En el campo de refugiados de Kakuma, unas hermanas fomentan la paz entre tribus sursudanesas enfrentadas

La Hna. Molly Lim, que pertenece a las Franciscanas Misioneras de María, visita a las familias sursudanesas que viven en el campo de refugiados de Kakuma el 17 de febrero. Junto con otras hermanas, predica la paz y ofrece asesoramiento a los refugiados traumatizados por la guerra civil en Sudán del Sur. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo)

La Hna. Molly Lim, que pertenece a las Franciscanas Misioneras de María, visita a las familias sursudanesas que viven en el campo de refugiados de Kakuma el 17 de febrero. Junto con otras hermanas, predica la paz y ofrece asesoramiento a los refugiados traumatizados por la guerra civil en Sudán del Sur. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo)

 

Doreen Ajiambo

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Traducido por Purificación Rodríguez Campaña

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Nota del editor: La serie de Global Sisters Report Esperanza en medio del Caos: Hermanas en Zonas de Conflicto presenta las vidas y los ministerios de religiosas que sirven en lugares peligrosos de todo el mundo. Las noticias, columnas y entrevistas de esta serie incluirán a hermanas de Ucrania, Nigeria, Kenia, Sri Lanka, Nicaragua y otros lugares a lo largo de 2023.

Esperanza en Medios del Caos

En una tarde calurosa y polvorienta en este enorme campamento de las Naciones Unidas, la Hna. Molly Lim reunió a un grupo de miembros de las dos tribus predominantes en Sudán del Sur, los dinka y los nuer, para entablar un diálogo sobre reconciliación y sanación.

“Querido Dios del cielo... danos la paz y la comprensión que necesitamos”, rezó mientras los miembros de las dos tribus que sufren el conflicto étnico inclinaban la cabeza y cruzaban las manos. “Cura las heridas de nuestros hermanos y hermanas aquí reunidos. Que Dios nos ayude a tolerarnos y perdonarnos unos a otros”, continuó con su oración.

Lim, que pertenece a las Franciscanas Misioneras de María, organiza —junto con otras religiosas— reuniones dos veces por semana para buscar la manera de que las dos tribus rivales que viven en el campamento se reconcilien y se consideren hermanos.

Una señal cerca del campo de refugiados de Kakuma, en el norte de Kenia. El campo acoge a más de 200 000 refugiados, en su mayoría procedentes de Sudán del Sur. Otros vienen de Sudán, Somalia, la República Democrática del Congo, Burundi, Etiopía y Uganda. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo)

Una señal cerca del campo de refugiados de Kakuma, en el norte de Kenia. El campo acoge a más de 200 000 refugiados, en su mayoría procedentes de Sudán del Sur. Otros vienen de Sudán, Somalia, la República Democrática del Congo, Burundi, Etiopía y Uganda. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo) 

 

Las tribus étnicas dinka y nuer ya mantenían una relación violenta entre sí mucho antes de trasladarse al campo de refugiados de Kakuma, donde la hostilidad continúa. Allí se enfrentan a muerte ante la más mínima provocación, siempre armados con machetes, cuchillos y bidones de queroseno y gasolina para atacar en caso de discusión. Las peleas y ataques a veces acaban con la vida de miembros de una u otra tribu, según declararon los responsables del campamento a Global Sisters Report (GSR).

En diciembre de 2013 estalló la violencia en Sudán del Sur después de que el presidente Salva Kiir, de etnia dinka, acusara a su entonces vicepresidente Riek Machar, de etnia nuer, y a otras 10 personas de intentar llevar a cabo un golpe de Estado. Kiir despidió a Machar, una medida que desembocó en un conflicto entre los dos principales grupos étnicos del país. (Hay 64 grupos étnicos en este país de África Oriental de casi 11 millones de habitantes).

Los investigadores de la Unión Africana, dirigidos por el expresidente nigeriano Olusegun Obasanjo, describieron en sus investigaciones de 2015 que, tras el estallido de la violencia en 2013, las fuerzas gubernamentales y la Guardia Presidencial (una unidad militar de élite formada por soldados dinka que protege a Kiir) atacaron a miembros de la etnia nuer. El informe reveló además que las víctimas de la guerra civil de Sudán del Sur fueron violadas, quemadas y obligadas a beber sangre y comer carne humana, y que ambos bandos cometieron graves violaciones de los derechos humanos.

