La Hna. de la Providencia Bárbara Battista sostiene una foto tomada durante su última visita a Keith Dwayne Nelson, quien fue ejecutado en la prisión federal de Terre Haute, Indiana, el 28 de agosto de 2020. Battista era la guía espiritual de Nelson y estuvo presente mientras era ejecutado. (Foto: AP/Michael Conroy)
La Hna. Bárbara Battista no se dedicaba a la pastoral penitenciaria ni a visitar a los hombres encarcelados en el centro penitenciario federal de Terre Haute, Indiana, como otras integrantes de las Hermanas de la Providencia de Saint Mary-of-the-Woods.
Pero ella hablaba con claridad, y eso es lo que quería Keith Dwayne Nelson.
Era julio de 2020 y estaba previsto que Nelson fuera la quinta persona ejecutada como parte de una serie de 13 ejecuciones llevadas a cabo por el presidente Donald Trump y su fiscal general William Barr, entre el 14 de julio de 2020 y el 16 de enero de 2021.
Battista había sido detenida en el Capitolio de Estados Unidos un año antes al protestar por el trato de las autoridades a los niños inmigrantes y había aparecido en la prensa local por aquella y otras actuaciones a favor de la justicia social a lo largo de los años como organizadora comunitaria y promotora de la justicia de su congregación.
Más que alguien que lo consolara, Nelson quería un testigo.
"Fue muy claro desde el principio. Quería que yo contara al mundo lo que ocurría en esa [cámara de ejecución]", relató Battista y añadió: "No era tanto: '¡Ay, reza algunas oraciones!' o 'actúa como una persona religiosa'… Sobre todo, lo que él quería era alguien que estuviera dispuesto a contar lo que ocurre, a ofrecer una muestra del horror y la violencia y de lo que realmente ocurre allí dentro".
Nelson envió una petición a través de otro preso y de una de las hermanas del ministerio penitenciario de la congregación: ¿Podía acompañarle Battista a su ejecución?
Tras un proceso de discernimiento que duró 24 horas, ella aceptó.
"Para que una persona lo solicite, y más una persona en esa situación en la que se encuentra indefensa ante el Estado, el Gobierno federal [piensa lo que debe ocurrir allí]…", comentó Battista y confesó: "Por dentro, lo único que quería era decir que sí. […] No podía imaginarme diciendo que no".
Battista habló con Nelson por teléfono varias veces y una semana antes de su ejecución, el 28 de agosto, lo visitó en persona. Allí él le preguntó si podía acompañar a un compañero condenado a muerte: William Emmett LeCroy Jr., quien iba a morir el 22 de septiembre y buscaba un guía espiritual.
De nuevo, ella aceptó.
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Dentro de la cámara de ejecución
Dado que el centro penitenciario federal se encuentra a 16 kilómetros de la casa madre, las Hermanas de la Providencia han estado implicadas en la pastoral penitenciaria desde hace varias generaciones y llevan décadas trabajando por la abolición de la pena de muerte.
En 2001, tras un paréntesis de 38 años, el Gobierno federal volvió a poner en marcha las ejecuciones en su centro de Terre Haute, y aquella lucha adquirió un carácter especialmente urgente para las hermanas. Se llevaron a cabo dos ejecuciones en 2001 y una en 2003, y luego ninguna hasta la serie de ejecuciones que comenzó el 14 de julio de 2020 y que incluyó las muertes de Nelson y LeCroy.
Nelson fue condenado por el secuestro, la agresión sexual y el asesinato en 1999 de Pamela Butler, una niña de 10 años de Kansas. LeCroy fue condenado por la violación y el asesinato en 2001 de Joann Tiesler, una mujer de 30 años de Georgia.
Battista había aceptado acompañar a dichos hombres hasta su muerte, pero no estaba segura de poder hacerlo. Durante la mayor parte de su trayectoria profesional (casi 40 años) se había dedicado a la medicina, al trabajo como farmacéutica de oncología clínica y asistente médica, así como dentro del campo de la medicina del trabajo.
"Me dedico a la asistencia sanitaria y ya he estado con gente que se estaba muriendo. Los he acompañado en ese proceso hacia la muerte en una situación de emergencia que no era precisamente maravillosa, y he estado con las hermanas sentadas en vigilia y rezando para que regresasen a casa. Pero esta vez era diferente", señaló. "Mi pregunta era: ¿sería capaz de estar allí y ver cómo ejecutan a una persona, cómo la asesina el Estado, y no extender la mano de manera instintiva y quitarle la vía intravenosa?", apuntó.
