La Hna. Lydia Timkova, de las Hermanas Dominicas de la Beata Imelda, imparte una clase de catecismo en Mukachevo, Ucrania, en febrero. Entre sus alumnos hay personas recién llegadas de otras partes de Ucrania que se han visto obligadas a dejar sus hogares durante la guerra. Las hermanas dominicas tienen su origen en el país vecino, Eslovaquia, pero cuentan con una dilatada experiencia en Mukachevo. Desde el comienzo de la guerra, Timkova ha viajado al este de Ucrania al menos tres veces para llevar ayuda humanitaria a las zonas más afectadas por la guerra. (Foto: Gregg Brekke)
Nota del editor: Publicado originalmente en inglés el 23 de abril, este reportaje pertenece a la nueva serie de GSR Esperanza en medio del Caos: Hermanas en Zonas de Conflicto, que ofrece una mirada a las vidas y ministerios de religiosas que sirven en lugares peligrosos alrededor del mundo. Las noticias, columnas y entrevistas de esta serie incluirán a hermanas en Ucrania, Nigeria, Kenia, Sri Lanka, Nicaragua y otros lugares a lo largo de 2023.
En una tarde de febrero de cielo azul y sol radiante, los hermanos Basil y Nicolai Knutarev contemplaban los apartamentos calcinados de Irpin (Ucrania), donde vivieron en el pasado.
Los apartamentos han permanecido intactos desde el brutal asedio y bombardeo ruso que duró tres semanas y terminó el 28 de marzo de 2022, más de un mes después del inicio de la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero. Los edificios, con sus exteriores ennegrecidos y carbonizados, transmiten peligro y amenaza, que se acrecientan por el inconfundible olor a gas que se respira en el aire frío.
El asedio se cobró la vida de casi 300 civiles y convirtió a Irpin, una comunidad antaño tranquila situada a unos 24 kilómetros al oeste de la capital, Kiev, en un lugar tan tristemente famoso como la vecina Bucha, el escenario más conocido de los presuntos crímenes de guerra rusos.
La población de 70 000 habitantes de Irpin antes de la guerra disminuyó tras el asedio. La mayoría de los residentes han regresado posteriormente, aunque algunos, como los hermanos Knutarev, aún viven en otra localidad.
Nicolai, un trabajador de fábrica jubilado de 76 años, vive ahora en un pueblo cercano con otros parientes, pero de vez en cuando pasa por Irpin para ver cómo están las cosas y a veces coge patatas en un garaje alquilado que sirve de almacén temporal.
Basil, que también se instaló en las inmediaciones, miró hacia las ruinas de su edificio de apartamentos y se encogió de hombros.
“No ha habido avances", afirmó este guardia de seguridad de 71 años y trabajador jubilado de una fábrica, al referirse a su apartamento destruido en el sexto piso, a pesar de las promesas de reconstrucción de las autoridades locales. “Nadie sabe qué pasará en el futuro”, afirmó mientras su voz se entrecortaba al agregar: “Solo hay promesas. Lo hemos perdido todo”.
Basil Knutarev frente a su edificio de apartamentos en Irpin, Ucrania, destruido por la artillería rusa en los primeros días de la invasión. Todos los residentes habían sido evacuados y nadie resultó herido en el bombardeo. (Foto: Gregg Brekke)
“Lo hemos perdido todo” es un sentimiento compartido por millones de ucranianos que se han visto obligados a abandonar sus raíces y hogares tras un año de una guerra que gran parte del mundo ha condenado y que ha transformado la imagen de Europa, aumentado las tensiones internacionales y provocado sacudidas en la economía mundial.
Barreras antitanque en las esquinas de las calles cercanas a la catedral católica romana de Kiev, Ucrania. (Foto: Gregg Brekke)
“La vida ha cambiado no solo para Ucrania, sino para todo el mundo”, afirmó la Hna. Yanuariya Isyk, que pertenece a las Hermanas de la Orden de San Basilio el Grande, cuyo ministerio tiene su sede en Kiev. “Ahora vivimos una nueva vida. No puede ser la misma que teníamos antes de la guerra. La vida nunca volverá a ser igual”, apuntó.
La nueva realidad se caracteriza por el desplazamiento y la confusión, la pérdida y la muerte. Hospitales, escuelas y barrios han sido el objetivo de actos especialmente crueles que han indignado al mundo. Según las Naciones Unidas, más de 7000 civiles, entre ellos más de 400 niños, han muerto a causa de la guerra, y más de 11700 han resultado heridos.
Incluso en localidades alejadas del frente, la vida está siempre en vilo, con apagones y cortes de electricidad [Rusia ha atacado la red eléctrica del país] y sirenas antiaéreas que interrumpen una tarde idílica.
Sin embargo, los ucranianos también hablan de unidad, solidaridad y esperanza renovadas. En un país que se ha convertido en una gran zona de conflicto, la guerra ha impulsado a las comunidades religiosas a abrir sus puertas a los desplazados y a liderar diversas misiones humanitarias.
