feliciana en 2014, ha trabajado en el Holy Name of Mary College School de Mississauga, Ontario, y en el Angela Spirituality Center de Pomona, California. Ella habló con Global Sisters Report sobre su trabajo con las Águilas y cómo llegó a ser voluntaria para la misión de entrega de agua con los Samaritans, así como su tiempo de voluntariado con el Centro de Recursos para Migrantes en Agua Prieta, México.
GSR: Usted trabaja con las Águilas. ¿Cómo se enteró de la existencia de los Samaritans?
Edwards: Las Águilas del Desierto tienen un campamento en Ajo para que los voluntarios se queden cuando llevamos a cabo las búsquedas. Algunos de los Samaritans de Ajo/Tucson se han unido al grupo de las Águilas para las búsquedas.
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¿Por qué participa en el ministerio de fronteras?
Cuando me enteré de que mucha gente estaba cruzando y muriendo en el desierto, me uní a las Águilas para conocer de primera mano lo que estaba ocurriendo. Era difícil creer que tanta gente estuviera muriendo y que no saliera en las noticias.
En mi primera búsqueda, encontramos los restos de una mujer joven y de una niña pequeña (solo quedaba parte de su pie en un zapato). Me pregunté cómo podía estar ocurriendo esto. ¿Cómo puede importar tan poco como para no salir en las noticias?
Como hermana, se me partía el corazón porque, sean quienes sean, son muy queridos por Dios. Deben tener personas que les quieren, familias, hijos y sueños. A partir de ese momento, quise involucrarme para recordar a cada uno y decir: “Esto no está bien”. Nadie debería morir por haber esperado una vida mejor.
Háblenos de su ministerio actual.
Aunque soy voluntaria con las Águilas del Desierto desde 2018, fue en 2021 cuando me nombraron vicepresidenta de la organización. Somos un grupo de búsqueda y rescate que intenta ayudar a las familias a encontrar a sus seres queridos desaparecidos a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México.
En la frontera de la Nación Tohono O'odham, en Arizona, la Hna. feliciana María Louise Edwards (a la derecha) trabaja con el oficial Mario Agundez, fundador del Programa de Migrantes Desaparecidos de la Patrulla Fronteriza estadounidense. (Foto: Peter Tran)
Nuestro grupo recibe cada día numerosas llamadas o comunicaciones de personas que buscan a un ser querido. A veces son los propios migrantes los que llaman angustiados. A veces, alguien informa de que ha visto un cadáver o sabe que alguien se ha quedado atrás.
Realizamos búsquedas aproximadamente una vez al mes; no con más frecuencia debido a la falta de financiación. Nuestro grupo está formado en un 95 % por voluntarios, y nuestro presidente recibe un pequeño estipendio. Nuestros vehículos tienen unos 20 años y acampamos en el desierto con un grupo de fieles voluntarios. Creemos que cada vida importa.
Se habrá encontrado con muchos restos humanos en el desierto.
Se han quedado grabados en mi mente diferentes momentos a medida que me he ido encontrando con migrantes a lo largo del viaje desde 2018. He visto cráneos, huesos e incluso el zapato de una niña pequeña con parte de su pie aún dentro, pero no fue hasta octubre de 2018 cuando ayudé al grupo a recuperar el cuerpo de un joven que llevaba fallecido entre 24 y 48 horas.
Un envase de agua vacío fue abandonado por los migrantes tras cruzar la frontera con Estados Unidos desde México. Los voluntarios que llevan agua a los migrantes en el desierto recogen los envases vacíos como parte de su trabajo. (Foto: Peter Tran)
El grupo recibió un informe sobre la localización de un cadáver que se encontraba en el arcén [en la orilla o banqueta] de una carretera muy transitada. El cuerpo había sido despojado de cualquier cosa que pudiera servir para identificarlo. Al acercarnos al lugar, el olor era sofocante. Estaba tumbado boca arriba en una cuneta [canal de drenaje] y solo llevaba pantalones y una pulsera con cuentas de color verde azulado brillante.
No podía apartar los ojos de la pulsera. Ya no era un cadáver, sino un hombre que tenía familia y sueños. Tal vez su novia le dio esa pulsera. Quizá su hija. Quizá le recordaba por qué arriesgaba su vida. Nunca lo sabremos.
De regreso al campamento de las Águilas, nuestro presidente, que había visto muchos cadáveres, supo que yo estaba conmocionada. En voz baja, empezó a cantar una tonta canción infantil [Baby Shark]. La tensión se rompió y unos cuantos se unieron, cantando en voz baja. Fue la primera vez que comprendí cómo el humor nos ayuda a aferrarnos al sentido de la humanidad.
Tras recuperar el cuerpo de aquel joven, me di cuenta de lo fácil que sería endurecer mi corazón, aislarme de tanto sufrimiento y muerte. La gracia de Dios me permite seguir tendiendo la mano con compasión y misericordia y dejar que mi corazón se rompa una y otra vez sin destruir lo que me hace humano.