Debido a las restricciones por motivos de seguridad y a su agenda tan apretada, Battista solo pudo visitar a Nelson y a LeCroy en persona dos veces a cada uno; el resto de la comunicación tuvo que ser por teléfono o por carta. Cuando llegaron las fechas de las ejecuciones, tanto el horario como los procedimientos previos a las inyecciones letales estaban muy planificados, y la seguridad era aún más estricta de lo habitual en el centro penitenciario de máxima seguridad, explicó Battista.
Al entrar en la cámara de la muerte, ella no pudo evitar darse cuenta de que era la única profesional de la medicina presente en ambas ejecuciones.
"A primera vista, parece un procedimiento médico. Pero como profesional de la medicina, puedo asegurar que no había médicos ni asistentes médicos ni ningún tipo de enfermera que participara en ello", afirmó y agregó: "Va totalmente en contra del código deontológico [médico]".
Tampoco había ningún tipo de sentimiento, comentó.
"Me llamó la atención cómo sus rostros, el del alguacil y el del verdugo, parecían los de un robot, como de piedra", indicó. “También son seres humanos, y tengo que creer que se esfuerzan por estar en ese papel. No hay ningún sentimiento", expresó.
Battista comentó que aquello era parte de la puesta en escena: todos los procedimientos y políticas están diseñados para que la ejecución parezca lo más estéril y desapegada posible para ocultar que en realidad se trata de violencia extrema. Los relatos de la prensa sobre las ejecuciones no coinciden con los informes oficiales: los reporteros presentes en las ejecuciones dijeron que los estómagos de los presos "se movían, se retorcían y se estremecían" mientras morían, aunque los relatos oficiales decían que los presos simplemente se dormían y a veces roncaban.
"Es en esos momentos de intenso sufrimiento cuando mediante la gracia de Dios aprendemos mucho más sobre lo que es posible. No solo respecto a la parte del sufrimiento, sino a lo que es capaz de conseguir el bien": Hna. Barbara Battista
La mayoría de la gente cree que las ejecuciones no son públicas, explicó Battista, pero en realidad la cámara de la muerte está rodeada en tres lados por ventanas con zonas separadas para los miembros de la familia de la víctima, los miembros de la familia del condenado y la prensa. Ni Nelson ni LeCroy estuvieron acompañados por su familia en sus ejecuciones.
En la propia cámara de la muerte hay cinco personas: el condenado, el verdugo a su izquierda, un alguacil a su derecha, el alcaide [gobernante de la prisión] o su representante y el guía espiritual, si se solicita.
El prisionero está atado a una mesa que Battista describe como "cruciforme", con los brazos abiertos.
"Fueron crucificados. Fue una ejecución pública", afirmó.
A Battista no se le permitió tocar a ninguno de los dos hombres hasta que fuesen declarados muertos.
"Se trataba de un hombre que llevaba 20 años en régimen de aislamiento sin que se le permitiera el contacto físico con nadie más que con los funcionarios de prisiones", explicó y sentenció: "Es un acto más de violencia".
Nelson no pronunció sus últimas palabras, pero le pidió a Battista que le transmitiera un mensaje a sus abogados.
El verdugo leyó un texto que incluía los delitos por los que Nelson había sido condenado y a continuación descolgó un teléfono (Battista no sabía a quién iba dirigida la llamada) y preguntó si había algún impedimento, como la suspensión de la ejecución en el último momento. Al no haber ninguno, comenzó la ejecución. La vía intravenosa pasaba por un orificio en la pared hasta otra habitación para que nadie pudiera ver cuándo empezaba a circular el producto químico.
"En el caso de Keith, fue silencioso. Ningún sonido... Ningún movimiento", contó. "Y entonces se acabó… Ya podía tocar su cuerpo, así que empecé a ungirlo, a rezar las oraciones de nuestra Iglesia, a rezar por que llegara a su hogar. Ungí su pecho, por encima de su corazón, y luego me invitaron a salir", explicó.
Puede que no se oyera nada mientras Nelson moría, pero Battista rezaba fervientemente. Las Hermanas de la Providencia habían creado una oración para las ejecuciones, y Battista rezaba para sí misma mientras se ejecutaba la sentencia de muerte.