“Hemos tenido que pensar menos en nosotras mismas y más en los demás”, explicó Isyk en una entrevista en la pequeña residencia monasterio que comparte con otras dos hermanas en un edificio que se vio dañado por saboteadores rusos que se enfrentaron a las fuerzas ucranianas a principios de la guerra.
Aunque su labor de educación cristiana en Kiev sigue siendo primordial, Isyk ha coordinado la entrega de alimentos —harina, pasta, conservas de pescado y carne, arroz y leche— y suministros médicos a los necesitados.
En mayo, Isyk y otros voluntarios visitaron Bucha para reunirse con los residentes y rezar ante la fosa común de civiles asesinados. Era un día nublado y con mucha bruma y los residentes guardaron silencio mientras Isyk y otros voluntarios sacaban los alimentos y otros suministros. Luego llegaron las lágrimas cuando la gente contó sus experiencias.
“Nos contaron cómo habían sobrevivido y agradecieron poder hablar de ello con alguien”, afirmó. “Era importante escuchar sus historias, aliviar su dolor y consolarlos”, añadió.
La Hna. Yanuariya Isyk presenta sus respetos ante una fosa común de víctimas civiles de presuntos crímenes de guerra rusos en Bucha (Ucrania), durante una visita en mayo de 2022. (Foto: cortesía de Yanuariya Isyk)
Este consuelo es un bálsamo necesario. Los religiosos católicos tienen la promesa y la esperanza de una victoria final, de la resurrección, pero todavía no es visible.
“Para nosotros, 2022 fue un año de profunda oscuridad y crucifixión para el pueblo ucraniano”, declaró Isyk. “Miles de corazones ucranianos fueron crucificados, el destino de la gente fue mutilado, ciudades y pueblos fueron destruidos”, contó.
“Ucrania y el pueblo ucraniano han vivido un largo, difícil y doloroso año de Cuaresma. Todos los ucranianos han sufrido durante este año de una forma u otra”, señaló la Hna. Anna Andrusiv, perteneciente también a las Hermanas de la Orden de San Basilio el Grande, que vive en la ciudad occidental de Lviv. Ella y sus hermanas basilianas ofrecieron refugio en los primeros meses de la guerra a quienes se dirigían a la vecina Polonia. Pero dado que ahora hay menos personas yendo a Polonia, las hermanas no han acogido a nadie desde septiembre.
No hay indicios de que la guerra vaya a terminar pronto. Y a principios de este mes, la gente hablaba de prepararse para lo peor, pues muchos temían una nueva ofensiva rusa desde el norte, posiblemente desde Bielorrusia, aliada de Rusia.
“Ahora mismo, las cosas están estables, pero todo sigue sobre la mesa”, comentó el padre dominico Mikhailo Romaniv sobre la situación en Fastiv, una comunidad de 45000 habitantes a unos 45 kilómetros al suroeste de Kiev. Romaniv está a cargo del Centro Cristiano de San Martín de Porres, un ministerio dominico que proporciona asistencia a madres y niños con diversas necesidades, además de a quienes han sido desplazados o se encuentran sin hogar.
Sacos de arena protegen el sótano de la catedral greco-católica de Lviv, Ucrania, que sirve de refugio antiaéreo para los residentes locales. (Foto: Gregg Brekke)
Cualquier mínima estabilidad en Fastiv es bien recibida por Dasha Habovska, de 24 años, y su hijo de uno, Christian, que viven en un hospital rehabilitado en las afueras de la ciudad como parte del ministerio dominico. A principios de febrero, la residencia albergaba a siete familias, 18 personas en total.
Habovska y su hijo huyeron de la entonces ocupada ciudad de Kherson en septiembre, dejando atrás a la pareja de Habovska y al padre de Christian, Daniel, que ahora trabaja en labores de defensa en la frontera entre Ucrania y Bielorrusia.
En cierto modo, la decisión de marcharse fue fácil porque la casa de la familia estaba cerca de una zona de bombardeos. Pero la separación ha sido difícil.
“Es duro para Christian estar lejos de su padre”, explicó Habovska, quien añadió que es todo un reto criar sola a un bebé en un entorno nuevo. Pero Habovska afirma sentirse segura y agradecida por la asistencia, los cuidados y el alojamiento que reciben ella y su hijo.
“Nos proporcionan mucha ayuda, una ayuda que no se encuentra en ninguna esquina”, declaró.
Sin embargo, sigue preocupada por su familia en Kherson, por Daniel y por el curso de la guerra.
Como casi todos los ucranianos, Habovska confía en el resultado final de la guerra: “Por supuesto que ganaremos”, afirmó, pero no está segura de cómo se desarrollará la siguiente fase.
“Estamos preparados para todo”, aseguró y agregó: “Es muy desconcertante”.
Dasha Habovska y su hijo Christian viven ahora en Fastiv, Ucrania, tras la invasión rusa y el bombardeo de su casa en Kherson. (Foto: Gregg Brekke)
Y sin embargo, incluso en medio de tanta incertidumbre, los ministerios continúan.
