(Unsplash/Bruno Van Der Kraan)
En otoño del 2020 recibí un golpe en la cabeza y sufrí una lesión cerebral traumática. El afirmar que mi vida dio un vuelco me resulta insuficiente. Debido a las migrañas diarias, la fatiga y las deficiencias cognitivas y visuales (por nombrar solo algunas), perdí la capacidad de permanecer en mi ministerio, conectarme con los demás y vivir de forma independiente.
Como la persona típicamente positiva que soy, intenté aferrarme a la esperanza y creerle a los demás cuando me decían “las cosas mejorarán”. Recordaba todo lo bueno que había perdido y esperaba el día en que pudiera recuperar plenamente mi salud. Sin embargo, con el paso de los meses seguía experimentando un dolor físico abrumador, pérdidas y dificultades. La esperanza a la que me aferraba solo aliviaba temporalmente mi dolor y mi pena.
Me dejé llevar por el optimismo, creyendo que me sentiría mejor en el futuro, pero al final volvería a caer en mi dolorosa realidad. A medida que este patrón continuaba, empecé a caer en una espiral de desesperación al no poder cumplir mis expectativas y las de los demás: sanar y volver a mi vida de servicio, donde tenía un propósito y un significado. La esperanza me dejó con el corazón vacío e incapaz de aceptar lo que estaba viviendo. No se trataba en absoluto de esperanza, sino más bien de ilusiones y apego a resultados concretos.
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En la oscuridad, aferrada a un atisbo de vida, fui en busca de otro tipo de esperanza que me guiara para seguir adelante. Necesitaba una esperanza que me reconfortara y me diera fuerzas. Una esperanza que me hablara en los momentos de dolor y fatiga, pena y desesperación. Si la esperanza en un futuro mejor no perdurara, ¿cómo se vería y sentiría una esperanza capaz de guiarme a través del presente?
Hace poco escuché a Tara Brach hablar sobre la “esperanza sabia”. Al escucharla. sentí que sus descripciones coincidían con mi propia experiencia. Ella contrasta una esperanza madura con el tipo de esperanza que yo vivía, que se dejaba llevar por el deseo de mi ego de que las cosas sucedieran de una determinada manera. Al profundizar en mi cuestionamiento —reflexionando sobre una esperanza verdadera y sabia— recordé que toda la vida es buena y hermosa. La esperanza sabia se reveló más allá de un resultado deseado o de esperar tiempos mejores; es ver la luz en la oscuridad.
¿Cuál era la luz que veía y experimentaba en mi oscuridad? Al ampliar mi visión, la esperanza apareció como consuelo en el dolor, compañía en el aislamiento, un oído dispuesto a escuchar cuando me hallaba confusa, un abrazo cuando me sentía sola. Esta esperanza me recordó que todo pertenece. En mi desesperanza, la esperanza puede brillar de verdad. ¿Qué es el amor sin haberse sentido desconectado? ¿Qué es la alegría sin conocer la profundidad de la pérdida?
Al seguir escuchando, la esperanza me pedía que no convirtiera al sufrimiento en mi enemigo. Cuando encubro o niego las partes dolorosas de mi realidad, también obstruyo el resplandor de la compasión y el cariño que pueden resplandecer en mi sufrimiento Esto hace que me resulte difícil recibir y apreciar plenamente la forma en que el amor se manifiesta en mis momentos más dolorosos. Cuanto más me permito adentrarme a las profundidades del cambio, la pérdida, el fracaso, el dolor o la confusión, más puedo sumergirme y experimentar los pozos del amor, la compasión y la comprensión.
“En mi desesperanza, la esperanza puede brillar de verdad. ¿Qué es el amor sin haberse sentido desconectado? ¿Qué es la alegría sin conocer la profundidad de la pérdida?”: Hna. Corbin Hannah #Columna #GSRenespañol #HermanasCatólicas
En definitiva, la esperanza me enseña a dejar de esperar y empezar a crear. Cuando me enfrento a mi sufrimiento y lo afronto con compasión, empiezo a ver que puedo elegir en este momento. Puedo empezar a custodiar y hacer crecer la luz que hay en mi interior. Puedo elegir cómo responder ante mí misma y ante los demás en momentos de gran dificultad. En lugar de desear un futuro mejor, la esperanza me recuerda que lo mejor ya existe ahora. Ahora puedo amplificar el amor, la alegría y la facilidad. La esperanza me muestra que el dolor y la pérdida me permiten cultivar la compasión, la generosidad y la gratitud. Puedo fomentar la comprensión y la paz en mi propia vida. Al hacerlo, puedo encarnar la esperanza para los demás. Al aprender a estar con mi sufrimiento, estoy aprendiendo a ser compasiva en respuesta al sufrimiento de los demás.
Brach define la esperanza sabia como “lo que más le importa a tu corazón sabio y despierto; es lo que nuestro corazón confía que es posible”. Cuando dejé de huir del dolor y de considerarlo un enemigo de la vida que deseo, la esperanza me conectó con mi alma, donde puedo acoger las oportunidades que nacen en momentos como este. Yo espero, porque he experimentado cómo el sufrimiento puede ser el terreno fértil para que brote en mí un reino de amor. Cuando dejo que la esperanza me guíe, ella transforma mi forma de verlo todo, guiándome hacia las posibilidades y dándome el poder de ser luz que puede resplandecer en la oscuridad.
Me pregunto, ¿cómo ves y experimentas la esperanza en tu vida? ¿Qué es lo más importante para tu alma? ¿Cómo te guía la esperanza?
Nota del editor: Esta columna fue publicada originalmente en inglés el 3 de febrero de 2023.