Acogiendo el misterio pascual en una profunda historia de transformación

Finding value in unexpected places (Unsplash/Chrissie Kremer)

Encontrar algo valioso en lugares inesperados. (Unsplash/Chrissie Kremer)

Quincy Howard

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Traducido por Purificación Rodríguez Campaña

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Desde que tengo uso de razón me ha atraído la idea de rescatar cosas. Algunos de mis tesoros más preciados los he encontrado en tiendas de segunda mano, en ventas de garaje o en el contenedor de basura (cuando era más joven). Siempre me ha hecho feliz recuperar y reutilizar cosas viejas y abandonadas para darles un nuevo uso. De la misma manera, me parece que el abono para el jardín a base de restos de comida es muy útil y que la decoración de mi casa con objetos antiguos también es maravillosa.

Es cierto que la basura de una persona puede ser el tesoro de otra (¡como el mío!). Siempre he buscado el valor y la belleza en los lugares más insospechados. Así que no es de extrañar que la idea de la transformación redentora —el principio básico de la fe y la vida cristianas— también esté muy presente en mí.

Los católicos conceptualizamos esta transformación mediante el misterio pascual, que celebramos a través del sacramento de la Eucaristía.

Como nos revela la propia experiencia de Jesús, una característica clave del misterio pascual es que puede ser doloroso, pues a menudo conlleva el sufrimiento de una profunda pérdida, incluso el desgarro de la muerte.

Su historia también nos muestra que de la muerte puede surgir una nueva vida, que podemos darle un sentido a los tiempos difíciles, que hay luz en la oscuridad. La historia nos resulta totalmente familiar: con el inevitable fallecimiento, surge algo nuevo... un ave fénix resurge de las cenizas.

Últimamente, y por necesidad, he retomado mi afición a buscar la belleza y el valor en lugares insospechados. He estado reflexionando sobre nuevas formas de sacar fuerzas y tomar otra perspectiva ante las realidades tan difíciles e implacables a las que nos enfrentamos este año.

Necesito afrontar la realidad de que 35 hermanas de mi congregación murieron el año pasado, un número similar al del año anterior. Necesito procesar las catástrofes climáticas que cada vez son más frecuentes y que causan estragos en todo el mundo.

No puedo cambiar estas realidades, pero puedo replantearlas a partir de la historia más profunda de la transformación. Esta historia se refleja en toda la creación y está arraigada en mi propia tradición de fe. Así pues, ¿cómo puedo acoger el misterio pascual? Como creador hecho a imagen de Dios, ¿cómo puedo colaborar con este proceso de transformación en lugar de resistirme a él?

La transformación, por su propia naturaleza, consta de tres fases: un final, cuando algo muere o desaparece; una fase intermedia, el vacío que deja la ausencia; y un nuevo comienzo, cuando surge una nueva vida o un nuevo movimiento en su lugar.

Al reflexionar sobre estas fases cíclicas y superpuestas, la misión dominicana de alabar, bendecir y predicar parece que cobra más sentido.

La fase final de la transformación es sin duda la más dura. ¿Qué debo hacer mientras veo las muertes, los desencuentros, los finales trágicos que traen estos tiempos? Mi llamado es a alabar lo que ha sido. La alabanza es la expresión de la gratitud por lo que Dios ha hecho. Estoy aquí para ser testigo, para honrar y sostener lo que se está cayendo o muriendo.

El acto de duelo es en sí mismo una forma de alabanza por lo que se ha perdido, y para llevar a cabo un duelo apropiado no se pueden tomar atajos. Además, la labor crítica que hay que desempeñar es la de rescatar el valor, la sabiduría o la belleza de lo que se está perdiendo.

A menudo se pasa por alto o se evita la fase intermedia de la transformación, ya que puede resultar incómoda y precaria. ¿Cómo debo enfrentarme al vacío que deja lo que se ha ido, lo que ha terminado? Mi trabajo es cuidar ese espacio y bendecirlo, pidiendo a Dios que lo vea con buenos ojos.

The in-between can feel precarious. (Unsplash/Jerry Phons G)

La fase intermedia puede parecer inestable. (Unsplash/Jerry Phons G)

Al aceptar el vacío de lo que se ha ido y tener la esperanza de que surja algo nuevo, estoy apelando a la gracia divina sobre lo que está por venir. Así es como hacemos que la fase intermedia sea acogedora para que surja una nueva vida, incluso cuando no hay indicios de que vaya a hacerlo. La vigilancia es fundamental para captar las señales de esa vida y la paciencia es necesaria para esperar a que tome forma.

El punto de inflexión de la transformación consiste en reconocer una nueva vida, una nueva energía, un comienzo esperanzador que está tomando forma en el lugar de la pérdida. Pero este punto de inflexión no está garantizado, y no puede ser forzado o provocado con el fin de seguir adelante. Mi trabajo consiste más bien en reconocer las semillas de la nueva vida que buscan brotar, en compartir lo que veo con los demás y en alimentar ese crecimiento allí donde se me llama a hacerlo.

La gente se siente atraída de manera intuitiva por los comienzos: la emoción de algo nuevo es contagiosa y está destinada a ser difundida. Mi servicio a la nueva vida consiste en intentar expresar una visión a medida que va tomando forma e inspirar a otros con su potencial. Esta es una forma de predicar la buena nueva.

Como persona que entró hace no mucho en la vida religiosa, soy muy consciente de que me he unido a una institución que se encuentra en la fase final del proceso de transformación. Las Hermanas Dominicas de Sinsinawa tienen la suerte de contar con un pequeño grupo de nuevas mujeres que entran, pero aun así la demografía no deja lugar a dudas de que la congregación, tal y como ha existido, está llegando a su fin. A lo largo de la última década, mis hermanas me han ayudado a acoger el misterio pascual mostrándome cómo ser testigo, honrar y lamentar lo que está acabando.

Recientemente, nuestros dirigentes me invitaron a trabajar con la congregación en la planificación del futuro de Sinsinawa Mound, nuestro hogar desde que se fundó hace 175 años. Ya no podemos sostener más lo que construimos, por lo que los edificios se han convertido en un símbolo físico de lo que se está cayendo. Cientos de miles de metros cuadrados de espacio vacío serán la manifestación física de lo que hemos perdido, de lo que ha terminado. Nos corresponde bendecirlo.

Tal vez los edificios estén destinados a ser derribados, lo cual refleja el fin de una era y el regreso a la naturaleza. O tal vez se trate de un nuevo comienzo que busca tomar forma a partir de lo que estamos dejando atrás. Esta es la fase intermedia en la que estamos: ser testigos de lo que debe desaparecer mientras seguimos teniendo los brazos abiertos para lo que pueda venir.

La belleza de la transformación reside en que, cuando se pone el corazón en ella, no defrauda. Al bendecir la fase intermedia pueden ocurrir dos cosas: que nos sintamos más cómodos ante la ausencia de lo que fue, con un mayor aprecio por haber sido testigos de ello, y que podamos vislumbrar las hermosas posibilidades que están destinadas a crecer en su lugar. Ambos caminos son verdaderos y tienen valor sagrado.

¿Cómo puede servir esta historia de guía para tu vida y para el mundo en el que te encuentras? Piensa a nivel mundial: ¿Qué ves que se está desmoronando? Piensa a nivel nacional: ¿Qué sientes que está fallando? Piensa a nivel local: ¿Hay alguna desgracia personal que deba ser atendida? Todas estas son oportunidades para acogerse al misterio pascual.