Migrantes acampan afuera de la Casa de los Pobres en Tijuana, México. (Foto: cortesía Clara Malo)
Nota de la editora: La serie Acogiendo al Extranjero de Global Sisters Report examina más de cerca a las religiosas que trabajan con inmigrantes o migrantes. Las entregas presentan a hermanas y organizaciones que colaboran en red para servir mejor a quienes cruzan las fronteras, exploran las tendencias migratorias mundiales y abordan el tema de la inmigración en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
“Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida y he repartido muchas limosnas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo a Nínive, al país de los asirios…” (Tob 1, 3).
Así inicia el libro de Tobías, que estuvo presente en mis pensamientos a lo largo de la semana de peregrinación que viví en la frontera entre México y Estados Unidos. Junto con un grupo de religiosas y religiosos de distintas congregaciones, visité refugios y casas de migrantes en San Diego, Tijuana, Calexico y Mexicali. Me tocó ver y escuchar historias que eran como ecos de ese relato escrito hace más de dos mil años.
Al volver a México, tomé mi Biblia para leer pausadamente el libro. Es una historia inacabable de desgracias: "(...) los caminos de Media se hicieron inseguros y no pude volver allí" (Tob 1, 15). "Cuando supe que el rey tenía informes acerca de mí, y que me buscaba para matarme, tuve miedo y escapé. Me fueron arrebatados todos mis bienes…" (Tob 1, 19-20).
Todos los migrantes con los que hablé venían huyendo. Una y otra vez se repetía la misma historia: grupos del crimen organizado que extorsionan a pequeños comerciantes, que los amenazan de muerte si no pagan el 'piso', es decir, el derecho a seguir trabajando. Cuando las cuotas se vuelven impagables, lo que sigue es perder todos los bienes, o la vida.
"Junto con un grupo de religiosas de distintas congregaciones visité refugios de migrantes [en la frontera México-EE. UU.]. [Sus] historias eran como ecos [del Libro de Tobías] escrito hace más de dos mil años": Hna. Clara Malo Castrillón
Más de 20 religiosas católicas de cinco congregaciones diferentes, así como un fraile franciscano y un sacerdote de la diócesis de Seattle, participaron en la peregrinación fronteriza del 5 al 9 de febrero de 2024. (Foto: cortesía Clara Malo)
Hablé con un matrimonio joven, con dos niños pequeños, que tuvieron que escapar del pueblo porque la alternativa a pagar la cuota era que el papá empezara a trabajar como sicario para uno de estos grupos. "¡Cómo me voy a convertir en asesino! No puedo hacerle eso a mi familia…", exclamó.
Otra familia, de un pequeño pueblo en la sierra, tuvo que salir huyendo cuando un grupo armado vino a sacarlos de su casa. "Si mañana al amanecer siguen aquí, los mataremos a todos, empezando por los niños", advirtieron. La amenaza no era estéril: hace unos años ya habían secuestrado y asesinado a dos miembros de la familia.
En el Libro de Tobías, Tobit sigue enumerando sus desgracias: "Me cayó excremento caliente sobre los ojos y me salieron manchas blancas. Fui a los médicos, para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, menos veía a causa de las manchas, hasta que me quedé completamente ciego" (Tob 2, 10).
La pobreza y la enfermedad van causando también malentendidos y pleitos entre el matrimonio. Finalmente, Tobit se dirige a Dios, poniendo frente a él la realidad de su pueblo: "Hemos pecado en tu presencia, no hemos escuchado tus mandatos y nos has entregado al saqueo, al exilio y a la muerte… somos la burla de todas las gentes entre las que nos has dispersado" (Tob 3, 4).
Viendo la cantidad de migrantes que esperan en la frontera, en una especie de limbo, no puedo evitar pensar en los 'pecados' de origen que han llevado a esa situación. Esa multitud que ha sido desplazada de sus tierras, que tiene como única esperanza cruzar la frontera, no estaría ahí si no hubiera grupos criminales que se han vuelto todopoderosos. Claramente, no es Dios quien ha provocado nada de esto, pero la oración de Tobit expresa las realidades que han tenido que enfrentar: saqueo, exilio y muerte.
