La hermana Ruby Lemus Salguero junto a una vitrina que contiene las reliquias teñidas de sangre de san Óscar Romero, el 24 de marzo, en los terrenos del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador, El Salvador. Entre las reliquias se encuentra el hábito de una religiosa de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa que corrió hacia Romero cuando este recibió un disparo mortal y cuyo vestido absorbió parte de la sangre del mártir. (Foto: GSR/Rhina Guidos)
En la pequeña casa donde vivió san Óscar Romero cuando era arzobispo de San Salvador, se encuentra el hábito blanco de una religiosa a la izquierda de las reliquias ensangrentadas del mártir salvadoreño.
“Yo pregunté, ¿y ese (hábito) por qué está allí?”, cuenta la hermana Tránsito de la Cruz Valdez Crespín sobre la primera vez que lo vio.
El hábito pasa casi desapercibido ya que está junto a lo que Romero llevaba puesto el día de su martirio: una camisa donde se puede ver una gran laguna de sangre creada cuando la bala penetró su cuerpo mientras celebraba misa. Pero al ver de cerca la sencilla prenda de la religiosa, se puede apreciar en el ruedo una serie de manchas que acompañan la historia de ese día.
Las manchas marcan parte de la historia del martirio del 24 de marzo de 1980, y de la fidelidad de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa con san Romero, la comunidad de la cual la madre Valdez ahora es superiora. Mientras muchos se escondieron en las bancas al escuchar la explosión de la bala, dos hermanas corrieron hacia el altar, relató la madre, arrodilladas en el suelo de la capilla del Hospital de la Divina Providencia, donde se encontraba Romero.
Hoy, como entonces, la comunidad administra el hospital a la par de la capilla y ofrece ayuda a pacientes de escasos recursos que sufren de cáncer. San Romero por mucho tiempo había conocido a la comunidad y entre las hermanas y los pacientes pobres, decidió vivir cuando fue nombrado arzobispo en 1977.
La Hna. Tránsito de la Cruz Valdez Crespín sostiene un póster de san Óscar Romero el 24 de marzo, en su oficina cercana a la capilla donde fue martirizado. Valdez es la superiora de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, quienes cuidan la casa que habitó el santo salvadoreño en los terrenos del hospital para enfermos pobres de cáncer que la comunidad religiosa aún administra. (Foto: GSR/Rhina Guidos)
Al lado de Romero a la hora de su martirio, cuando derramaba sangre hasta por la nariz y la boca, dos religiosas carmelitas junto con otra mujer y un hombre trataron en vano de salvar la vida del ahora santo, algo capturado en fotos de ese día. Es así como el hábito de una de ellas absorbió la sangre del mártir.
Valdez recuerda lo que las hermanas que estuvieron en la capilla esa noche le contaron muchos años después: “Mire, estábamos en misa. De repente, se vio una luz… una luz entró y después fue el sonido, y monseñor cae”.
En el recinto del hospital es donde las religiosas mantienen viva la memoria del mártir en lo que ellas consideran el “santuario” del santo: una pequeña residencia que ellas le construyeron a la entrada de la propiedad, regalo para celebrar los 60 años de Romero en 1977, y la capilla martirial donde murió, a pocos pasos de la casa.
A pesar de que muchos se refieren a la casa como el “museo” del santo, “insistimos, nosotras Carmelitas Misioneras, insistimos en llamarle santuario”, dice la hermana Ruby Lemus Salguero, quien guía a peregrinos que llegan a visitar.
Oficialmente, la Santa Sede, en el Código de Derecho Canónico, dice que con el nombre de “santuario” se designa a una iglesia u otro lugar sagrado al que “por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles” y debe ser aprobado por el obispo del lugar o por la conferencia de obispos, para su designación oficial como santuario nacional.
Pero las hermanas se refieren a la manera popular de las visitas de los devotos de san Romero que llegan al recinto. Gente de todo el mundo visita, dijo Lemus, y llegan de lugares como Alemania, Inglaterra, de todos los países de América Latina, pero también de lugares como Madagascar y la India, al otro lado del mundo.
