Una mujer centroamericana, que recientemente fue liberada de la custodia estadounidense el 1 de julio de 2018, sostiene a su hijo mientras observan a otros niños inmigrantes jugar en un centro de respiro administrado por Caridades Católicas en McAllen, Texas, Estados Unidos. (Foto: CNS/Chaz Muth)
Al criarme en la frontera sur de Estados Unidos —rodeada de amigos y familiares y alimentada con tamales y mucho amor— en mi casa celebrábamos el 2 de febrero, el Día de la Candelaria (fiesta de la Presentación) para concluir así la temporada de meditación sobre la infancia de Jesús. Desde el primer día de Adviento, hasta el 2 de febrero, nos centramos en preparar el camino y alegrarnos por el nacimiento de Cristo.
Durante esa temporada, pensaba en lo vulnerable que es el niño Jesús. Cuando era un bebé, Jesús fue perseguido y, junto con sus padres, tuvo que emigrar a otro país debido a las violentas amenazas que se cernían sobre la paz de su familia.
En el ministerio en el que sirvo actualmente, en el departamento de admisiones del Albertus Magnus College, tengo la inmensa fortuna de facilitar información a familias inmigrantes de habla hispana sobre el sistema educativo de Estados Unidos. Esto me ha posibilitado escuchar las historias de familias trabajadoras, de conocer a jóvenes que se han enfrentado a situaciones de vida o muerte y de ayudar a personas que han arriesgado todo lo que conocían y amaban por una oportunidad para sobrevivir. El niño Jesús, indefenso y vulnerable, puede casi tocarse en esta comunidad. Si bien la parroquia y la comunidad local son de gran apoyo, la comunidad vulnerable se enfrenta a la incertidumbre, al miedo a la deportación y a la realidad de vivir como ciudadanos de segunda clase.
Se me parte el corazón cuando me encuentro con niños trabajadores, estudiosos y centrados que —a pesar de que hacen todo lo posible por labrarse un futuro mejor, por lograr tener estudios y una oportunidad de obtener un empleo digno— se enfrentan de bruces al fracaso. Por desgracia, aunque la comunidad y la parroquia tengan las mejores intenciones de apoyar a nuestros vulnerables niños inmigrantes, no existe la estructura institucional que proteja a los inmigrantes y les conceda una vía hacia una vida digna en Estados Unidos.
En Estados Unidos viven aproximadamente un millón de niños indocumentados menores de 18 años, niños que, sin tener culpa alguna, son automáticamente marginados, discriminados y que diariamente temen ser deportados. En mi ministerio me enfrento a la desgarradora realidad de niños que buscan paz, oportunidades y el apoyo de sus comunidades. Su situación migratoria incierta es como una sombra que se cierne sobre lo que podría haber sido un brillante futuro. Para muchos de los estudiantes de secundaria con los que me encuentro, el acceso a la universidad es limitado y disponen de escasas opciones de ayuda financiera.
La nula respuesta a la difícil situación de los menores indocumentados es un fallo que lleva aquejando a este país desde hace muchos años. En el 2012, la iniciativa de una acción ejecutiva presidencial proporcionó protección temporal contra la deportación y la oportunidad de trabajar legalmente. La Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (o DACA, por sus siglas en inglés) pretendía ofrecer una solución temporal y humanitaria, concediendo a los menores la oportunidad de trabajar por el sueño americano.
Al presentar la ley, el entonces presidente Barack Obama subrayó: “Seamos claros: esto no es una amnistía, esto no es inmunidad. Esto no es un camino a la ciudadanía. No es una solución permanente. Se trata de una medida provisional temporal que nos permite centrar nuestros recursos con prudencia y, al mismo tiempo, ofrecer un poco de alivio y esperanza a jóvenes con talento, motivados y patriotas”. Este comentario destacó la necesidad de que el Congreso tome cartas en el asunto y redacte un proyecto de ley que atienda a los jóvenes indocumentados.
Diez años después, el Congreso aún no ha abordado este programa temporal, que ahora corre el riesgo de desaparecer.
Desde el 2012, más de 800 000 personas se han beneficiado del programa. Según la Fundación Obama, más de 200 000 participantes en el programa DACA sirvieron durante estos dos últimos años en la línea de fuego en la lucha contra el COVID-19. DACA permite a los estudiantes indocumentados continuar sus estudios, trabajar y contribuir positivamente con sus comunidades, a pesar del miedo latente a la deportación. DACA fue un arreglo temporal que empoderó a los jóvenes y proporcionó un salario digno para aquellos con la formación y las habilidades necesarias.
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Si se pone fin a DACA, miles de personas se quedarán sin protección. Tenemos una responsabilidad con los jóvenes inmigrantes de nuestra nación, y debemos responder. Tenemos la responsabilidad cívica de exigir al Congreso que asuma sus responsabilidades. No podemos seguir esperando 10, 20 o incluso más años de incertidumbre. El Congreso tiene el poder de proporcionar a nuestros niños inmigrantes vulnerables, medidas permanentes de protección contra la deportación; además de la oportunidad de continuar su educación y de trabajar de una manera digna. Depende de nosotros hablar en nombre de nuestros vecinos, los Dreamers, y exigir leyes que protejan a nuestros niños inmigrantes indocumentados.
Quienes caminamos con los niños inmigrantes y somos testigos de los retos a los que se enfrentan debemos hablar en su nombre, animando a los líderes legislativos a aprobar leyes que los protejan. Debemos exigir una solución permanente que garantice la protección legal y una vía hacia la ciudadanía, para que los Soñadores y los beneficiarios de DACA puedan permanecer en esta nación y seguir contribuyendo positivamente a nuestras comunidades.
¡El tiempo es oro! No debemos olvidar a nuestros niños inmigrantes en situación de vulnerabilidad, ¡debemos aceptar nuestra responsabilidad!
Tal vez, durante la temporada de Cuaresma, podamos convertir nuestra limosna —nuestro ofrecimiento— en la tarea personal de escribir a nuestros líderes legislativos para exigir una legislación que proteja a nuestros Dreamers, e invitar a nuestros amigos, familias y comunidades a que se solidaricen con los niños.
Podemos hacerlo de varias maneras: dejando un mensaje de voz en la Casa Blanca o escribiendo un mensaje en su formulario de comentarios. Podemos ponernos en contacto con nuestro representante y nuestro senador, acudir a las oficinas de nuestros congresistas durante sus visitas a las sedes o escribirles a sus oficinas en Washington.
El día de San Valentín, no detengamos nuestras oraciones y nuestras iniciativas en favor de los inmigrantes y los niños de la misma manera en que guardamos nuestro Belén y lo volvemos a sacar el año que viene. Más bien, convirtamos nuestra oración en acción para proteger a esos niños. Todos podemos hacer algo para que las cosas cambien: ponernos en contacto con nuestros líderes electos, trabajar como voluntarios en los refugios, ofrecer oraciones, sensibilizar y, lo que es más importante, exigir que se actúe en favor de nuestros Dreamers, nuestros niños inmigrantes vulnerables.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 10 de febrero de 2023.