Un joven de la tribu dinka llora en el campo de refugiados de Kakuma el 17 de febrero mientras relata los horrores que sufrió a manos de los rebeldes nuer en Sudán del Sur antes de buscar refugio en el campo. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo)

Un joven de la tribu dinka llora en el campo de refugiados de Kakuma el 17 de febrero mientras relata los horrores que sufrió a manos de los rebeldes nuer en Sudán del Sur antes de buscar refugio en el campo. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo)

 

Miles de refugiados que huyen a diario de la guerra civil de Sudán del Sur han propagado su odio por motivos étnicos a uno de los campos de refugiados más grandes del mundo levantado en 1992. Las religiosas han observado que el odio puede ser un terreno fértil para el genocidio en el campo que acoge a más de 200 000 refugiados, principalmente de Sudán del Sur. Otros proceden de Sudán, Somalia, la República Democrática del Congo, Burundi, Etiopía y Uganda. Mientras tanto, el asentamiento de Kalobeyei, a las afueras del campo de refugiados de Kakuma, alberga a más de 53 000 refugiados.

La Hna. Elizabetta Grobberio, de las Hermanas Misioneras de De Foucauld, declaró que se habían producido violentos actos de venganza entre los dinka y los nuer, quienes se culpan mutuamente de haber matado a sus familiares en la guerra civil de su país. A veces, la más mínima provocación entre las dos tribus del campamento puede desencadenar una violencia mortal imposible de contener, que en ocasiones se salda con muertos y heridos, entre los que se encuentran transeúntes ajenos al conflicto que intentan intervenir.

Ante el aumento de los ataques, funcionarios del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados instalaron un dispositivo de seguridad en el campamento y separaron a las dos tribus para evitar enfrentamientos periódicos. Sin embargo, los refugiados le aseguraron a GSR que, aunque comparten un mismo mercado, a veces siguen peleándose cuando se reúnen.

“La violencia que han sufrido estas personas ha hecho que algunas de ellas pierdan el sentido común, y todavía se pelean entre ellas y se señalan con el dedo lejos de su país de origen”, explicó Grobberio, una religiosa italiana que trabaja en el campamento desde 2013 y añadió: “Cada vez que se ven solo piensan en pelearse y matarse”.

El  padre Jose Padinjareparampil, director de Don Bosco Kakuma, predica la paz y la armonía entre los refugiados durante su sermón en la parroquia de Guadalupe en el asentamiento de Kalobeyei en Kakuma, el 26 de febrero. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo)

El  padre Jose Padinjareparampil, director de Don Bosco Kakuma, predica la paz y la armonía entre los refugiados durante su sermón en la parroquia de Guadalupe en el asentamiento de Kalobeyei en Kakuma, el 26 de febrero. (Fotografía: GSR/Doreen Ajiambo)

 

El padre José Padinjareparampil, director de Don Bosco Kakuma, afirmó que los refugiados de Sudán del Sur son muy tribalistas y se culpan unos a otros de los problemas de su país y de la guerra civil. Por ejemplo, los dinkas siempre acusan a los nuers de empezar la guerra por querer derrocar al gobierno de su líder, según explicó. Por el contrario, los nuers culpan a los dinkas de utilizar la maquinaria estatal para atacarlos y matarlos.

“No quieren oír el nombre de los otros”, señaló Padinjareparampil, párroco de la parroquia de la Santa Cruz en el campo de refugiados de Kakuma, que trabaja allí desde hace nueve años. “Una vez, mientras visitaba una de las casas del campo, encontré a un grupo de jóvenes peleándose entre sí. Tenían botellas rotas y se estaban apuntando unos a otros. Intenté calmar la situación, pero era muy grave. Uno de los jóvenes resultó gravemente herido”, agregó.

