Participantes de las tres vicarías de la diócesis de Chalatenango en las distintas formaciones para catequistas en la Escuela de Formación Pastoral Diocesana. (Foto: Sandra Margarita Sierra)
La experiencia vivida en los dos años de formación de los y las catequistas en la diócesis de Chalatenango, en El Salvador, ha sido para mí una experiencia personal de crecimiento en la fe y de búsqueda constante de la voluntad de Dios en mi vida y en mi misión.
Este discernimiento constituye lo más importante y determinante para mi vida en esta etapa concreta, y eso me ha hecho sentirme en sintonía con nuestra fundadora santa Margarita Bourgeoys, cuya fiesta celebramos el 12 de enero bajo la advocación de catequista y fundadora en lo que ella llamaba la Nueva Francia, hoy Canadá.
Remontándome a la experiencia de santa Margarita Bourgeoys, comprendo que para ella la catequesis era muy importante como forma de evangelizar y educar a los colonos y a los nativos que llegaban a Montreal, Canadá, en el siglo XVII.
“Ofrecer un espacio de escucha y acompañamiento (…) puede [contribuir] a la superación de dificultades que afectan la salud emocional y espiritual de los agentes de pastoral [catequistas]”: Hna. Sandra Sierra
Fundadora de la primera congregación femenina no enclaustrada de la historia de la Iglesia, la Congregación de Notre Dame de Montreal o de Nuestra Señora, para Bourgeoys tenía importancia que las hermanas se dedicaran no solo a dar clases de religión, lectura, escritura y otras materias a niños y adultos, sino también que ayudaran a los pobres, a los enfermos y a los inmigrantes que necesitaban apoyo.
Para ella la educación de las mujeres y las niñas —en ese tiempo las más marginadas entre los marginados— cobraba vital importancia. Santa Margarita Bourgeoys fue una mujer valiente y generosa que quiso servir a Dios y a su prójimo en las tierras de Nueva Francia y lo hizo de una manera holística e integral.
Desde la sencillez que Dios nos da, quiero compartirles un poco sobre la clausura de la escuela de formación pastoral en el área de catequesis de la diócesis, llevada a cabo el pasado mes de diciembre, después de 2 años de formación.
Hemos tenido 87 catequistas que perseveraron —en las diferentes parroquias— en esta formación integral que tiene como objetivo prepararse para establecer un proceso diocesano de catequesis que vaya más allá de lo sacramental. La idea es que sea una catequesis para la vida, acompañando los procesos de las comunidades y de los agentes de pastoral.
En este contexto, mientras preparábamos todas las actividades para la clausura, una situación llamó mucho mi atención. Algunos de los y las catequistas, en su mayoría personas sencillas y provenientes de comunidades rurales, estaban muy emocionadas por lo que sería el acto: simbólicamente se les entregaría un diploma de participación de parte de la diócesis como reconocimiento a su perseverancia.
El acto protocolar ordinario, sin embargo, mostró un hecho singular. La actitud de una catequista me llamó la atención. Ella provenía de una de las comunidades más sencillas y alejadas, y aun así fue una de las más perseverantes, porque no faltó a ninguna de las 22 reuniones de formación que compartimos con ellos —una vez por mes por 2 años—.
¡Ella estaba tan emocionada por su graduación! La chica nos comentó que esa fiesta era también importante para su familia, pues sería la primera de su núcleo familiar en graduarse, y además su papá asistiría al acto. Su emoción, que llegó a las lágrimas, me hizo caer en cuenta de lo importante que es para nuestra gente el sentirse valoradas y reconocidas, especialmente en medio de una sociedad que siempre los excluye.
Observando más detenidamente el panorama, me di cuenta de que varios de los agentes de pastoral estaban en la misma situación. Esto me llevó a preguntarme sobre la importancia que le damos verdaderamente a la formación que compartimos con ellos, y cuánta conciencia tenemos de las realidades y situaciones de aquellos que estamos llamados a guiar.
Para ellos, el reconocimiento, aun simbólico, puede ser una manera de reivindicar heridas, sentirse valorados, crecer en autoestima y profundizar en su fe. La catequesis, en definitiva, debe ayudarnos a vivir la fe de una manera integral.
En este sentido, retomando la experiencia de santa Margarita Bourgeoys, ella comprendió que la evangelización es integral a la persona humana, con sus dones y carencias. Como hija de mi tiempo y desde mi experiencia, percibo que el trabajo pastoral también puede ser un medio de sanar las heridas personales y académicas de los agentes de pastoral.
Ofrecer un espacio de escucha, acompañamiento, orientación, apoyo, reconciliación, perdón, esperanza, alegría, gratitud, oración, celebración y encuentro con Dios y con los demás, puede facilitar la integración de las experiencias dolorosas o traumáticas, contribuyendo a la superación de conflictos o dificultades que afectan la salud mental, emocional y espiritual de los agentes de pastoral.
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De mi propia experiencia pastoral puedo decir que 'Dios ha estado grande conmigo', reconociendo mi condición de pecadora y perdonando las veces que le he sido infiel. Sin embargo, siento que así me ha llamado y que he llegado hasta este momento solo por su gracia y porque Él ha estado y estará conmigo. También sé que Él sigue llamando obreros y obreras a su mies.
Me habita un sentimiento de alegría, gozo, esperanza, confianza y de misericordia de Dios. Este paso ha sido para mí la determinación de mi vida, reafirmando que Dios me ha llamado para vivir así y que, por su gracia, opto por responderle y ser misionera al estilo de nuestra amada fundadora.
Todo lo vivido hasta ahora lo considero gracia, a pesar de los momentos difíciles de tensiones internas y externas, en este proceso de acompañamiento en la catequesis. Entiendo ahora que dependiendo de la forma en cómo yo focalice las cosas, resultará la manera en que viva. Dios ha tenido la iniciativa, y solo les pido que rueguen por estos nuevos catequistas, y por nosotras, las hermanas que les acompañamos.