La Hna. feliciana María Luisa Edwards, a la derecha, da la bienvenida a los migrantes devueltos al Centro de Recursos para Migrantes en Agua Prieta, México. (Foto: Peter Tran)
¿Qué aprendió de su experiencia de un mes en Arizona?
Ahora conozco mejor los esfuerzos para responder a la crisis en la frontera más allá de nuestro grupo de búsqueda. Este año estoy investigando ministerios en la frontera para mi comunidad con el fin de que podamos responder a lo que está sucediendo.
Recientemente tuve la bendición de ser voluntaria en un centro de recursos para migrantes en Agua Prieta, México. Los que regresan a México desde la frontera con Estados Unidos caminan desde el autobús pasando por la puerta hasta el centro de acogida, donde pueden descansar, cargar sus teléfonos, llamar a sus seres queridos y comer algo.
Mientras cada grupo hacía cola, no pude evitar fijarme en el frío que tenían. Muchos apenas llevaban una camiseta fina y unos vaqueros. Buscaban ansiosamente el café caliente que les ofrecíamos, pero temblaban demasiado para echar azúcar en la taza. No podíamos repartir mantas, gorros y sudaderas lo bastante rápido. Estaban visiblemente desanimados, a menudo heridos y quizá ni siquiera sabían dónde estaban.
Nunca olvidaré a dos mujeres que se acercaron a por café, ambas muy jóvenes. Estaba claro que una de ellas cuidaba de la otra, que no paraba de llorar. Lloró en voz muy baja todo el tiempo y luego se fueron enseguida. Me preguntaba cuál sería la experiencia traumática que había vivido y cuánto habría cambiado su vida.
Tras repartir agua en un sendero de migrantes en el desierto de Sonora, los voluntarios regresan a sus vehículos con botellas de agua vacías. (Foto: Peter Tran)
Más tarde, un joven contó que tenía que volver a intentar cruzar la frontera. “Aquí puede que gane 10 dólares por día, pero al otro lado quizá gane 10 dólares por hora. Tengo que ayudar a mi familia”, razonó. Pude ver la desesperación en sus ojos. Pensé que cualquier joven haría lo mismo.
Otro recuerdo que no se me olvida es el de la gente que no podía andar porque le dolían mucho las ampollas de los pies. El último día que estuve allí ayudé, durante horas, a remojar y vendar sus pies ampollados. Tenían ampollas entre los dedos, en los talones y, en el caso de una mujer, toda la planta del pie era una sola ampolla.
Mientras limpiaba y desinfectaba sus pies, poniéndoles ungüento y vendas, no podía evitar pensar en el Jueves Santo y en Jesús lavando los pies de los discípulos. Mientras les untaba loción en la piel reseca y agrietada, intentaba mimarlos un poco y masajearles los pies como diciendo: “Seguís siendo importantes, os pondréis bien”.
Un caballero habló en voz baja y se señaló el corazón. No oí todo lo que dijo, pero comprendí que lo agradecía de corazón.
Hermanas de diversas congregaciones han acudido a participar en los ministerios de las fronteras. ¿Qué significa esto para la vida religiosa actual?
Desde siempre, las hermanas van allí donde hay sufrimiento. Buscamos encontrar a nuestro Señor sufriente. Es donde el Espíritu Santo se mueve con más fuerza. Las hermanas están llamadas a ir, como un socorrista, allí donde está el sufrimiento, donde los corazones lloran. Estamos llamadas a ir allí y levantar; levantar a los que sufren.
La Hna. feliciana María Louise Edwards (con camisa amarilla neón, sentada al fondo) escribe —con el apoyo de voluntarios— mensajes para los migrantes en botellas de agua que incluyen las fechas de entrega y palabras alentadoras:"No te rindas" o "Dios te ama", a veces acentuados con una cruz o una cara sonriente. (Foto: Peter Tran)
He llegado a sentir amor por mis colegas voluntarios. Su corazón, entregado a los que sufren y mueren, me inspira. Me ayudan a mantener la concentración en medio de tanto sufrimiento y muerte. Gracias a ellos he aprendido a respetar a los que cruzan la frontera y a los que no lo consiguieron. Sé que Jesús los ama, y que debe sentir dolor y pena por cada uno de ellos.
Es esta comprensión de cuánto los ama Jesús lo que me ayuda a darme cuenta de lo que significa ser hermana, conocer el amor de Jesús y compartirlo.
No hay palabras ni argumentos que justifiquen lo que está ocurriendo en la frontera. Mi oración durante mucho tiempo había sido: “Señor, rompe mi corazón ante lo que rompe el tuyo”. Ahora que he experimentado algo del dolor de su corazón, no quiero irme.
Nada me convencerá de ver a estos que cruzan la frontera como algo distinto a mis hermanos y hermanas, profundamente amados y queridos por Dios.
Nota del editor: Esta entrevista fue publicada originalmente en inglés el 19 de mayo de 2022.