La Hna. canossiana Melissa Dwyer charla con una de sus alumnas de secundaria en la escuela Bakhita de Balaka (Malawi), en 2009. (Foto: cortesía de Melissa Dwyer)
La Hna. Melissa Dwyer, líder congregacional de la comunidad australiana de las Hijas de la Caridad Canossianas, recibió el 5 de abril de 2022 el título de doctora honoris causa por parte de la Australian Catholic University, en reconocimiento a su labor como educadora y promotora de oportunidades educativas, especialmente en Malawi, donde durante siete años dirigió a 600 niñas en la escuela secundaria de Bakhita, en el municipio de Balaka.
Las Hijas de la Caridad Canossianas fueron fundadas en Italia en 1808 y ahora ejercen su ministerio en 35 países. Hay unas 2300 hermanas en todo el mundo, aunque solo 32 en Australia. Los ministerios de la congregación se centran en servir a las personas en situación de pobreza y dar a conocer a Jesús y hacer crecer el amor por Él.
Dwyer fue nombrada líder de las hermanas australianas en mayo de 2019, con solo 38 años, y renovó posteriormente su cargo en febrero de 2021.
En el pasado Dwyer soñaba con otro tipo de honor: una medalla de oro olímpica en atletismo. El lanzamiento de jabalina era su fuerte. Pero, como ella misma dice: “Dios tiene sus caminos”.
GSR: ¿Qué papel desempeñó el deporte en los primeros años de su vida en Brisbane?
Dwyer: La participación en el deporte fue una parte muy importante de mi infancia. Tenía solo 5 años cuando comencé a participar en el programa Little Athletics. Me dediqué mucho a entrenar y pasé bastante tiempo preparándome. Mi padre fue mi entrenador hasta que llegué al último año de instituto y sintió que no podía ofrecerme más, así que empecé con un nuevo entrenador.
La Hna. canossiana Melissa Dwyer posa en 2009 con los alumnos de la escuela secundaria Bakhita en Balaka, Malawi, donde Dwyer fue directora durante siete años. (Foto: cortesía de Melissa Dwyer)
Me iba bien académicamente, pero no dedicaba mucho tiempo a estudiar. El atletismo, netball, cricket, hockey, tenis... todo eso me llevaba mucho tiempo.
Siempre quise ser profesora de educación física; ese era mi sueño. Desde luego, ¡no tenía ninguna intención de ser monja!
¿La iglesia era una parte importante de su vida familiar?
Sinceramente, cuando era pequeña solía huir de la iglesia. Me inventaba cualquier excusa para no ir. Mi madre nos llevaba a misa los domingos, pero no éramos una familia que rezara junta (no rezábamos el rosario, por ejemplo) y mi padre no iba a la iglesia.
No fue hasta que terminé la escuela que llegué a un punto en el que mi fe se convirtió en algo propio. Tenía 16 años cuando terminé el 12.º curso. Pasé de la seguridad de la escuela a la universidad con el propósito de estudiar para ser profesora de educación física. Pronto me di cuenta de que a nadie le importaba si estabas o no en la universidad y ahí fue cuando me perdí.
Llegué a un punto en el que no me quería a mí misma. Mi autoestima estaba muy baja a pesar de que tenía muchos amigos, me había ido bien en la escuela, estaba en la carrera que quería estudiar y era muy buena deportista. Sin embargo, por dentro me sentía vacía, y fue entonces cuando llegué a entablar una relación personal con Jesús.
La Hna. canossiana Melissa Dwyer administra la Eucaristía en una misa en la escuela secundaria de Bakhita en Balaka, Malawi, en 2011. (Foto: cortesía de Melissa Dwyer)
Comencé a participar en la iglesia local y tres años después estaba en el proceso de discernir la llamada a entrar en la vida religiosa. Todo sucedió como un relámpago.
¿Cómo llegaron a su vida las hermanas canossianas?
Estaba en una relación feliz y entrenando seriamente para mi carrera deportiva. Un día fui a la misa del domingo por la tarde porque competía por la mañana. En el fondo de la iglesia había un folleto sobre retiros para jóvenes adultos dirigidos por las hermanas canossianas, aunque eso no tenía mucha importancia para mí en ese momento.