La Hna. Damiana Monica Miac, religiosa polaca y una de las cinco hermanas Dominicas de Jesús y María que viven y trabajan en Fastiv, explicó que una especie de rutina había vuelto a la vida de la escuela en la que imparte clases de preescolar.
Miac, de 53 años, lleva 30 viviendo en Ucrania, 24 de ellos en Fastiv. Recuerda los primeros meses de la guerra, con las tropas rusas cerca, como angustiosos y difíciles. Había poca comida y la vida era como un asedio.
“Fueron tiempos difíciles para todos”, contó y añadió: “Al principio no podía rezar”.
Finalmente encontró consuelo y fuerza en su comunidad y en su labor docente. Ahora hay 35 alumnos de preescolar en su escuela, la mitad de ellos residentes permanentes de Fastiv y el resto de familias desplazadas.
Y la vida de oración de Miac acabó regresando e incluso profundizándose.
“El rosario”, comentó. “Eso me ayudó”, aseveró.
Miac ha vuelto a confiar en Dios y cree que Ucrania acabará venciendo.
“Creo que todo saldrá bien”, afirmó.
Incluso en medio de este optimismo y de los indicios de reconstrucción en zonas dañadas como Bucha, los obstáculos que quedan por delante son enormes, ya que es necesaria una reparación física, cultural y espiritual.
“Ucrania ha sufrido daños y eso se refleja de muchas maneras: escuelas destruidas, nuestro patrimonio dañado”, afirmó Isyk. “Llevará muchos años reconstruir y sanar esta sociedad”, estimó.
Los desplazados “tienen el deseo de volver a casa esta primavera”, aseguró Edith Dominika Shabej, asociada dominica húngara y coordinadora de Cáritas que trabaja con las hermanas dominicas en el oeste de Ucrania y el este de Eslovaquia. “Pero el problema es que sus casas han sido destruidas. No tienen ningún lugar al que regresar”, explicó.
En muchas partes de Ucrania, según contó, las minas terrestres colocadas por las fuerzas rusas también suponen una amenaza mortal.
A medida que aumenta el número de víctimas de la guerra —se calcula que hay cientos de miles de bajas militares en ambos bandos—, las familias de los militares ucranianos necesitan ayuda y consuelo, al igual que los veteranos de guerra que regresan.
Otro problema: el aumento del abuso del alcohol a medida que las familias se separan, sobre todo porque las mujeres han emigrado a otros países y los hombres que no han sido reclutados intentan encontrar un sentido a sus vidas.
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“No saben qué hacer”, explicó Romaniv acerca de los hombres que ahora viven solos. “Beben. Y sin la compañía de las mujeres, pierden la motivación para trabajar”, añadió.
Sin embargo, a pesar de la magnitud del daño social, los religiosos se muestran firmes en que Ucrania no debe transigir con Rusia para poner fin a la guerra.
“Eso sería transigir con el mal”, sostuvo el padre dominico Petro Balog, que dirige el Instituto de Ciencias Religiosas de Santo Tomás de Aquino en Kiev. "No es cristiano transigir con el mal”, aseveró.
Balog indicó que el calvario de Ucrania comenzó con la anexión de Crimea en febrero de 2014 y la guerra en la región de Donbás que estalló unos meses después.
Para los ucranianos, señaló, la resurrección estará marcada “cuando la muerte sea derrotada, y la amenaza de muerte persistirá mientras exista la Rusia imperial y [soviética] de Putin”.
“Nuestra tarea no es cerrar un acuerdo con la muerte, ni un compromiso”, manifestó Balog, “sino vencerla, y eso es definitivo. Creo que, con la ayuda de Dios, es posible”.
En Lviv, donde los signos de la guerra son menos visibles que en las ciudades de los alrededores de Kiev, ese sentimiento de compromiso no es menos profundo.
“Lo que la gente no entiende es que Putin y Rusia no nos darán una paz verdadera”, señaló Andrusiv. “Si nos dan dos años, volverán y [nos] matarán. Eso no será una paz real. (...) Sabemos que hay gente buena en Rusia que quiere la paz. Pero no son mayoría”, apuntó.
Ucrania está librando una batalla contra la tiranía en una guerra que tiene implicaciones mucho más allá de las fronteras de Ucrania, aseguró Andrusiv. “Nuestro pueblo está muriendo para proteger al mundo”, indicó.
Mientras Isyk caminaba por su edificio de apartamentos, señaló una ventana de la escalera parcialmente destrozada con un agujero de bala aún visible. Se mostró dispuesta a perdonar a Rusia: “Quizá no ahora, pero sí en el futuro. Pero la guerra tiene que terminar, el sufrimiento tiene que terminar. Estamos esperando a que admitan este error, y solo entonces los perdonaremos”.
El país debe permanecer firme, explicó la religiosa.
“Habrá una victoria de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal, una celebración de la victoria sobre la muerte, una celebración de la esperanza y la salvación, una celebración de las buenas noticias tras la noche oscura”, aseguró Isyk.
“Por la gracia de Dios, Ucrania resucitará”, vaticinó.