La Hna. Lidia Mara Silva de Souza en la Casa Mambré del municipio de Iztapalapa en la Ciudad de México en marzo (Foto: Luis Donaldo González)
En todos los continentes hay historias de injusticia, dolor y muerte. Sin embargo, la migración en Centroamérica y México merece especial atención, pues en ella confluyen pobreza, persecución, corrupción y desastres naturales.
Estos problemas obligan a las personas a salir de su propia tierra para buscar seguridad y trabajo en otros países —en este caso a Estados Unidos y Canadá—- y a la vez provocan las caravanas migratorias que han dejado múltiples tragedias, como la muerte en 2022 de 53 migrantes en una caja tráiler en San Antonio, Texas, o la masacre de San Fernando, en México, en 2010.
Pocas personas en el mundo conocen a fondo la situación migratoria centroamericana como la Hna. Lidia Mara Silva de Souza. Ella es una religiosa brasileña que pertenece a la congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo (también conocidas como Scalabrinianas) que trabaja en temas migratorios desde hace más de 20 años.
A lo largo de su vida religiosa se le han encomendado diferentes misiones que le han permitido encontrarse con migrantes de todo el continente, y que la han hecho a ella misma ser migrante.
Después de estudiar Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Paraná, trabajó como coordinadora de la enseñanza religiosa en un colegio internacional de Brasil. Más adelante fue enviada a Roma, en donde estudió la maestría en Migraciones (LUMSA) y la especialización en teología espiritual en el Teresianum, además de asistir a migrantes y refugiados, junto con la comunidad Sant´Egidio.
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En 2008 fue enviada de misión a Tegucigalpa, Honduras, en donde coordinó la Pastoral Arquidiocesana de la Movilidad Humana.
La Conferencia Episcopal de Honduras le pidió entonces que se hiciera cargo de la coordinación nacional de la Pastoral de la Movilidad Humana, la cual dirigió desde 2011 hasta 2019. Algunas de sus tareas principales fueron la atención y asistencia a migrantes deportados, migrantes con discapacidad a causa de accidentes en el trayecto, desplazados internos, familiares de personas desaparecidas en la ruta migratoria, entre otros casos.
En febrero de 2020 su congregación la envió a la Ciudad de México para ser la directora nacional de la asociación civil Scalabrinianas Misión con Migrantes y Refugiados, en donde acompaña y asesora a las personas defensoras de los derechos humanos y de los migrantes.
Actualmente es también coordinadora de la Casa Mambré, un refugio ubicado en el inseguro municipio de Iztapalapa, en Ciudad de México, que atiende a migrantes víctimas del crimen organizado en territorio mexicano y a personas sujetas a protección internacional.
La Hna. Lidia Mara Silva de Souza frente a la Casa Mambré en el municipio de Iztapalapa en la Ciudad de México en marzo. (Foto: Luis Donaldo González)
“Casa Mambré es un verdadero hogar para mí. Me siento así porque puedo quedarme aquí hasta que se resuelva mi situación legal”, dice Pedro, un migrante venezolano de 19 años con quien Global Sisters Report pudo dialogar y quien pidió permanecer en el anonimato debido a su proceso legal. “Junto a mi mamá, he cruzado el Tapón del Darién [la selva entre Colombia y Panamá] y otros países centroamericanos. Aquí nos sentimos en un lugar seguro”, apunta.
Debido a su gran conocimiento, la Hna. Silva es parte del Consejo de Presidencia de la Red Eclesial Latinoamericana y Caribeña de Migración, Desplazamiento, Refugio y Trata de Personas (Red Clamor).
GSR: ¿Qué es lo que sucede con la situación migratoria en Centroamérica?
Silva de Souza: En países como Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México hay mucho dolor, sufrimiento, violencia y hambre. Por eso la gente tiene que migrar. Las personas luchan por sobrevivir.
Los jóvenes dejan sus hogares y toman corredores migratorios con muchos peligros relacionados al clima, a los medios de transporte y al narcotráfico y sus operarios. Los centroamericanos saben de los peligros de migrar de forma irregular, sin embargo, la situación en su país de origen es tan complicada que deciden tomar el riesgo y salir de su tierra para buscar una vida más segura y digna en el norte [Estados Unidos].