Participé en un par de retiros (en los que ahora curiosamente colaboro) y a través de ellos llegué a conocer a las hermanas y ellas a mí. Esto las llevó a preguntarme si estaría interesada en una actividad de voluntariado acompañando a un grupo de jóvenes que viajaban a Roma para la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000. Pregunté si habría alguna posibilidad de hacer también un voluntariado en una de las misiones en el mundo en vías de desarrollo, así que Tanzania se sumó a mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud.
Estaba a punto de ser seleccionada para los Juegos Olímpicos de Sídney (¡en casa!), pero en su lugar fue a Roma y a Tanzania. ¿Qué consecuencias tuvo la visita a Tanzania?
Tanzania puso mi mundo al revés. Fui a África por curiosidad, para ver si la imagen que daban los medios de comunicación acerca del continente era real. Viví en una comunidad con jóvenes sin hogar y, aunque resultó enriquecedor, me llevó a sentir una gran frustración con Dios porque veía que no podía hacer nada para ayudarles.
“No miré. Entré. No tenía ni idea de cómo sería la vida en comunidad, pero me comprometí radicalmente a dar mi vida por completo para servir a Dios y a los necesitados”.
La noche previa a volver a casa me sentí realmente enfadada con Dios. Una niña me había suplicado que la llevara conmigo para ser mi sirvienta, para cargar mi maleta y atar mis zapatos, y no había nada que pudiera hacer por ella. Le pregunté a Dios: “¿Por qué soy tan inútil?”. No me gusta ser incapaz de arreglar las cosas.
A través de la oración me di cuenta de que sí había algo que podía hacer: podía entregar mi vida por completo a Dios y a los pobres, convirtiéndome en una Hija de la Caridad Canossiana, una sierva de los pobres. Y así lo hice. Fue realmente como el momento en el que Pablo se cayó del caballo.
¿Cómo reaccionaron las personas de su vida ante esta decisión trascendental?
Se lo conté a mis padres y tardaron en aceptarlo.
También se lo conté a mi entrenador, que no volvió a dirigirme la palabra.
No sabía nada de la vida religiosa, así que le pregunté a un sacerdote: “¿Debería, quizá, mirar otras congregaciones?”.
Él contestó algo muy profundo: “Mel, no importa lo lejos que mires, donde primero encuentres la paz es a lo que finalmente volverás".
No miré. Entré. No tenía ni idea de cómo podría ser la vida en comunidad, pero me comprometí radicalmente a entregar mi vida por completo para servir a Dios y a los necesitados. Y aún sigo haciéndolo.
La Hna. canossiana Melissa Dwyer con los habitantes de Balaka, Malawi, en 2009. (Foto: cortesía de Melissa Dwyer)
¿Qué aprendió de las hermanas al comenzar a vivir su vida?
En Australia, la pobreza se manifiesta de muchas formas, no solo material, así que en nuestro discernimiento sobre un ministerio nos preguntamos: ¿Cómo estamos dando a conocer a Jesús y haciendo que crezca el amor por Él, y cómo estamos sirviendo a la gente necesitada? Tenemos hermanas que trabajan con refugiados, con diferentes comunidades étnicas, hermanas que son consejeras, trabajadoras sociales, enfermeras, psicólogas, que ejercen su ministerio en parroquias y en comunidades italianas que aprecian su cercanía.
Desde que entré en 2005, el camino no ha sido siempre fácil. Ha habido muchos retos, muchos altibajos, pero cada día aumenta en mí el reconocimiento del don del carisma que se me ha confiado.
¿Cómo se le pidió que pusiera sus dones personales al servicio del carisma?
Mi postulantado y mi noviciado fueron ambos en Brisbane. Terminé mi grado en Educación Física y después de cuatro años de formación inicial, hice mi primera profesión de votos. Luego enseñé durante tres años en el St. James College Spring Hill, aquí en Brisbane.
Después me pidieron que fuera a Malawi, en África Oriental, como hermana juniora. ¡Tuve que sacar el atlas para ver a dónde me enviaban!
La Hna. canossiana Melissa Dwyer con los niños de una aldea en Balaka, Malawi, en 2009. (Fot: cortesía de Melissa Dwyer)
Yo no elegí Malawi. Las hermanas podemos decir que preferimos quedarnos en nuestro país de origen o que queremos ser ad gentes, estar a disposición del pueblo. Yo decidí ser ad gentes. Pasé tres meses en una comunidad de una aldea muy remota aprendiendo el idioma y luego otros tres meses en la escuela antes de ser nombrada directora.
