"La imagen de la Vid habla más de comunidad que de individuos, más de relaciones interpersonales de todos los sarmientos entre sí que de individuos relacionándose exclusivamente con Jesús": Consuelo Vélez, teóloga laica de Institrución Teresiana. (Foto: cortesía Religión Digital)
Nota de la editora: Global Sisters Report presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.
"Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer. Si alguno no permanece en mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los recogen, los echan al fuego y se queman. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que den mucho fruto, y así prueben que son mis discípulos". (Jn 15, 1-8).
El domingo pasado hicimos referencias a varios textos del Evangelio de Juan donde el evangelista pone en boca de Jesús la definición de lo que Él es: pan de vida, luz, buen pastor. En este texto va a decir que es "vid verdadera”. Junto a esta definición señala elementos muy importantes: es la vid cuidada por el Padre, es la vid que junto a los sarmientos da fruto en abundancia, cumpliendo una sola condición: que los sarmientos permanezcan unidos a la vid, es decir a Él mismo. Si no se está unido, no se puede dar fruto, nada se podrá realizar, no se forma parte del discipulado.
Ahora bien, esa unión entre vid y sarmientos es otra forma de hablar de la comunidad cristiana. Su vitalidad no depende de una excelente organización o de unos objetivos muy nobles. Depende de la unión con Cristo, de la comunión con su espíritu. En otras palabras, de beber de la misma fuente, recorriendo los mismos pasos de Jesús, transitando por sus mismos caminos. Por supuesto no se refiere a la literalidad del tiempo de Jesús sino al Espíritu que lo impulsó a la misión y que ahora nos ha de impulsar a vivir en el aquí y ahora de nuestro tiempo.
"Hace mucha falta el cultivo de una espiritualidad más comunitaria, donde la suerte de los demás no sea indiferente para nadie": Consuelo Vélez, teóloga laica de Institución Teresiana
Pero es importante enfatizar que la imagen de la vid y la permanencia en ella, no debe llevarnos a una espiritualidad individualista que, lamentablemente, caracteriza la piedad de bastantes cristianos. Parece que Jesús se hiciera a nuestra medida y solo interesara relacionarse con Él. Aumentan así las devociones y las peticiones de sus bendiciones para la propia vida, sin interesarse por la vida de los demás.
Precisamente la imagen de la vid, como dijimos antes, habla más de comunidad que de individuos, más de relaciones interpersonales de todos los sarmientos entre sí que de individuos relacionándose exclusivamente con Jesús. Hace mucha falta el cultivo de una espiritualidad más comunitaria, donde la suerte de los demás no sea indiferente para nadie. Es toda la vid la que está llamada a mantener el alimento para toda la planta. No pueden vivir unas ramas, sin preocuparse por las otras.
Aunque el texto diga que las ramas que se sequen, se cortan y se queman, es una manera simbólica de alertarnos de lo que puede pasar cuando la savia no recorre toda la planta. Pero no sería de extrañar que esas ramas secas vayan debilitando a toda la planta, es decir, minen, efectivamente, la vida comunitaria, dejándola estéril para dar algún fruto.
Que este tiempo de Pascua dé frutos abundantes en la vida de las comunidades eclesiales.
Tal vez si miráramos más a Jesús, encontraríamos caminos de renovación y creatividad que tanta falta hacen a la Iglesia actual.
Tal vez alimentándonos del mismo espíritu de Jesús tendremos más audacia para transformar “lo que siempre se hizo así”, por estructuras más ágiles, más moldeables, más plurales, más incluyentes, más diversas.
Y, talvez, sería muy posible que la primavera eclesial que saboreamos con el papa Francisco llegue a florecer decididamente, mostrando así que la unión con Cristo no defrauda, sino que da frutos abundantes de amor fraterno/sororal, de comunidades eclesiales a imagen de las comunidades de los orígenes.