LeCroy, en cambio, quería algo diferente. Aunque algunos informes de prensa lo describían como "obsesionado con la brujería", Battista aseguró el hombre era muy espiritual y estudiaba los escritos de Thomas Merton, C. S. Lewis y otros. Sus últimas palabras, que no pronunció en su ejecución sino que envió por correo a Battista, citaban a W. H. Auden, la reina Isabel I, Samuel Richardson, Søren Kierkegaard, Kahlil Gibran, William Shakespeare y otros.
"Will tenía muy claro que quería oraciones concretas y que se rezaran en voz alta", relató Battista. "Quería la Coronilla de la Divina Misericordia, que deseaba que rezáramos juntos, y pidió que después la siguiera rezando en voz alta durante todo el tiempo que estuviera en la cámara de la muerte", expresó.
Nelson había sido atado en posición horizontal sobre la mesa, impidiendo que viera a ninguno de los que lo observaban, "otro ataque a su dignidad", señaló Battista. Así que el día en que LeCroy iba a ser ejecutado, preguntó al alcaide si se podía elevar la parte superior de la mesa o si le podían colocar una almohada. Cuando llegó a la cámara de la muerte, descubrió que la mesa estaba ligeramente inclinada para que LeCroy pudiera mirar a su alrededor si lo deseaba.
Battista le informó al verdugo que LeCroy le había pedido que, después de rezar juntos, ella continuase rezando en voz alta, aunque le aseguró que bajaría la voz mientras él hablaba.
Cuando habló con LeCroy, le contó que los que protestaban contra la ejecución a las puertas del centro estaban comiendo Milk Duds (su caramelo favorito) en su honor, lo que le hizo reír.
La Hna. Barbara Battista lee una carta el 24 de septiembre de 2020, escrita por William LeCroy, que fue ejecutado dos días antes en el Centro Correccional Federal de Terre Haute, Indiana. (CNS/Captura de pantalla de la transmisión en directo de Facebook)
Rezaron juntos y Battista siguió rezando hasta que LeCroy fue declarado muerto. Seguidamente lo ungió como había hecho con Nelson.
"Más violencia sobre la violencia"
Battista declaró que ha visto morir a muchas personas en sus años de trabajo en el sector sanitario, pero que ninguna otra muerte le afectó tan profundamente como las de Nelson y LeCroy.
"Es una experiencia profundamente espiritual, y estoy segura de que seguiré aprendiendo de ella", comentó.
Battista aseguró que muchos han dicho que la pandemia del coronavirus convirtió el 2020 en una Cuaresma de un año, pero para ella la Cuaresma comenzó y terminó con la serie de 13 ejecuciones federales en siete meses.
"Era solo más daño, más violencia sobre la violencia", expresó. "A la violencia que la persona cometió cuando mató a alguien se le suma la violencia que experimentan las familias de las víctimas. Así que sentí (y todavía hoy siento) que parte de mi misión, de mi ministerio, es estar presente para ellos también. Porque ellos sufren", manifestó.
Ahora, su ministerio dentro de la prisión continúa: se ha ofrecido a estar en contacto con otros presos condenados a muerte y está trabajando para crear un fondo que ayude a los familiares a realizar visitas. Y, por supuesto, sigue abogando por la abolición de la pena de muerte.
En sus últimas palabras LeCroy citó de manera extendida a Merton al escribir: "'Convenzámonos del hecho de que nunca seremos otra cosa que principiantes durante toda nuestra vida'. Sigo aprendiendo a ser humano. Sigo convirtiéndome en un mejor ser humano. Gracias a Merton, yo también puedo afirmar: 'Quiero a todo el mundo. Estoy despertando del sueño de la separación'".
Battista confesó que se recuerda a sí misma una y otra vez esas palabras.
"¿Sigo aprendiendo? ¿Sigo reflexionando? ¿Sigo experimentando el dolor y el regalo de estar con Will? Sí", se preguntó y respondió.
"Estoy segura de que continuaré, por muy extraño que suene, 'cosechando los beneficios de esto', es la verdad. Creo que es en esos momentos de intenso sufrimiento cuando mediante la gracia de Dios aprendemos mucho más sobre lo que es posible", explicó y añadió: "No solo respecto a la parte del sufrimiento, sino a lo que es capaz de conseguir el bien".
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 27 de mayo de 2021.