La migración siempre incluye dos historias: la de los que parten y la de los que se quedan esperando. Los que esperan viven una mezcla de angustia y esperanza. Uno de los momentos más dolorosos de la peregrinación fue la visita al cementerio de Holtville, California. En un primer momento, uno se encuentra con un cementerio normal: tumbas bien cuidadas, árboles, flores… pero al fondo, un muro con un letrero: 'Prohibido el paso'.
Detrás del muro lo que se ve es un enorme terreno árido, donde las tumbas sin nombre están marcadas solo con piedras. Son migrantes anónimos, que después de hacer todo el recorrido hasta cruzar la frontera, están enterrados ahí sin que sus familias sepan de ellos. No pude dejar de pensar en la ironía: lograron entrar a Estados Unidos, pero incluso después de la muerte se les mantiene aislados detrás de un muro. ¿Cuántas madres se estarán preguntando por ellos? ¿Pensarán que siguen vivos aquellos que se fueron con la promesa de volver?
"La migración siempre incluye dos historias: la de los que parten y la de los que se quedan esperando. Los que esperan viven una mezcla de angustia y esperanza": Hna. Clara Malo Castrillón
"Cuando se cumplió el plazo sin que el hijo hubiera regresado, Tobit pensó: '¿Habrá algo que le retenga allí?'. Y empezó a ponerse triste. Ana, su mujer, decía: 'Mi hijo ha muerto y ya no se cuenta entre los vivos'. Y rompió a llorar y a lamentarse por su hijo, diciendo: '¡Ay de mí, hijo mío! ¡Que te dejé marchar a ti, luz de mis ojos!'. Tobit le dijo: 'Calla, hermana, no pienses eso. Él está bien. Habrán tenido algún contratiempo allí, pero su compañero es hombre de fiar y uno de los nuestros; no te inquietes por él, que debe estar cerca'. Ella le replicó: 'Déjame, no intentes engañarme. Mi hijo ha muerto'. Y todos los días se iba a mirar el camino por donde su hijo había marchado. No creía a nadie. Y cuando se ponía el sol, entraba en casa y pasaba las noches gimiendo y llorando, sin poder dormir" (Tob 10, 1-7).
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En el libro de Tobías, Dios es algo así como un 'personaje invisible'. No está presente en cada página, pero es la mano que guía los acontecimientos. La historia tiene un final feliz gracias a Rafael, un ángel que actúa de incógnito: sin decir que viene de parte de Dios, acompaña, da instrucciones, coordina encuentros, muestra los medios para buscar refugio, salud y para volver a casa. En última instancia, lo que hace es reconstruir la confianza y la esperanza en Tobías y su familia.
Después de esos días en la frontera, solo puedo agradecer a Dios por tantos ángeles que siguen haciendo esa tarea: las Misioneras Franciscanas de Nuestra Señora de la Paz en la Casa de los Pobres (Tijuana), quienes ofrecen techo, abrigo, alimento, atención médica; las Hermanas Scalabrinianas, quienes en esa misma ciudad atienden a mujeres y niños, con un proyecto centrado en la atención psicológica y emocional frente a los traumas que han experimentado; la parroquia de Our Lady of Guadalupe en San Diego, que abrió sus puertas a los inmigrantes venezolanos que se encuentran esperando audiencia; el grupo de Border Compassion, que ha tomado bajo su protección a un albergue en Mexicali; el pastor metodista, quien ha asumido la tarea de ayudar a que los migrantes que pudieron cruzar la frontera lleguen a su destino final; los vecinos de Jacoma, quienes se organizaron improvisadamente para recibir a las oleadas de migrantes que en algún momento empezaron a pasar frente a ellos; la abogada que cruza la frontera mexicana para explicar a los migrantes los recursos legales con los que pueden contar.
Sé que muchas historias no tendrán un final feliz como el de Tobías y su familia, pero la presencia de Dios a través de sus mensajeros sigue siendo la misma. No es Dios quien cierra las puertas, sino nosotros. Y somos nosotros los que vamos eligiendo de parte de quién nos situamos, no por pura ética personal, sino como colaboradores del sueño de Dios: que todos sus hijos encuentren un hogar.