Las Hnas. Elizabetta Grobberio (delante) y Sabina Mueni (segunda desde la izquierda) posan con refugiados en el campo de Kakuma. Las religiosas organizan reuniones semanales para instruir a los refugiados en el perdón y la reconciliación. (Foto: cortesía de las Hermanas Misioneras de Charles De Foucauld)

Las Hnas. Elizabetta Grobberio (delante) y Sabina Mueni (segunda desde la izquierda) posan con refugiados en el campo de Kakuma. Las religiosas organizan reuniones semanales para instruir a los refugiados en el perdón y la reconciliación. (Foto: cortesía de las Hermanas Misioneras de Charles De Foucauld) 

 

Los dinka (que representan el 36 % de la población) y los nuer (16 %) llevan décadas enzarzados en un prolongado conflicto. Los dos grupos rivales son ganaderos seminómadas; en el pasado competían por los pastos y el agua para su ganado, lo que ha dado lugar a un conflicto que no ha producido víctimas mortales masivas. Sin embargo, según los analistas, la expulsión de Machar por parte de Kiir sirvió de catalizador de la violencia masiva.

Nyuop Muker Monytung, antiguo jefe de la aldea de Pibor en el este de Sudán del Sur que huyó del país en 2013 tras la escalada de la guerra civil, declaró que el conflicto entre las dos tribus empeoró después de que Kiir incitara a los dinkas.

“Kiir acusó a Machar de querer que su tribu derrocara al Gobierno y echara a los dinkas”, explicó Monytung, un miembro de la tribu dinka, de 54 años, que vive en Kakuma. “El mensaje de Kiir envenenó a los dinkas, que querían matar y acabar con todos los nuers. Sin embargo, los nuers también tomaron represalias, lo que provocó muertes y desplazamientos masivos”, añadió.

La guerra civil de Sudán del Sur ha acabado con la vida de casi 400 000 personas. La violencia también ha desplazado de sus hogares a más de 4 millones de personas, entre ellas casi 2.2 millones que han huido a países vecinos como el campo de Kakuma, en Kenia.

La Hna. Molly Lim, perteneciente a las Franciscanas Misioneras de María, reza con un refugiado sursudanés durante su visita al campo para predicar la paz y reconciliar a las comunidades, el 17 de febrero de 2023. (Fot: GSR/Doreen Ajiambo)

La Hna. Molly Lim, perteneciente a las Franciscanas Misioneras de María, reza con un refugiado sursudanés durante su visita al campo para predicar la paz y reconciliar a las comunidades, el 17 de febrero de 2023. (Fot: GSR/Doreen Ajiambo)

 

Sed de venganza

En el campamento, los miembros de las tribus suelen caminar en grupo a cualquier parte para estar seguros en caso de que el grupo rival les ataque.

Gai Tong, un refugiado nuer que vive en el campamento, afirmó que su corazón está lleno de venganza contra la gente de la tribu dinka por haber matado a toda su familia.

“Cada vez que veo a un dinka, me hierve la sangre. Me siento muy enfadado”, declaró el joven de 24 años entre sollozos y lamentos, y agregó: “Me dijeron que viera cómo quemaban vivos a mi madre y a dos tíos. A uno de mis tíos le dijeron que comiera carne humana de su hermano. Después, los rebeldes del grupo dinka nos ataron a un árbol y nos dieron por muertos. Nos dijeron que lo que vimos debería servir de lección a todos los nuers”.

Tong, que llegó al campamento en 2016, fue rescatado por otros nuers que se dirigían a Kakuma en busca de refugio. Su tío materno, al que obligaron a comer carne humana, cayó en depresión y más tarde murió, según contó.

“Desde entonces tengo problemas de ira”, explicó y señaló que su tribu siempre va armada con machetes, garrotes y lanzas por si los dinkas les atacan. “Cuando veo a un dinka, quiero atacarle y vengarme por las cosas que le hicieron a nuestra tribu. Nos odian y nosotros también les odiamos. Son la causa de los problemas que sufrimos en nuestro país”, añadió.

Una mujer dinka que llegó al campamento en 2017 desde el estado de Jonglei le contó a GSR que soldados rebeldes de la comunidad étnica nuer la violaron a ella y a sus tres hijas antes de asesinar a su marido y a cinco de sus siete hijos.

“No puedes olvidar algo así; la venganza es la única solución porque puede consolarte”, aseguró la madre de 48 años que pidió el anonimato. “Siempre tengo pesadillas en las que Nuers me ataca y quiere violarme de nuevo, y de repente me despierto y empiezo a gritar pidiendo ayuda. El suceso me ha marcado y cuando veo a un hombre de la comunidad nuer suelo empezar a huir mientras grito”, relató.