Fue bastante duro.
Malawi está considerado como uno de los países más pobres del mundo y las niñas no tienen acceso a la educación. En muchas ocasiones, las alumnas de nuestra escuela no eran solo las únicas de su familia con la oportunidad de cursar estudios secundarios, sino quizá las únicas de toda su aldea. Entran en el aula antes de las 5 de la mañana y salen de ella a las 9 de la noche, seis días a la semana.
La experiencia africana me hizo muy feliz y no miento cuando digo que volvería mañana mismo. Sin embargo, sufrí un choque cultural. Era joven, estaba sola y no conocí a ningún otro australiano durante ocho años. Convives con otras hermanas, pero siempre destacas por ser blanca. Me costó unos tres años ganarme la confianza del personal, de las familias y de los estudiantes. Era importante que no me vieran como una colonizadora.
La clase de inglés del último curso de la Hna. canossiana Melissa Dwyer en la escuela secundaria de Bakhita en Balaka, Malawi, en 2015. (Foto: cortesía de Melissa Dwyer)
Se imparten clases sobre la Biblia y yo inicié la educación en valores para tratar de dar a las niñas una experiencia más holística. El sistema educativo se basa en gran medida en el aprendizaje de memoria, todo orientado a la preparación de tres semanas de exámenes al final de la enseñanza.
En su discurso, tras la concesión del título de doctora, compartió la historia de Christina, alguien que le marcó enormemente.
Christina llegó a nuestra escuela al principio del séptimo curso. Poco después, su madre y su padre murieron de sida. Al cabo de unos meses, Christina supo que ella también era seropositiva, ya que había contraído la enfermedad en el vientre de su madre.
Christina se enfadó mucho, culpando a su difunta madre de lo que ella llamaba su sentencia de muerte. Luego enfermó gravemente y pasó semanas en el hospital con neumonía y tuberculosis. Era un hospital con 50 personas hacinadas en una habitación con solo ocho camas, sin ventiladores ni aire acondicionado.
Todas las tardes iba al hospital y me sentaba en el suelo con Christina, dándole de comer patatas hervidas, que era lo único que tragaba. Allí sentada en el suelo con esta niña de 12 años, veía que no tenía palabras para consolarla. Me limitaba a escuchar e intentar ayudarla a encontrar la paz en su corazón.
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Después de cuatro semanas, Christina pudo darse cuenta de que su madre no quería hacerla enfermar. Justo al día siguiente de conseguir perdonar a su madre, Christina empezó a ganar peso. A pesar de estar todavía muy mal, pudo volver a la escuela.
Durante los cuatro años siguientes, hice todo lo posible para animar a Christina a perseguir su sueño de estudiar Derecho. En un país donde tan pocas mujeres tienen la oportunidad de ir a la universidad, no creía que fuera posible. Sin embargo, como cualquier buen profesor, la animé. Vi a Christina acabar el 12.º curso en 2016 antes de regresar a Australia.
En 2019, Christina me envió una lista de nombres de estudiantes que habían sido admitidos para estudiar Derecho en la University of Malawi. El nombre de Christina estaba allí. A día de hoy ya ha terminado sus primeros estudios de Derecho y está trabajando en un bufete de abogados en Malawi.
¿Qué le trajo de vuelta a Brisbane?
De nuevo, mi vida cambió rápidamente. Después de casi ocho años, recibí una llamada perdida desde Italia. La madre general me pedía que volviera a Australia para formar parte del equipo de liderazgo. Le pedí tiempo para rezar y me dijo que me llamaría de nuevo a las 9 de la mañana del día siguiente.
“Fue increíblemente duro volver. No sabía que se podía sufrir un choque cultural inverso”.
No podía decírselo a nadie y, tras una noche de insomnio y mucha oración, le pregunté: “¿Crees sinceramente que esto es lo que Dios quiere?”.
Ella me respondió: “No pretendo conocer por completo la voluntad del Señor, pero por lo que puedo saber, creo que esto es lo que Dios quiere”. Le contesté que volvería a Australia.
¿Fue complicado dejar África a pesar de los desafíos que se presentaban allí?
