"Esta cultura [trashumante] con su asombrosa capacidad de supervivencia, me está enseñando mucho sobre el mensaje de Jesús. Estas personas se sienten uno con la naturaleza: con el sol, los vientos, la nieve, las vertientes, quebradas y cumbres, así como con los animales y las arboledas; todo forma parte de su entorno": Hna. Ana María Siufi. (Foto: cortesía: Hna. Ana María Siufi)
La vida trashumante en la cordillera argentina de Neuquén es muy dura. Esta práctica, que implica moverse "a través del humus" o tierra, es parte de la vida muy cerca del pueblo donde vivo.
En esta región, cuando llega el verano, los locales mueven su ganado en busca de pastos y agua en las alturas de las montañas, quedándose a vivir allí de diciembre a marzo o abril para que el ganado engorde.
Los paisanos cabalgan días y días acompañando al rebaño de chivos, con algunos vacunos, caballos y quizás ovejas, además de los infaltables perros que ayudan a mantener reunido el rebaño que avanza lentamente.
"Estos buenos pastores conviven con la soledad y el silencio, enfrentando frustraciones, pérdidas, accidentes, esperanzas y dolores, todo con paciencia y sin apuro, usando sus sentidos e intuiciones": Hna. Ana M. Siufi
Como parte de su labor pastoral con familias trashumantes, la Hna. Ana María Siufi imparte talleres, sobre todo a mujeres, lo que le permite compartir la vida con ellas. (Foto: cortesía Ana M. Siufi)
La vida trashumante no es solo para los hombres. Muchos van con sus mujeres y niños, quienes manejan los rebaños con increíble eficiencia, como lo hacen también los perros fieles y constantes en su tarea diaria. Ninguno teme a los zorros, jabalíes o a los pumas, que suelen acechar para alimentarse de sus chivos, terneros o potrillos. Al llegar a la cima, les espera un rancho precario donde dormir y un fogón para cocinar los alimentos que llevan y la carne y leche de algún animal.
Cuando pasa el calor y antes de las nevadas, las familias trashumantes bajan nuevamente al valle donde tienen su hogar a pasar los meses fríos. En los campos de la invernada sus rebaños se sustentarán con las reservas que acumularon durante los meses de pastura abundante en las montañas.
La mayoría de las personas que practican el estilo de vida trashumante en esta región son de ascendencia mapuche. Sin embargo, no siempre se reconocen como parte de este pueblo originario, pues la colonización diluyó la identidad de muchos. Mientras muchos jóvenes eligen irse a las ciudades para estudiar o buscar trabajo, algunos optan por quedarse en su tierra para ser pastores, manteniéndose fieles a una cultura que da sustento y sentido a sus vidas
Sin duda, esta cultura con su asombrosa capacidad de supervivencia, me está enseñando mucho sobre el mensaje de Jesús. Estas personas se sienten uno con la naturaleza: con el sol, los vientos, la nieve, las vertientes, quebradas y cumbres, así como con los animales y las arboledas; todo forma parte de su entorno.
En mi labor pastoral con familias trashumantes, realizo talleres, sobre todo con las mujeres, lo cual me brinda la oportunidad de compartir la vida con las familias. Una vez, una mujer me contó que un amigo estaba solitario en su campo, muy angustiado y deprimido por lo cual se acostó en la tierra sin saber qué hacer. Sus caballos lo vieron, se acercaron, rodeándolo y le mordían su ropa, tirando para que se levantara. El paisano sintió que le salvaban la vida.
"La mayoría de [los trashumantes] en esta región son de ascendencia mapuche. Sin embargo, no siempre se reconocen como parte de este pueblo originario, pues la colonización diluyó la identidad de muchos": Hna. Ana M. Siufi
En la cordillera argentina de Neuquén, las mujeres trashumantes tejen la ropa que necesitarán sus familias. En la imagen, algunas de ellas acompañan a la Hna. Ana Siufi, ubicada a la derecha. (Foto: Hna. Ana M. Siufi)
Pastorean con dedicación día y noche, cuidando a sus animales o aquellos encomendados por su patrón. Esta tarea rara vez se hace individualmente, sino que cuentan con la ayuda de la familia, amigos, compañeros, perros, caballos, formando una comunidad donde se colabora en diferentes tareas y servicios. Comparten los riesgos y también el pan, el fuego, el agua, el sacrificio y alguna fiesta nocturna con vino, asado, canto y guitarra. Entre estas personas se desconoce el consumismo, ya que solo consumen lo que reclaman sus necesidades más básicas y aguantan estoicamente el hambre, la sed, el cansancio y las contingencias climáticas.
Es una vida contemplativa: ellos saben leer los signos del tiempo, anticipando si va a llover, nevar, o estará ventoso. Reconocen cada planta para alimentarse o curarse de diferentes dolencias. Escuchan atentamente a los pájaros, al viento, al agua, al puma o a los perros; entienden a sus caballos y confían en ellos. Estos buenos pastores conviven con la soledad y el silencio, enfrentando frustraciones, pérdidas, accidentes, esperanzas y dolores, todo con paciencia y sin apuro, usando sus sentidos e intuiciones.
La gran mayoría de ellos es creyente, con una fe simple y profunda que los hace encomendarse a Dios cada día, encender velas y celebrar fiestas de santos o de la Virgen con procesiones y rezos. Son especialmente devotos de san Sebastián, cuya imagen está en incontables ermitas diseminadas por las montañas y caminos. Toda su vida es un peregrinar, confiando en esas presencias que los fortalecen y consuelan en sus desdichas. La muerte es vivida con naturalidad y se honra la memoria de los difuntos rezando en largos velatorios, ceremonias de entierro y en los aniversarios luctuosos acompañados de antiguas oraciones heredadas de generación en generación.
El lado sombrío de esta vida se manifiesta en conflictos entre vecinos o familiares con odios y resentimientos que los empujan a hacerse daño. Además, el alcoholismo puede afectar su salud como la de sus familias, al igual que el machismo y la violencia de género, que marcan la conducta de muchos varones y mujeres.
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Esta cultura pastoril y peregrina lucha por sobrevivir frente a la cultura hegemónica que la invisibiliza y borra sus valores, para imponerse con arrogancia. La letra de la canción Piedra y Camino de Atahualpa Yupanqui la representa fielmente:
Del cerro vengo bajando
Camino y piedra
Traigo enredada en el alma, viday
Una tristeza….
Es mi destino
Piedra y camino
De un sueño lejano y bello, viday
Soy peregrino.
A veces soy como el río
Llego cantando
Y sin que nadie lo sepa, viday
Me voy llorando…