La Hna. Ruby Lemus Salguero frente a una habitación donde vivió y trabajó san Óscar Romero, durante la visita de los peregrinos a la casa el 24 de marzo, en los terrenos del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador, El Salvador. Las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa cuidan la casa donde habitó en los terrenos del hospital para enfermos pobres de cáncer que la comunidad religiosa aún gestiona. (Foto GSR/Rhina Guidos)
“San Romero es conocido por su testimonio de compromiso, de fe… donde hay pobreza, sigue iluminando la voz de monseñor Romero que nos invita a mantener la esperanza”, dijo Lemus.
Valdez considera que el ejemplo de san Romero trasciende las creencias religiosas.
“Aquí vienen de diferentes denominaciones religiosas, hindúes, budistas”, afirmó.
Cuidar esa memoria para el mundo no ha sido tarea fácil para la comunidad.
Mucho antes que se le reconociera como un santo, hubo un periodo cuando a san Romero se le consideraba una “mala palabra”, como dijo el papa a los obispos centroamericanos en 2019. Las hermanas, cuya casa está a la par de la capilla y casi al otro lado de la casa donde vivió el santo, sufrieron humillaciones, calumnias y corrieron peligro por querer salvaguardar las pertenencias que desde muy temprano consideraban reliquias.
Algunos benefactores de las clases altas que habían ayudado a las hermanas con el hospital, creyendo las calumnias que algunos decían de Romero —que era subversivo, peligroso, guerrillero— les dieron la espalda, y les cortaron su apoyo económico, recordó la madre.
“A las hermanas no les importó, porque sabíamos que la providencia iba a mover el corazón de quien quiera”, contó.
Advertisement
La casa también, dijo Valdez, fue “víctima de cateos, de extracción de objetos” en muchas ocasiones.
Cuando ella vivió en la comunidad del recinto del hospital, como novicia, y después como juniora, durante la guerra civil de El Salvador, recuerda que los soldados les decían que abrieran todo. “ Y nos apartaban… de una manera hasta grosera”, expresó.
De ese tiempo nefasto, Valdez tiene recuerdos: “A mí me tocó responder el teléfono… y yo recibía llamadas donde nos decían ‘monja guerrillera, la vamos a matar. Una bomba la va a destruir. No se escondan detrás de los enfermos’”.
Los soldados regularmente llegaban a sacar objetos de la casa y a veces impedían, mientras llevaban a cabo sus operaciones, que las hermanas entraran.
“No podíamos ni entrar, ni ver qué agarraban, qué no agarraban. Lo que está actualmente es lo que ha sobrevivido”, dijo Valdez.
Pero es suficiente para contar la historia.
La casita tiene un cuarto sencillo donde Romero vivió y donde hay una cama pequeña con un escritorio, sobre el que reposan una máquina de escribir y una grabadora utilizada por el ahora santo para registrar su diario; se encuentra también una foto de su amigo, el papa Pablo VI, quien fue canonizado en 2018, y una silla mecedora. Además tiene un espacio donde guardaba pañuelos con sus iniciales bordadas por las hermanas.
El papa Francisco pasa estandartes de santos recién canonizados durante su audiencia general en la plaza de San Pedro el 17 de octubre de 2018, en el Vaticano. Los estandartes muestran a los santos Vincenzo Romano, Óscar Romero y Pablo VI. (Foto: CNS/Paul Haring)
Igualmente se encuentra una pequeña colección de libros a la entrada de la casa.
Entre las reliquias más conmovedoras destaca el cíngulo del santo, un cordón que los sacerdotes usan para ceñir el alba, y que lleva la sangre de san Romero, algo que las hermanas le prestaron al papa Francisco y que él se puso durante la ceremonia de canonización en 2018.
Pero el lugar también tiene cosas mundanas: pasaportes, la licencia de Romero para manejar, su agenda, lo que usaba para afeitarse, cosas que le dan sabor a casa donde hay vida y donde la figura de Romero espera.
Los cuentos de las hermanas que convivieron con él también ayudan a llenar la imaginación de lo que fue vivir con un santo contemporáneo.
“A monseñor ahora lo vemos con la aureola, pero las hermanas recuerdan que tenía también carácter”, dijo Valdez.