Fue increíblemente duro volver. No sabía que se podía sufrir un choque cultural inverso.
Después de dos meses, me dieron la oportunidad de volver y terminar la enseñanza con mi clase de 12.º curso, lo que fue un auténtico regalo para mí. Había estado dirigiendo una escuela y las cosas habían ido muy bien en Malawi, y el ministerio aquí (sentarse en una oficina y comprobar las actas de las reuniones) me resultaba menos satisfactorio. Creo que caí en un periodo de depresión.
Con el tiempo, asumí algunos ministerios externos con la Sociedad de San Vicente de Paúl y la promoción de las vocaciones en la arquidiócesis, algo que me ayudó enormemente, aunque dediqué la mayor parte de mi tiempo a servir a la comunidad como asistente.
En 2019, fui nombrada líder de nuestra comunidad australiana.
La Hna. canossiana Melissa Dwyer con una clase en la escuela secundaria de Bakhita en Balaka, Malawi, en 2015. (Foto: cortesía de Melissa Dwyer)
¿Cómo respondió a ese nombramiento?
Estoy ciertamente agradecida por la confianza que han depositado en mí mis hermanas y el Consejo General de Roma.
Fui a África con 27 años, una joven blanca en un país patriarcal, para dirigir una escuela. Eso fue un reto y rompió un estereotipo. Soy una persona a la que le gusta romper estereotipos, así que tengo la suerte de tener la oportunidad de volver a entrar en el juego.
Ahora, como líder de un grupo de mujeres, me veo obligada a mantener la misma disciplina, el mismo compromiso, la misma pasión y el mismo deseo de dar lo mejor de mí misma que tenía cuando era una joven atleta y cuando entré en la vida religiosa.
¿Cómo definiría su estilo de liderazgo?
Se basa en no pedir a nadie que haga algo que yo misma no estaría dispuesta a hacer. Es un liderazgo de servicio, y espero que mis hermanas pudieran decir lo mismo si les preguntasen.
Cuando era directora en Malawi, daba más de 30 clases a la semana por mi cargo. Creo mucho en dar un buen ejemplo, en predicar con el ejemplo.
La autenticidad es muy importante para mí. Si, por ejemplo, estoy animando a mis hermanas a vivir una vida de oración, pero yo no estoy viviendo una vida de oración, hay un problema de incongruencia.
Martin Daubney, rector de la Australian Catholic University, junto a la Hna. canossiana Melissa Dwyer, tras la concesión de su título de doctora honoris causa en abril de 2022. (Foto: cortesía de la Australian Catholic University)
La educación ha sido un hilo conductor a lo largo de su vida y ahora le han concedido el máximo honor que puede ofrecer una universidad.
Sigo sintiéndome muy halagada por el título de doctora honoris causa y se lo dedico a la gente de Malawi, a las personas de a pie que me dieron la oportunidad de caminar con ellos. Es una oportunidad para poner de relieve la necesidad de una educación de calidad en muchas partes de nuestro mundo.
También estoy comprometida con la vida religiosa. Creo apasionadamente en nuestro carisma y estoy convencida de que este tipo de vida es una opción valiosa para las mujeres de hoy.
La formación es una parte importante dentro de mi función de liderazgo. Creo que Dios me pide que enseñe en un contexto diferente. Soy responsable de la formación permanente de las hermanas.
Tenemos 11 hermanas menores de 60 años, así que nos queda mucha vida. También hemos acogido a dos mujeres jóvenes en la congregación.
Aunque es un reto y fue muy duro volver de Malawi, creo que estoy haciendo lo que Dios me pide.
Por último, ¿alguna vez ha pensado en volver a lanzar una jabalina?
Sin duda, es parte de lo que soy. Es una parte de mi historia. No es algo a lo que esté enganchada, pero los valores que tengo ahora nacieron y se formaron en el ámbito deportivo, así que estoy muy agradecida por esa etapa de mi vida.
También es un plus si puede ser un motivo de acercamiento para que los jóvenes puedan decir: “Oye, no importa lo que hagas, Dios puede llamarte a la vida religiosa”. Me gustaría que fuera una imagen positiva que abriera las mentes y los corazones de los jóvenes para que pudieran afirmar: “Si ella pudo hacerlo, yo también”.