Refugiados dinka y nuer acuden a una reunión organizada por religiosas para debatir la importancia de mantener la paz, reconciliarse y perdonarse mutuamente mientras conviven en el campo de refugiados de Kakuma. (Foto: cortesía de las Hermanas Misioneras de Charles De Foucauld)

Refugiados dinka y nuer acuden a una reunión organizada por religiosas para debatir la importancia de mantener la paz, reconciliarse y perdonarse mutuamente mientras conviven en el campo de refugiados de Kakuma. (Foto: cortesía de las Hermanas Misioneras de Charles De Foucauld) 

 

Las religiosas intervienen

La hostilidad que reina en el campo ha impulsado a las religiosas a buscar formas de reconciliar a estas comunidades y dotarlas de autonomía.

Lim, que procede de Singapur y lleva más de siete años trabajando en el campo, señaló que habían instaurado sesiones semanales de asesoramiento y oración para ayudar a miles de refugiados a recuperarse de las heridas y cicatrices causadas durante la guerra civil.

Durante las sesiones de asesoramiento en grupos de 20 a 40 personas, principalmente de las etnias dinka y nuer, los refugiados —traumatizados por las heridas o los recuerdos de cómo sus seres queridos fueron brutalmente asesinados— pueden compartir libremente sus experiencias.

“Algunos de los refugiados lloran desconsoladamente cuando narran sus horribles experiencias, pero es la forma de curarse y aceptarse a sí mismos”, explicó Lim, quien añadió que algunos son trasladados a hospitales para recibir asistencia profesional. “Animamos a los refugiados a que se perdonen, se demuestren amor y vivan en paz como hermanos y hermanas”, indicó.

Grobberio comentó que con frecuencia reúnen a las comunidades nuer y dinka en encuentros destinados a reducir las tensiones en el campamento confiando en que las dos comunidades puedan llegar a trabajar juntas. Durante las reuniones, las hermanas les permiten hablar y compartir sus ideas sobre cómo lograr la paz entre ellos.

“Las comunidades dinka y nuer acaban hablando entre ellas después de la reunión, lo que supone un gran logro”, afirmó y añadió: “También involucramos a las dos comunidades en actividades que las unen, como fútbol, netball y atletismo. Participan, animan y finalmente se saludan después del partido. Estas actividades han traído poco a poco la paz entre las comunidades”.

Grobberio señaló que las oraciones y el hecho de compartir el Evangelio con los refugiados también han traído la paz entre las comunidades enfrentadas del campamento. La religiosa ha creado pequeños grupos de refugiados cristianos en todos los rincones del campo y estos grupos visitan las casas de otros refugiados con hermanas para animarles a acoger a Cristo, unirse a la iglesia y formar parte de su grupo.

“Las oraciones y el Evangelio están funcionando porque cada vez más personas, independientemente de la tribu, acuden a la iglesia y se unen a los grupos cristianos de sus zonas de residencia”, aseguró. “Los refugiados se perdonan unos a otros después de comprender el amor de Cristo y cómo Dios les ama a pesar de la situación que atraviesan”, añadió.

Las hermanas también les han dado autonomía a los refugiados ofreciéndoles formación laboral práctica en sastrería y corte y confección, albañilería, restauración y alojamiento, peluquería, soldadura, fontanería y panadería.

Padinjareparampil comentó que los sacerdotes y las hermanas han celebrado reuniones para que ambas tribus compartan actividades (como festivales deportivos y musicales) para recordar su cultura y animarles a intercambiar. Estas actividades han servido para traer la paz, la curación y la aceptación, señaló, al igual que la formación de distintos grupos de hombres, mujeres y jóvenes que se reúnen todos los domingos después de misa.

Mientras tanto, Tong contó que había empezado a asistir a las sesiones de asesoramiento y oración llevadas a cabo por las hermanas para tratar sus problemas de ira.

“En cada sesión me enseñan a perdonar y aceptar”, explicó. “Las hermanas celebran reuniones para que ambas comunidades discutamos nuestros problemas, y estoy aprendiendo a coexistir pacíficamente con mis compañeros refugiados y a ver a los dinkas como hermanos y no como enemigos”, contó.

Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 15 de mayo de 2023. 

This story appears in the Hope Amid Turmoil: Sisters in Conflict Areas feature series. View the full series.