Sabiendo que no les aceptaría a las hermanas la casa que le construyeron para que dejara de vivir en un cuarto pequeño a la par de la sacristía en la capilla, ellas buscaron otra manera de forzarlo a que aceptara la vivienda.
“Dedicaba tiempo para visitar a los pacientitos y eso lo hacía siempre”, dijo la madre. “Entonces (las hermanas) llamaron a los pacientes que se podían movilizar y les dijeron: ‘Ustedes le van a entregar la llave, porque a ustedes no les va a decir que no’”, agregó.
Y es así como terminó el arzobispo viviendo en la propiedad donde todavía se encuentra su carro y en donde se puede imaginar al santo acostado en una hamaca que las hermanas dicen que solía usar.
Sor Tránsito de la Cruz Valdez Crespín da la bienvenida a los peregrinos reunidos el 24 de marzo en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, donde fue martirizado San Óscar Romero. Valdez, superiora de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, que cuidan la casa donde vivió el santo salvadoreño, a poca distancia de la capilla, habló de la gran cercanía de Romero con esta comunidad religiosa que atiende a enfermos de cáncer de escasos recursos. (Foto: GSR/Rhina Guidos)
“Es una persona que sigue tan viva, tan presente, tan actual”, dijo Valdez y añadió: “Y las hermanas en esto han jugado un papel también muy importante por el hecho de transmitirnos las anécdotas”.
Cuidar la casa del santo y atender a los peregrinos es tan importante para las hermanas que es parte de las actividades diarias de la comunidad, dijo Valdez.
“La congregación ha destinado a una hermana precisamente para ello”, expresó. “Dentro de las actividades que tenemos nosotras, o pastorales, está la pastoral de la casita de monseñor Romero… valoramos tanto este legado que tenemos, que se dedica una hermana, por lo menos una, para ese servicio”, apuntó.
Lemus le escribió al papa Francisco contándole del trabajo de la congregación.
“El año pasado, justo en esta época, el papa respondió con una carta tan linda en donde nos anima a que sigamos resguardando la memoria de san Romero. Para nosotras eso vale oro”, manifestó Valdez.
Ella dice que lo que más quiere de las personas que visitan el lugar que consideran santo es que conozcan más a san Romero. “Y que no nos quedemos como espectadores. No [debemos] ser espectadores. Monseñor enseñó a no solo ser espectador. Él pudo haberse limitado a lo de escuchar, atender a las personas y hasta ahí llegar”, aseguró.
Pero Romero se metió en lo hondo de la realidad de la injusticia y atropello del pueblo sufriente, y allí tuvo la experiencia de encuentro que lo transformó en un santo, agregó la madre superiora.
“El encuentro nos transforma”, dijo Valdez. “Qué sea acá experiencia de encuentro, llamémosle fe, llamémosle cambio de vida, pero de tal manera que transforme actitudes nuevas”, añadió.
A ella también le gustaría que más personas colaboraran con las hermanas para poder mantener la casa del mártir en buena condición [alguna gente que viene fuera del país ha sido más consciente con esta causa].
“Yo admiro mucho a las personas que vienen y dicen: ‘Miren, ¿qué podemos hacer para conservarlo? ¿Qué se necesita para cuidarlo, para mantenerlo limpio, digno, para que se conserve?’. Son muy pocas las personas que sí se interesan, y son del extranjero, curiosamente”, expresó Valdez.
Algunos, mientras pasan a ver el entorno de monseñor Romero, también se dan cuenta de los pobres que acuden al hospital y lo que le rodeaba al religioso al fin del día. En su honor, algunos dejan una donación, dijo la madre, prueba para ella de que el santo sigue con el trabajo que llevaba en vida.
“Nos dicen: ‘Mire, yo conocí a monseñor Romero o supe de la obra por monseñor Romero y aquí traigo una colaboración para el hospital, porque a través de él me he enterado’”, dijo Valdez y añadió: “Entonces yo digo, monseñor sigue apoyando esta obra”.
Nota del editor: Puede acceder desde acá a la versión en inglés de este reportaje.