"Convertirnos en Palabra de Dios es nuestra tarea profética tanto en 'casa' como en nuestros ministerios, esa es nuestra fecundidad; por ello [las religiosas] hemos dejado padres, hijas, hermanos… tierra": Hna. Carmen Notario. (Foto: Pixabay)
Ana, en el primer libro de Samuel, es una de las mujeres del Antiguo Testamento que encarna la afrenta que supone la esterilidad para la mujer en el antiguo mundo judío. Al comienzo se narra la tristeza de una mujer, al parecer amada por su esposo, pero que no se siente 'completa' porque le falta lo que en aquel momento era esencial para todas: tener descendencia propia. Esta situación refleja la del pueblo de Israel que, amado por Dios, no produce los frutos que se esperan de ese amor y esa relación.
Ana experimenta la burla —a causa de su condición— de Feniná, la otra esposa de su marido, y eso la hace sufrir tremendamente. Se intuye ya la dimensión profética de este libro porque Israel ha de sufrir el rechazo y la burla de otros pueblos para volverse al Señor con fe y confianza; quizá el Señor tenga piedad como con Ana y lo haga fecundo.
"¡Qué bien sabemos las religiosas que la llamada es un proceso! Empieza, sí, con una decisión de tomar un estilo de vida concreto, pero esa respuesta es solo el principio de un ir afinando el oído cada vez más": Hna. Carmen Notario
Seguro que a Samuel le costó mucho decirle a Elí lo que el Señor le había comunicado sobre él y sobre sus hijos, pero era la verdad y eso es lo único que Elí le demandaba. Convertirnos en Palabra de Dios es nuestra tarea profética tanto en 'casa' como en nuestros ministerios, esa es nuestra fecundidad; por ello hemos dejado padres, hijas, hermanos… tierra. Algunas también hemos dejado la primera comunidad a la que pertenecimos. Una visión estrecha y superficial lo puede tachar de infidelidad. Sin embargo, si se profundiza, quizá se descubra que es por fidelidad que alguien deja una estructura, que no le ayuda a ser fecunda, por otra. La llamada siempre permanece; la respuesta se va dando a lo largo de toda la vida.
Así como Ana se desahoga con su Dios pidiéndole un hijo y prometiéndole que se lo entregará de por vida, quizá también el pueblo pueda salir de su esterilidad traducida en estancamiento y decadencia social, religiosa y política, y evolucionar hacia un proyecto de pueblo más de acuerdo con el proyecto de la justicia y de la vida al que el Señor lo ha llamado.
El joven Samuel, signo de vida nueva y de la época nueva que necesita el pueblo, está en contraposición con los hijos de Elí, sacerdote bueno, pero que ya no puede hacer nada para que la institución religiosa recobre su sentido original. Sus hijos, que son la encarnación de esa institución, pecan contra el culto, contra las mujeres que servían en el santuario y contra su padre. Por todo ello serán aniquilados, pero no acaba aquí; la historia se repite una y otra vez.
"La llamada es un proceso de personalización y maduración que va totalmente unido a nuestro proceso de maduración humana. Elegimos vivir en comunidad porque el seguimiento de Jesús se hace real en la convivencia": Hna. Carmen Notario
Cabe por tanto preguntarnos, ¿qué es lo que tiene que cambiar cuando notamos esos rasgos de decadencia: los actores o las instituciones y estructuras como tal? Volvemos a constatar en el siglo XXI cómo nos vamos desviando del proyecto de Dios —que es siempre el mismo y que tanto nos cuesta poner en práctica— cuando anteponemos a él otros intereses.
Desde la luz que Jesús nos muestra en el Evangelio está claro que todo lo que no sirve tiene que caer para dar paso a una vida nueva; sin embargo, eso solo se da a través del cambio de las personas desde dentro, al aceptar una nueva conciencia que nace de una relación personal con Dios y de una apertura a lo nuevo, por mucho que nos pueda costar.
Por eso, la figura del pequeño Samuel dedicado a Dios, pero todavía con mucho que aprender y madurar, se me antojaba como un buen ejemplo para volver a la llamada original, tanto para jóvenes como para mayores.
En el capítulo 3, 1-2 del libro de Samuel leemos: "El niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La Palabra del Señor era rara en aquel tiempo y no abundaban las visiones".
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Vivir la fe sin ver y sin oír es muy duro. Es verdad que es una experiencia interna, pero también los sentidos nos ayudan a enriquecerla. A Samuel, a pesar de vivir con Elí, le faltaba mucho para discernir la voz de Dios. Quizá para él, la Palabra de Dios estaba tamizada por lo que le decía su maestro.
¡Qué bien sabemos las religiosas que la llamada es un proceso! Empieza, sí, con una decisión de tomar un estilo de vida concreto, pero esa respuesta es solo el principio de un ir afinando el oído, cada vez más, si queremos que sea fruto de una relación de amor.
Curioso cómo por tres veces confunde Samuel la voz de Elí con la voz de Dios. La Palabra irrumpe con fuerza en medio de la oscuridad, en las tinieblas y en la vida recién comenzada del joven Samuel. Él, que ha estado al servicio de Elí, pasará ahora a estar al servicio exclusivo de la Palabra, no a una comunidad específica o a nuestras superioras en nuestro caso.
"La conversión (…) no se trata siempre de moral, de sacrificio en favor de la institución; eso puede ser un gran engaño para no enfrentar realidades insostenibles": Hna. Carmen Notario
Por eso la llamada es un proceso, un proceso de personalización y maduración que va totalmente unido a nuestro proceso de maduración humana. Elegimos vivir en comunidad porque el seguimiento de Jesús se hace real en la convivencia, en la entrega, en el compartir los talentos recibidos con quienes tengo cerca. Pero la última responsable de lo que 'oigo' y 'veo' soy yo; y ahí, en esa conciencia formada y trabajada a diario, solo 'entramos' Dios y yo.
Ahí entra también ese cambio de la persona de la que hablábamos antes para que puedan cambiar las estructuras que ya no sirven. La conversión no es siempre pasar de una actitud negativa a una positiva. No se trata siempre de moral, de sacrificio en favor de la institución; eso puede ser un gran engaño para no enfrentar realidades insostenibles.