“Vivimos una crisis humanitaria y no trabajamos lo suficiente para remediarla”
Esta situación no es solo un problema en Centroamérica, sino también en Sudamérica. Aunque estas precariedades son muy conocidas y hemos vivido muchos acontecimientos trágicos, hoy es triste que nuestras sociedades siguen sin centrarse en los derechos humanos y en el reconocimiento de la dignidad de la persona, y de todas las personas.
Es irónico que Latinoamérica, que es una de las regiones con más cristianos, sea tan injusta y generadora de migración forzada. No olvidemos que América ha sido el continente más evangelizado. Desafortunadamente, los que aquí vivimos y los que toman las decisiones de poder, hemos sido y seguimos siendo indiferentes ante el sufrimiento de los pobres.
Nosotros hemos fallado en construir estrategias efectivas para garantizar los derechos humanos a todas las personas. Estamos viviendo una crisis humanitaria y no estamos trabajando lo suficiente para remediarla.
Usted ha tenido que migrar para cumplir con su misión, ¿se considera usted migrante para migrantes?
Soy migrante porque Dios me llamó a esta misión. Yo soy migrante con migrantes. Esto significa que yo estoy y trabajo con migrantes, pero soy una de ellos. Yo también vivo la tristeza de la distancia, la incertidumbre y los trámites burocráticos que los países imponen a los migrantes, muchas veces excesivamente largos y llenos de corrupción.
Viviendo mi misión veo la voluntad y la presencia de Dios. Como enseña nuestro santo fundador, san Juan Bautista Scalabrini: Escuchando y encontrándonos con los migrantes, escuchamos y encontramos a Dios. Esa es mi misión: encontrarme con el otro, encontrarme con su corazón.
Una niña migrante trabaja en un proyecto artístico en la Casa Mambré del municipio de Iztapalapa, en Ciudad de México, en 2022. (Foto: cortesía de Lidia Mara Silva de Souza)
Muchas veces me encuentro con corazones lastimados, abusados, heridos o cansados, pero llenos de esperanza y de fe inquebrantable.
También reconozco que mi ministerio no ha sido sencillo, pues las historias de los migrantes pueden ser extremadamente duras. Recuerdo, por ejemplo, cuando estuve con las familias de los migrantes víctimas de la masacre de Cadereyta, México, en 2012. Las familias estaban destrozadas al saber que sus hijos habían sido acribillados y destazados [cortados en pedazos].
Sin duda esta ha sido la experiencia más dolorosa que he vivido, pero sé que Dios me enviaba a estar con estas personas, a abrazarlas y acompañarlas en su sufrimiento.
Soy migrante porque todos lo somos, pues estamos aquí caminando de regreso al corazón de Dios. Lo soy también por el llamado específico que Dios me hace de ser scalabriniana, es decir, misionera de la esperanza en el mundo de las migraciones.
Además de ser la directora de Scalabrinianas Misión con Migrantes y Refugiados, usted pertenece a la Red Clamor, que poco a poco va fraguando una red de comunicación efectiva entre las obras sociales de la Iglesia en favor de los migrantes, ¿cómo hace este trabajo?
Red Clamor es una luz para toda Latinoamérica ya que conecta y comunica a la Iglesia de todo el continente, permitiéndonos caminar y hacer camino juntos, en sinodalidad. Esta iniciativa ha sido una experiencia de fraternidad y comunión, por eso estoy segura que nace en el corazón de Dios.
Esta red no sustituye el trabajo de la Pastoral de la Movilidad Humana, sino que es un apoyo que nos permite comunicarnos, y que además ofrece mapas y rutas más seguras. También es útil para hacer pronunciamientos conjuntos ante las injusticias en diversos países.
El obispo de Iztapalapa, México, Jorge Cuapio Bautista, bendice la Casa Mambré el 5 de agosto de 2022. (Foto: cortesía de Lidia Mara Silva de Souza)
Es una voz profética que denuncia los pecados que generan las migraciones forzadas y anuncia un Dios que camina con su pueblo. Esta red anuncia a los pueblos la urgente necesidad de construir una sociedad más justa, solidaria y fraterna.
Gracias a esta Clamor es posible también estudiar el fenómeno migratorio no solo desde los libros y las estadísticas, sino también desde la asistencia y acompañamiento directo y cercano. Desde que inició en 2017 hemos dado grandes pasos pero todavía tenemos camino por andar.
En enero se celebró la Cumbre de América del Norte en México, teniendo la migración como uno de sus objetivos principales. Así como este hay muchos otros eventos que buscan atender el fenómeno migratorio, ¿para usted son útiles estos encuentros?
Hay diversidad de cumbres, foros y encuentros cada año que pretenden abordar el tema de la migración. Algunos de ellos son convocados por la ONU, que pretende una migración segura, ordenada y regular. Sin embargo, los resultados son muy pocos.
La Hna. Lidia Mara Silva de Souza da un recorrido por los dormitorios comunitarios de Casa Mambré en el municipio de Iztapalapa en la Ciudad de México en marzo. (Foto: Luis Donaldo González)
Estos encuentros no se centran en la dignidad de la persona, sino que abordan la migración como tema de seguridad nacional y economía. Es decir, en lugar de preguntarse qué pasa con los pobres y qué los obliga a migrar, para así llegar y trabajar desde la raíz del problema, se centran en cómo protegerse y blindarse de quienes vienen del extranjero.
Se ve a los migrantes como amenaza y se deja de lado que hoy la migración es forzada pues, ya sea por hambre o por miedo, las personas no pueden vivir en su propia tierra.
¿Cómo percibe usted el fenómeno migratorio en México?
Desde que conozco México, hace ya más de 10 años, no ha habido un gran cambio en sus políticas económicas. El Gobierno busca que la economía sea próspera y, para eso, es necesario no entrar en conflicto con Estados Unidos.
El ejemplo más claro fue en 2019, cuando el presidente [Donald] Trump amenazó con subir aranceles a México si no se reducían los flujos migratorios irregulares. El Gobierno mexicano actuó rápidamente para contener las caravanas de centroamericanos en su frontera sur.
Lo que poco se recuerda de esto es que el actual Gobierno mexicano prometió visas a los jóvenes centroamericanos para trabajar legalmente en la construcción del ‘tren maya’ y de la refinería, además de programas de reforestación. Esto no se cumplió y, en gran medida, esto motivó a que surgieran las caravanas migrantes.
“Tenemos que dejar de tener miedo de aquellos con quienes compartimos diferencias y apostar, en cambio, por cómo pueden añadirse a nuestra riqueza cultural”
Por otro lado, a los que logran llegar a México el gobierno les complica muchísimo los procesos migratorios. Cada año hacen el trámite más difícil. Sin avisar, cambian teléfonos, oficinas y requisitos. Cuando uno llega ya todo es distinto y simplemente los trámites no se pueden realizar en el momento.
A esto, por supuesto, tenemos que sumar la corrupción que se vive en el país. Por ejemplo, en Tapachula, Chiapas, se vive un abuso sistemático y terrible de parte de las autoridades.
Por último, otro gran problema en México es que no se trata igual a todas las personas. Por ejemplo, el trato a los haitianos es muy distinto al de los venezolanos, y este a su vez es distinto del que se ofrece a las personas centroamericanas. Según la nacionalidad y el sistema político del país de origen, se aplican las estrategias migratorias que mejor convengan a México y Estados Unidos.
Con todo esto, se puede ver que no existe una real voluntad política por hacer las migraciones ordenadas y seguras para los migrantes.
Día del niño en la Casa Mambré del municipio de Iztapalapa en la Ciudad de México el 30 de abril de 2022 (Foto: cortesía de Lidia Mara Silva de Souza)
¿Qué podemos hacer la sociedad, la Iglesia y los gobiernos para afrontar esta crisis?
Nos urge abrir el corazón para encontrarnos con el otro, con el que es diferente. Necesitamos dedicar tiempo para escucharnos y valentía para abrir el corazón. Tenemos que dejar de tener miedo a quien es diferente y apostar para que podamos sumar nuestras riquezas culturales.
No podemos dejar pasar la oportunidad de comprometernos con la “cultura del encuentro” de la que habla el Papa Francisco. No podemos dejar de lado que Dios nos habla a través de los hermanos y hermanas, especialmente en los más pobres.
Recordemos que si no hay conversión de corazón, de nada nos sirven las cumbres y los discursos. Hoy tenemos que trabajar por salir adelante de esta crisis humanitaria, pero debemos hacerlo juntos.